Hubo una época en la que George Lucas no era conocido como el padre de la última mitología moderna, ni como el hombre que revolucionó la industria del cine, tanto desde el punto de vista comercial como el de los efectos especiales, por poner dos ejemplos dispares. Hubo una época, que quizás no duró mucho, en la que al bueno de George lo debían de conocer como “mira al chaval ese y recuerda su cara, algún día todo el mundo sabrá quién es”. Y fue en esa época en la que rodó su primer largometraje, la fantasía distópica de THX 1138.
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martes, julio 28, 2015
viernes, julio 24, 2015
Capricornio Uno, de Peter Hyams
De entre todos los lugares comunes que podemos visitar, uno de mis favoritos es el de “la realidad siempre supera a la ficción”. Añadiendo una palabra al lema y llegando a “la realidad siempre supera a la ciencia ficción”, no nos queda más remedio que pensar en el mayor mito creado por el hombre en el siglo XX: el alunizaje.
El cine americano de los sesenta y setenta, marcado por la carrera espacial, fantaseó con galaxias lejanas, especies alienígenas y guerras de las estrellas, pero también profundizó en las heridas sufridas por un país que tenía que hacer frente a la gran mentira de haber vencido a la URSS en la lucha por clavar su bandera en la superficie de nuestro satélite. Así es como quiero recordar yo la Historia y así es como se le ocurrió al director Peter Hyams Capricornio Uno.
lunes, noviembre 10, 2014
La oscura actividad de la Weyland
Parece que todo empezó con el viaje que la nave Nostromo (nave que arrastraba una refinería que procesaba 20 millones de toneladas de mineral extraterrestre) hizo allá por 2122. El ordenador de a bordo despertó a la tripulación hibernada lejos de su objetivo, la Tierra, al interceptar una señal de radio alienígena al acercarse a un planetoide hipotéticamente habitable: LV-426. De los siete miembros de la tripulación, tres bajaron a inspeccionar la superficie de dicho planetoide y encontraron una nave alienígena abandonada. En su interior, hallaron el fósil del piloto de la nave y un montón de huevos. El oficial Kane se acercó a inspeccionarlos y una extraña criatura, evidentemente alienígena, salió de uno de ellos, lo atacó y se le pegó a la cara dejándolo en estado de coma. De regreso a la nave, a pesar de la cuarentena que se debía respetar según los protocolos establecidos y las órdenes se les permitió la entrada en la nave a los tres exploradores.
Los intentos por separar al alienígena de la cara del oficial Kane fueron vanos, entre otras cosas porque era el propio alienígena el que lo mantenía con vida a través de un conducto que penetraba a través de su boca y le transmitía oxígeno. Un corte en una de sus patas descubrió a la tripulación que la criatura tenía ácido en lugar de sangre. Ya con la esperanza perdida, el ente se separó de Kane voluntariamente y murió, quedando Kane aparentemente restablecido, salvo por un cierto lapso de memoria. Error. Poco tiempo después, al intentar comer, Kane sufrió un dolor insoportable seguido de convulsiones. Lo llevaron de nuevo a la sala de curas y, para sorpresa de todos, una criatura alienígena emergió de su estómago, matándolo y huyendo.
El resto de la tripulación inició la búsqueda y captura de la criatura, que inició un periodo de crecimiento sorprendente y se convirtió en una máquina de matar. Se deshizo de toda la tripulación excepto de Ash, un androide infiltrado por la compañía que financió el viaje, la Weyland, con el objetivo de capturar al alienígena y traerlo de vuelta a la Tierra para analizarlo y Ellen Ripley, que consiguió huir en la nave Narcissus tras matar al androide y al alienígena (echando a éste último de la nave al espacio exterior).
Los intentos por separar al alienígena de la cara del oficial Kane fueron vanos, entre otras cosas porque era el propio alienígena el que lo mantenía con vida a través de un conducto que penetraba a través de su boca y le transmitía oxígeno. Un corte en una de sus patas descubrió a la tripulación que la criatura tenía ácido en lugar de sangre. Ya con la esperanza perdida, el ente se separó de Kane voluntariamente y murió, quedando Kane aparentemente restablecido, salvo por un cierto lapso de memoria. Error. Poco tiempo después, al intentar comer, Kane sufrió un dolor insoportable seguido de convulsiones. Lo llevaron de nuevo a la sala de curas y, para sorpresa de todos, una criatura alienígena emergió de su estómago, matándolo y huyendo.
El resto de la tripulación inició la búsqueda y captura de la criatura, que inició un periodo de crecimiento sorprendente y se convirtió en una máquina de matar. Se deshizo de toda la tripulación excepto de Ash, un androide infiltrado por la compañía que financió el viaje, la Weyland, con el objetivo de capturar al alienígena y traerlo de vuelta a la Tierra para analizarlo y Ellen Ripley, que consiguió huir en la nave Narcissus tras matar al androide y al alienígena (echando a éste último de la nave al espacio exterior).
