Sigo con la racha de novelas de K. Dick. Uno debe confiar en su suerte y cuando viene una racha buena no hay que dejarla pasar. Que dure. Sin embargo, Fluyan mis lágrimas… resulta un tanto atípica ya que, de las que he leído hasta ahora, es con diferencia la más melancólica de todas. Es cierto que en todas sus historias hay algún personaje afligido al que la existencia le resulta difícil y pesada. La diferencia este caso es que creo que no hay personajes que no cumplan esta condición. Cada uno vive una situación diferente, pertenece a un distinto gremio y estrato social pero todos guardan un patrón común: su vida no es completa y viven condicionados por esa falta.
Por otra parte esto no deja de ser una novela de K. Dick, así que el decorado de fondo se consigue con coches voladores, drogas que alteran la percepción de la realidad, un estado policial que somete al ciudadano, objetos evocadores, casi místicos, a los que los personajes se atan y en los que depositan su amor por el mundo, etc. Aunque cada historia de Dick tenga lugar en un universo diferente, y a cada lectura tenemos que aprender unas normas nuevas, el código con el que están hechos, su esencia, es el mismo. La religión, el misticismo, es quizás el factor que más diferencia unos universos o historias de otros. En este caso, no está muy presente.
El argumento se centra en Jason Taverner, famoso presentador de TV y música. Hombre que ha triunfado en el mundo del espectáculo, ha hecho dinero, fama y las fans lo acribillan. Parte de su éxito parece deberse al hecho de que es un “seis”, un ser alterado genéticamente y que tiene seis dedos en cada mano como rasgo físico más notorio.
Pero la suerte le dura poco al bueno de Jason. Antes del primer capítulo y tras un extraño suceso, se despierta en un hotel desconocido, sin recuerdos de cómo ha llegado hasta ahí, y teniendo que adaptarse a una nueva realidad: nadie lo conoce. No existe. Su show de televisión nunca ha existido, su novia (también “seis”) lo toma por un acosador, sus discos nunca se grabaron y ni siquiera aparece en los registros policiales. A partir de ahí, Fluyan mis lágrimas… relata el intento de Jason por volver a recuperar su identidad y comprender qué ha ocurrido.
Lo sorprendente, para mí, es la forma en que Jason afronta su nueva situación. No llega a caer presa del pánico, o al menos no durante mucho tiempo, y en seguida se adapta a esa nueva realidad en la que no existe. No sólo eso, sino que pronto toma consciencia de lo vacía que era su vida anterior, en la que no amaba a su pareja y de la que tan sólo obtenía placer y recompensas materiales y mesurables. Jason siente más pena por vivir una vida sin alicientes que por haberla perdido.
Y al resto de personajes con los que Jason se va encontrando les ocurre parecido. Kathy Nelson, una joven que le ayuda a salir adelante en su nueva situación falsificándole documentos de identidad, vive por un único objetivo: volver a tener noticias de su marido preso en un campo de trabajos forzados. El General Félix Buckman vive obsesionado por su relación incestuosa y destructiva con su hermana Alys. Esta, némesis de su hermano, vive obsesionada con el sexo, las drogas y por supuesto con su hermano. Ambos tienen un conflicto no resuelto: un hijo en común que vive apartado de ellos para que su condición de hermanos no afecte a su integración social.
Todos tratan de hacer frente a una vida dura con ellos. Todos ellos tratan de encontrar el amor en su vida o si ya lo han encontrado, deshacerse de los obstáculos que les impiden disfrutarlo. Fluyan mis lágrimas…, que empieza cada una de las cuatro partes en que está dividida con una estrofa de un poema del s.XVI de John Dowland, es triste, como cuando tienes una pesadilla en la que sientes que estás llorando y te despiertas de pronto con la sensación de haber llorado de veras. Sabes que no tienes razón para sentirte triste, pero no puedes evitarlo.
¡Fluyan mis lágrimas, caídas de sus manantiales!
Exiliado para siempre, dejadme llorar.
Permitidme que viva olvidado
donde el negro pájaro nocturno canta su tristeza.
¡Apagaos, oh vanas luces, no brilléis más!
No hay noche que sea lo bastante oscura para aquellos
que desesperadamente sus perdidas fortunas deploran.
La luz no es otra cosa que vergüenza revelada.
Nunca serán mis penas aliviadas,
puesto que la piedad ha huido;
y las lágrimas, suspiros y gemidos
a mis cansados días
de toda alegría han privado.
¡Oíd!, vosotras, sombras que en la oscuridad moráis,
aprended a despreciar la luz.
Felices, felices quienes en el averno
del mundo no sienten el desprecio.
1 comentario:
Pareces miññññ haciendo una crítica de cine, ¿lo recomiendas sí o no?. Y para colmo esta vez ni siquiera dices si hay sexo o no....
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