Estaba el otro día en el cine, a punto de ponerme las gafas 3D para ver Gravity (uau!), cuando pusieron este tráiler:
Y al margen del director coreano para una película hollywoodiense, de una Tilda Swinton Tatcherizada, y de una sensación de (ahí va que brutos…), me quedé con que al final de los créditos decía “based on the graphic novel The Snowpiercer”, y en mi vida había oído hablar de ese tebeo. Cosas de la vida, una semana después, rebuscando entre los ejemplares de la mediateca de la empresa me encontré con esto (deberes):
Así que resulta que la nueva película “del director de The Host” está basada –libremente, dicen- en una novela gráfica distópica francesa, pensada en los 70 por Lob (guión) y Alexis (dibujo), pero finalmente dibujada por Rochette y publicada en los 80; editada en España como “El Transglacial” en TOTEM, y hace poco reeditada por Bang! Como “El rompenieves”. Pero de todo esto, Álvaro Pons y la wikipedia os pueden contar mucho más.
Al grano: Le Transperceneige me ha gustado mucho.
Vale, la premisa de la historia es de parvulitos. Historia post-apocalíptica, nos lo hemos cargado todo y sólo quedan unos pocos supervivientes en un planeta que hemos conseguido convertir en inhabitable a fuerza de hacerle perrerías. Esos pocos tienen que sobrevivir en un entorno completamente cubierto por nieve, en el que las temperaturas bajo cero hacen imposible la vida humana, animal y vegetal tal y como la conocemos. ¿Dónde vivir, pues? No lo dudes: ¡en un tren! Ni a Marta Renfe se le habría ocurrido algo así. La única fuente de energía conocida y todavía útil, peligrosamente cercana al movimiento perpetuo, va y resulta que tiene forma de tren. No podíamos haber inventado una caldera, no. Un tren. Y no se puede parar. Y tiene que dar vueltas constantemente por el mundo y, por supuesto, no nos dio tiempo a hacer copias; y tras el cataclismo, ni soñar con hacer algo parecido.
En resumen: estamos los que somos, y somos los que estamos. Pasajeros en un tren que no para.
No deja de ser una conocida premisa, eso de aislar a los protagonistas en un cierto contexto, crear una sociedad reducida que nos permita concentrarnos en unos pocos personajes y observar qué tipo de relaciones y jerarquías se vuelven a crear de forma espontánea (o no) en ese nuevo experimento de laboratorio. Por cierto, aunque correspondía al párrafo anterior, el tren tiene mil y un vagones.
Pero pasada la introducción y un par de ahí vas la cosa se afina. Los personajes están bien creados y se alejan de los tópicos bueno-para-todo vs. malo-hasta-para-lavarse-los-dientes (ver El Código da Vinci para hacerse una idea) y la historia engancha. Al fin y al cabo es un tren, y los trenes molan. Más aún si tienen mil y un vagones. Atrás quedan, como no, los vagones de cola. Allí no hay ni orden, ni control, ni vigilancia. Los pasajeros de delante no tienen ni idea de cómo se las apañan para sobrevivir si es que lo hacen. Hasta que, página uno del tebeo, se escapa uno. El prota.
La historia nos permite seguir junto al protagonista su recorrido por la parte “decente” del tren, de los pasajeros de segunda a los de primera, pasando por vagones granja, huerta, bares, etc. Una sociedad completa reducida a vagones, en la que la división de clases es más manifiesta que nunca. Una huída hacia delante, la del protagonista, menos metafórica que nunca. Una historia, como buena distopía, sobre la miseria del ser humano; nuestros miedos y el dominio que ejercen sobre nosotros.
El dibujo es consistente con la historia. Escala de grises, caras grotescas (narices y orejas grandes, gente desaliñada, los guapos no llegaron a tiempo de subirse al tren) y opresivo. Ellos están encerrados en los vagones y nosotros con ellos, y cualquier visión del exterior es más agobiante todavía. Una nada blanca lo cubre todo a excepción de ciudades abandonadas, ruinas de algo que nunca volverá a ser, por si no había quedado claro.
Termino. Se trata de una historia contada por un hijo de la segunda guerra mundial y pintada por un chaval de mayo del 68, que narra el intento de supervivencia de un anónimo en una sociedad de clases, policial, carente de democracia y donde el mero intento de no morir parece implicar el deseo de matar al vecino. Vamos, que al leerlo le quedan a uno las mismas sensaciones que tras echar un vistazo a la portada de La Razón.
3 comentarios:
Mmm has conseguido relacionar una novela distopica postapocaliptica francesa de los 70 con la Razón, me quitó el sombrero
Parece historia de clichés pero si dices q te ha gustado es q merece la pena, habrá q darle un tiento... Estas cosas no se pueden bajar de internet?
Mmm... No tengo ni idea. Pero tampoco soy el más indicado para responder. Apenas leo tebeos en digital!
De todas formas, supongo que con el lanzamiento de la peli, a alguien se le ocurrirá "rescatar" el tebeo si es que no lo habían hecho ya...
pagina para leer el comic online
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