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viernes, marzo 04, 2011
A Gide le gustaban los niños, ¿y a quién no?
Sigo con la saga de posts dedicados a protestar y a quejarme del mundo que nos rodea. Ya se sabe, cualquier tiempo pasado fue mejor, la sociedad actual ha perdido los valores, ya no hay gente como la de antes, porque cuando yo era niño tratábamos a los mayores de usted y les abríamos la puerta; ahora en cambio los críos te escupen… y demás protestas varias. Qué queréis, si Pérez-Reverte y Marías se pueden quejar del mundo en que les ha tocado vivir, por qué no todos los demás. Así que repetid conmigo: el infierno sois vosotros.
¿Y hoy que toca? Pues por seguir con la racha, seguiré con los escritores franceses. Si la semana pasada me quejaba del trato que se le está dando a Céline, esta semana me ha dado por imaginar qué trato le habrían dado a André Gide si le hubiese tocado vivir en nuestro tiempo (y ya de paso, me pregunto por qué la Francia que arremetió contra Céline no arremete contra él también, aunque supongo que todo llegará).
El caso es que Gide (que escribió El Inmoralista, entre otras), aparte de ser otro de los escritores capitales del s. XX, merecedor del premio Nobel y demás loas, e influenciar a otros escritores como Camus, resulta que también sentía un cariño especial por los niños. Se puede incluso decir que le gustaban. ¿Cuánto? Pues mucho, tanto como para afirmarse en sus diarios (publicados en vida y voluntariamente) como pederasta, definido por él mismo como “aquel que, como la palabra misma indica, se prenda de los muchachos jóvenes”.
La duda de cómo nos portaríamos en estos días con el bueno de Gide por hacer tales afirmaciones, y por escribir en varias de sus novelas acerca de personajes con la misma filia y de las fantasías que imaginaban, surge de tristes incidentes como este.
Ahí está, nuestra ministra de Cultura (arrea) González-Sinde, afirmando hace algún tiempo que "las obligaciones y valores de un escritor no son distintas de las de cualquier otro miembro de la sociedad. El oficio de literato no es un eximente para quienes, con sus palabras, por muy hábilmente que estén ordenadas, ofenden, desprecian, se saltan las reglas de convivencia y pisotean, peligrosamente, valores como la igualdad o la no discriminación". Tiemble Nabokov, medite Sade y búsquese un abogado, señor Houellebecq.
Vaya por delante que yo no soy un especial admirador de Sánchez Dragó y que no comparto su gusto por buscar la polémica facilona para así animar su ego y de paso salir en la tele (y va lo mismo por su amigo Boadella, la persona con ideologías más cambiantes de España, tras Rosa Díez), pero una cosa no quita la otra. La falta cometida por la ministra fue clamorosa, y sinceramente pienso que para la máxima responsable de la defensa de la Cultura en nuestro país, un comentario así fácilmente le podría acarrear la expulsión. No caeré en la demagogia de levantar los viejos fantasmas de la censura porque eso sería faltar a la verdad, pero desde luego que los comentarios evocan tiempos pretéritos, por decirlo bonito.
Retomando al buen francés, también él sufrió la crítica en su época, no vayamos a pensar ahora que lo jaleaban y aplaudían cuando se lo cruzaban por la calle de la que iba a la panadería, y que la gente arrimaba a sus niños al escritor con el fin de prestárselos para cinco agradables minutos a cambio de un autógrafo. También él fue objeto de serias críticas por gran parte de la sociedad (por no hablar de las críticas masivas y públicas que se realizaron contra su amigo e iniciador en ciertos asuntos, Oscar Wilde). De hecho, Gide fue uno de los últimos autores en figurar en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica (algo así como Los 1001 libros que tienes que leer antes de morir, pero con vicio).
Pero claro, ¿veis las siete diferencias? Qué distinto es ser censurado por la Iglesia Católica de mediados del s. XX, que por políticos de izquierdas (entrecomillado a gusto del lector) del s. XXI. Uno tiende a pensar que la sociedad evoluciona, madura, que hay ciertos tabúes que se superan (nota para los suspicaces: hablo de la libertad de expresión en la ficción, no de la pederastia), y que los debates sociales de hace setenta años ya se han aprendido y asumido, y por lo tanto estamos en condiciones de, colectivamente, pasar al siguiente capítulo. Tristemente y parafraseando por segunda vez en el post: nuevas gentes, idénticos problemas.
¿Y hoy que toca? Pues por seguir con la racha, seguiré con los escritores franceses. Si la semana pasada me quejaba del trato que se le está dando a Céline, esta semana me ha dado por imaginar qué trato le habrían dado a André Gide si le hubiese tocado vivir en nuestro tiempo (y ya de paso, me pregunto por qué la Francia que arremetió contra Céline no arremete contra él también, aunque supongo que todo llegará).
