Pasaban los días y mi ocupación a tiempo completo como agente de Transparence me tenía absorbido por completo. Viajando casi a diario, de hotel en hotel, sin saber de dónde salía ni adónde llegaba y sin que me importara lo más mínimo, las continuas misiones que me iban asignando eran todo lo que yo necesitaba. Mi antiguo trabajo, la excusa con la que me habían llevado a Nantes, ya había desaparecido de mis pensamientos tiempo atrás. Amigos, familia… Ya debían de haber pasado semanas sin que tuviera contacto con alguno de ellos sin que me preocupara. Incapaz de planificarme, las tareas que me encomendaban me llegaban cada día al desayuno –algunas lo hacían la noche anterior porque implicaban que madrugara- y me tenían ocupado el día completo. Si había tiempo libre, en seguida se encargaban de mandarme al aeropuerto y enviarme a otro sitio. Y como siempre me dormía en los vuelos, pronto desistí de saber en qué ciudad estaba. Allá donde fuera la gente hablaba inglés, mejor o peor y con diferentes acentos, pero las periferias de los aeropuertos internacionales son territorios neutrales independientes del país. Hotel City se extendía más allá de lo que mi vista e imaginación podían alcanzar. Buenas noches señor, buenas noches. Tenemos su habitación preparada, ¿desea que le subamos la cena? No dude en pedirnos lo que sea. Y por supuesto, su empresa corre con los gastos. Gracias, hasta mañana. Hasta mañana señor, que descanse.
Mi estatus dentro de Transparence seguía evolucionando. A las misiones de campo que me habían encomendado desde el principio, ir a distintos sitios y tomar fotos, trazar mapas, hacer medidas y de vez en cuando hablar con gente del lugar, había que añadir un nuevo tipo.
Tras una agradable conversación por email con Soizic, en la que tras haberse disculpado por no haber dado señales durante unas cuantas semanas (a lo que yo respondí que lo comprendía y que no tenía por qué disculparse conmigo) me hizo saber que mis buenos resultados obtenidos me habían procurado una especie de ascenso si se quiere, aunque en Transparence no hay rangos, y que había demostrado capacidad suficiente para realizar unas nuevas misiones de mayor importancia para la empresa y que implicaban una mayor creatividad por mi parte. Para ello me prestaron un ordenador portátil, convenientemente restringido, con acceso limitado a Internet. Mi nueva misión: convertirme en un agitador de las redes.
Transparence dispone de diversas cuentas de usuarios en los periódicos y páginas más seguidas de la red. También tienen una lista interminable de perfiles de Facebook, Twitter y demás redes sociales, aparte de una red de head hunters en LinkedIn que asusta. Todos los usuarios a los que accedí tenían un historial de años de actividad en cada página, y mi tarea consistía en continuar dando vida a aquellos personajes digitales.
Siempre siguiendo consignas específicas, debía comentar y opinar sobre las más diversas noticias y personajes. Política, cine, artes, sociedad… No pude establecer un patrón concreto en los objetivos, pero la tarea siempre era la misma: sembrar el desconcierto. Atacar cuando un personaje era defendido, defenderlo cuando lo condenaban miserablemente, establecer relaciones absurdas entre hechos inconexos para demostrar hipótesis inventadas, todo dejado a mi propia creación. Pero me tomaba mi trabajo en serio, así que antes de empezar a escribir las opiniones de un cierto usuario, leía el historial de comentarios que había hecho y así me hacía una idea del patrón de carácter que debía seguir. Era divertido; continuar escribiendo líneas de un personaje ya creado, alargar su vida y darle una mayor profundidad a través de sus juicios (generalmente desmedidos).
Además no nos faltaban herramientas para apoyar nuestras teorías conspiratorias. Disponía también de blogs creados por Transparence en los que podía escribir artículos que apoyaran las opiniones de mis personajes y referenciar esos artículos con otros de otros blogs y páginas que también nos pertenecían. Una red de información ficticia que se superponía a una realidad contada por los medios de comunicación conocidos y la contradecía sin patrón lógico. Defendí la energía nuclear en unas páginas mientras la condenaba en otras, demostraba la infidelidad de un congresista americano republicano mientras escribía artículos ensalzándolo en foros demócratas y aún más, utilizaba su propia cuenta de twitter para jugar al Candy Crush y publicar sus puntuaciones, de forma que pareciera que desatendía sus obligaciones.
Para Transparence creé una realidad diferente. Una capa de bruma digital que añadía información imposible de diferenciar de la ya existente y que tenía por objetiva crear confusión y discusión. No sabía para qué había que hacerlo, pero lo disfrutaba.
Finalmente, sin saber cuánto tiempo podría haber pasado, aterricé en un aeropuerto familiar, el de Nantes. Era de día, lucía el sol y el taxista me llevó por calles que ahora por fin me resultaban reconocibles, familiares e incluso acogedoras. ¿Había logrado por fin hacer de esta ciudad mi nuevo hogar? No podía decir cuánto tiempo me había costado porque sencillamente era incapaz de saber qué tiempo había transcurrido en estos últimos días o semanas, pero ahora que todo el cansancio acumulado afloraba y me vencía y que sólo tenía ganas de llegar a casa y descansar, me di cuenta de que aquel era mi hogar, ahí quería formar una familia, establecerme y quién sabe cuánto tiempo podría llegar a vivir en esa ciudad.
El taxista me dejó en la puerta de mi casa sin que hiciera falta que le dijera la dirección, de hecho fue él el que decidió que íbamos allí. Subí las escaleras rápidamente, contento y excitado, por encontrar a mi pareja y contarle todo lo que había vivido y decirle que la había echado de menos aunque no hubiera estado muy pendiente de ella, y que las cosas irían mucho mejor a partir de entonces. Abrí la puerta del piso y grité su nombre, pero nadie contestó.
Encontré dos sobres en el suelo, como si los hubieran metido por debajo de la puerta. El primero, con mi nombre manuscrito por una letra que yo conocía bien contenía una nota escueta:
No aguanto más esto. No lo soporto. Llevas más de tres semanas desaparecido. No das señales de vida, no me llamas y en tu oficina siempre me dicen que estás de viaje, que no me preocupe, que enseguida volverás. No he venido aquí para pasar el día sola. Lo siento. No me llames. Ya te llamaré yo cuando tenga fuerzas.Espero que estés bien. Un beso. Adiós.
El otro sobre, mucho más grande y sin señas en el exterior, contenía una foto y una tarjeta. En la foto se veía a mi pareja de la mano de un extraño, ambos sonreían. En la tarjeta, la dirección de un sitio llamado Eroscenter y escrito mano:
Aquí la encontrarás. S.
1 comentario:
muy bueno prallong
menudo cliffhanger, no nos dejes con la angustiaaaaaaaa
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