sábado, enero 19, 2013

Los tres estigmas de Palmer Eldritch, de Philip K. Dick

Si el pobre Palmer Eldritch volvió con tres estigmas de sus viajes interplanetarios (brazo robótico, ojos artificiales y dientes de acero, así de dura es la vida más allá del Sistema Solar) el bueno de K. Dick tenía sus propios tres (o al menos sus novelas):
- Realidades paralelas
- Drogas
- Religión

Trilogía de trilogías, escogiendo una de cada: Salud, dinero y amor (¿acaso no son la salud y el amor, a largo plazo, meras realidades paralelas?); sexo, drogas y rock & roll y la santísima trinidad. Dales a todos su merecido, Philip.

Los tres estigmas es una novela un tanto errática… ideas muy potentes aparecen una página y desaparecen a la siguiente sin llegar a cristalizar por completo, en un argumento un tanto irregular protagonizado por unos personajes que no están lo suficientemente desarrollados. Se diría que Philip K. Dick tenía tantas cosas que decir en tan poco tiempo, o con tan pocas páginas por delante o con tan poca paciencia, que no tenía más remedio que abandonarlas una vez las quitaba de su cabeza. Con todo, la novela me parece cojonuda.

Hasta hacer un breve resumen de ella se hace complicado (y un tanto inútil también, pues en Internet abundan). Aún así, ahí va.


El bueno de Palmer Eldritch vuelve a bombo y platillo al Sistema Solar tras años perdido por ahí, gracias a la ayuda de la ONU (que ahora controla todo el sistema) y con un descubrimiento revolucionario bajo el brazo: el Chew-Zi. Una droga (legal, con el visto bueno de la ONU) que amenaza con cambiar a la especie humana y su forma de vida. El slogan ilusiona, cuanto menos:

DIOS PROMETE LA VIDA ETERNA. NOSOTROS LA PROPORCIONAMOS

Esta promesa alegra mucho a los habitantes de las colonias de Marte, cuya mísera existencia sólo se ve paliada por las experiencias evasoras que les permite la droga (ilegal) de moda en la galaxia, el Can-Di, que cada vez les complace menos y les sume en melancólicas depresiones.

Por otro lado, esta promesa preocupa mucho a Leo Bulero y a Barney Mayerson. El primero es el dueño de Equipos P.P., una empresa que posee el monopolio del ocio de las colonias en Marte, la muñeca Perky Pat. Esta se vende acompañada de su novio Walt y un montón de accesorios. Lo bueno de esta Barbie de la vida, es que jugar con ella hasta arriba de Can-Di (cuyo mercado también controla Leo Bulero) permite al consumidor convertirse en la Perky y su novio, y disfrutar de esa vida de ensueño nada comparable a las madrigueras rodeadas por el desértico paisaje marciano. Negocio asegurado para Leo Bulero y un incordio para la ONU, que quiere acabar con ese monopolio.

Barney por su parte, lo tiene un poco más complicado. Él trabaja como jefe de consultores pre-fashion de Equipos P.P. en Nueva York. Gracias a su capacidad precognitiva, puede predecir posibles escenarios futuros (esta idea la explotó más aún Dick en la TomCruiseada Minority Report). Divorciado de su mujer, casada ella ahora con un pusilánime y convencido él de que sólo fue feliz en su matrimonio al que sabe que ya no puede volver, inicia un viaje de autodestrucción a ritmo de “a mí todo me la pela, lo que tenga que pasarme que venga a por mí” que le llevará a ser despedido de Equipos P.P. y posteriormente, a ser convocado para ir a las colonias de Marte.

El señor Mayerson es el hilo conductor de la novela. A través de sus ojos conocemos el interior de Equipos P.P., con él viajamos a Marte y conocemos a Anne Hawthorne, la mujer que, junto a la vida en las madrigueras marcianas, servirá de punto de inflexión en la vida de Barney y le hará volver a tomar las riendas de su vida. Anne nos trae la religión, y hace que Barney piense en términos religiosos:

- Vine a Marte porque me equivoqué. –En tu jerga, pensó, a eso se le llamaría un pecado. Y en la mía también, concluyó.
- Le ha hecho daño a alguien, ¿verdad? –preguntó Anne.
Barney se encogió de hombros.

Palmer Eldritch nos trae el Chew-Zi, la revolución. Nos acerca a Dios, o al menos eso nos promete. Su droga, mucho más potente que el Can-Di, no nos proporciona una mera experiencia sensorial a través de una barbie, no nos permite evadirnos de nuestra vida y nuestros cuerpos durante unos simples y breves tres cuartos de hora, no. El Chew-Zi nos traslada a realidades paralelas, durante breves lapsos de tiempo en el “mundo real”, pero durante un tiempo que puede llegar a ser dolorosamente largo en esas realidades paralelas. Puede ser el futuro, puede ser otro planeta u otra realidad. Creada por nosotros o por nuestro subconsciente, lo que no tiene por qué implicar necesariamente que será una experiencia agradable, sino secretamente deseada.

En esos viajes, además, comprobaremos que no estamos solos. Más allá de nosotros, más allá de nuestro propio sueño, una presencia extraña y amenazadora nos acecha e incluso controla en ese mundo. Somos sus prisioneros y dependemos de su voluntad. La experiencia será lo que eso quiera que sea. ¿Se trata del mismísimo Palmer Eldritch? ¿O, por el contrario, se trata de algo más poderoso? ¿Extraterrestre? ¿Divino? No por dios, eso no. Si nosotros no creemos en dios, cómo podemos encontrárnoslo en un colocón. Quién sabe, a lo mejor tan sólo se trata de una forma de vida alienígena, un liquen o incluso un ser intangible, que se perpetúa a través del Chew-Zi, habitando los cuerpos de sus consumidores.

Pero bueno, todo eso son paranoias de Leo Bulero, de Barney Mayerson y de nosotros mismos. Al resto de la gente el Chew-Zi parece encantarle. Es cierto que todos han sentido una oscura presencia pero no le han dado importancia, la experiencia ha sido muy potente, mucho más plena que con el Can-Di y la sucia y rancia de Perky Pat. Oye, ¿qué es lo que te ocurre en la cara? ¿Me preguntas a mí? Sí, sí, a ti. Parece como sí… como si por un momento tus ojos no fueran tus ojos, como si fueran los ojos artificiales de Palmer Eldritch y antes, cuando has sonreído, habría jurado que tus dientes resplandecientes eran de acero, como él. Pero supongo que será la resaca, no creo que te vayan a salir estigmas. Ya te digo tío, qué mal rollo.

Los dos amigos se dicen adiós con la mano, pero ninguno de los dos tiene ya un brazo humano. Son dos brazos robóticos los que se mueven en el aire. El Chew-Zi los ha cambiado (¿contaminado?) para siempre. O eso parece. Dios nos bendiga.


Sexo: Escaso, pero irse a la cama con una mujer llamada Rondinella Fugate tiene que ser la bomba. El desahogo de una integrista cristiana a la puerta de una colonia de Marte también tiene su punto.
Naves espaciales: Colonias en Marte, bases lunares, satélites artificiales habitados orbitando alrededor de la Tierra, viajes a otros sistemas planetarios y encuentros con civilizaciones alienígenas… Nuff said.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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