Frédéric Beigbeder puede que no sea muy conocido en España, pero en el país vecino sí. Entra dentro de lo que ellos llaman “people” (ellos, que rehúyen tanto del inglés) y nosotros llamamos famoso o “celebrity” o que se yo. Mientras en Francia entre los famosos todavía quedan escritores, en España vivimos bajo el yugo de Ana Rosa Quintana. No eres nadie si no pasas por su programa. Punto para Francia.
Sin embargo Frédéric es un “BOBO”, un “BOhemian BOurgeois”, un vivalavida… Un jeta, vamos. Escribe en Vogue o no sé dónde por el día, y por la noche se va de farra. Los fines de semana, empero, escribe novelas. Supongo. Punto para Frédéric.
Llegué a él gracias a Michel Houellebecq, que lo convirtió en personaje de “El mapa y el territorio”. Luego me enteré de que Anagrama le había publicado en España una novela llamada “Una novela francesa” y la apunté. Dos años después me la he leído, pero ojo, en francés. Leer novelas en francés, en España, lo hacen Javier Marías y dos más, y ninguno de ellos sale en el programa de Ana Rosa, así que no los conocemos. Y es que leer en francés tiene un problema: que no me entero de la mitad. Me entero, sí, de cuándo sube las escaleras y cuándo las baja, pero no me doy cuenta de si apoya la mano en la barandilla o si la escalera siquiera tiene barandilla. Eso condiciona mi lectura y condiciona mi crítica, pero aún y así ¡vamos allá Frédéric!