El caso es que Gide (que escribió El Inmoralista, entre otras), aparte de ser otro de los escritores capitales del s. XX, merecedor del premio Nobel y demás loas, e influenciar a otros escritores como Camus, resulta que también sentía un cariño especial por los niños. Se puede incluso decir que le gustaban. ¿Cuánto? Pues mucho, tanto como para afirmarse en sus diarios (publicados en vida y voluntariamente) como pederasta, definido por él mismo como “aquel que, como la palabra misma indica, se prenda de los muchachos jóvenes”.
La duda de cómo nos portaríamos en estos días con el bueno de Gide por hacer tales afirmaciones, y por escribir en varias de sus novelas acerca de personajes con la misma filia y de las fantasías que imaginaban, surge de tristes incidentes como este.
Ahí está, nuestra ministra de Cultura (arrea) González-Sinde, afirmando hace algún tiempo que "las obligaciones y valores de un escritor no son distintas de las de cualquier otro miembro de la sociedad. El oficio de literato no es un eximente para quienes, con sus palabras, por muy hábilmente que estén ordenadas, ofenden, desprecian, se saltan las reglas de convivencia y pisotean, peligrosamente, valores como la igualdad o la no discriminación". Tiemble Nabokov, medite Sade y búsquese un abogado, señor Houellebecq.
Vaya por delante que yo no soy un especial admirador de Sánchez Dragó y que no comparto su gusto por buscar la polémica facilona para así animar su ego y de paso salir en la tele (y va lo mismo por su amigo Boadella, la persona con ideologías más cambiantes de España, tras Rosa Díez), pero una cosa no quita la otra. La falta cometida por la ministra fue clamorosa, y sinceramente pienso que para la máxima responsable de la defensa de la Cultura en nuestro país, un comentario así fácilmente le podría acarrear la expulsión. No caeré en la demagogia de levantar los viejos fantasmas de la censura porque eso sería faltar a la verdad, pero desde luego que los comentarios evocan tiempos pretéritos, por decirlo bonito.
Retomando al buen francés, también él sufrió la crítica en su época, no vayamos a pensar ahora que lo jaleaban y aplaudían cuando se lo cruzaban por la calle de la que iba a la panadería, y que la gente arrimaba a sus niños al escritor con el fin de prestárselos para cinco agradables minutos a cambio de un autógrafo. También él fue objeto de serias críticas por gran parte de la sociedad (por no hablar de las críticas masivas y públicas que se realizaron contra su amigo e iniciador en ciertos asuntos, Oscar Wilde). De hecho, Gide fue uno de los últimos autores en figurar en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica (algo así como Los 1001 libros que tienes que leer antes de morir, pero con vicio).
Pero claro, ¿veis las siete diferencias? Qué distinto es ser censurado por la Iglesia Católica de mediados del s. XX, que por políticos de izquierdas (entrecomillado a gusto del lector) del s. XXI. Uno tiende a pensar que la sociedad evoluciona, madura, que hay ciertos tabúes que se superan (nota para los suspicaces: hablo de la libertad de expresión en la ficción, no de la pederastia), y que los debates sociales de hace setenta años ya se han aprendido y asumido, y por lo tanto estamos en condiciones de, colectivamente, pasar al siguiente capítulo. Tristemente y parafraseando por segunda vez en el post: nuevas gentes, idénticos problemas.
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jueves, febrero 24, 2011
La intransigencia del buenismo
No he leído a Céline, pero eso no impide que sepa que su obra Viaje al final de la noche es una de las obras más influyentes de la literatura del s.XX, y más concretamente de la literatura gala. Él figura entre los principales autores en lengua francesa, a la altura de gente como Proust, Camus o Gide. Este año se cumplen cincuenta años de su muerte, y en el país vecino se ha levantado un buen revuelo porque a última hora, el ministerio de cultura ha decidido retirarlo de la lista de conmemoraciones del año.
¿Y por qué? Pues porque además de ser un famoso escritor, a Céline se le ha conocido también por su antisemitismo, sus filias nazis y su estima a la villa de Vichy. Y ya se sabe que no nos gustan los antisemitas, hasta el punto de que queremos borrarlos del mapa y actuar como si jamás hubiesen existido ni ellos, ni sus obras, ni su legado.
El ministro de cultura francés, Frédéric Mitterrand (sí, sobrino del ex-presidente), declaró que “tras una profunda reflexión, y sin dejarme llevar por la emoción del momento, he decidido que no figure Céline en las celebraciones nacionales”. Claro que si las emociones no afectaron al ministro, parece que un tal Serge Klarsfeld, presidente de la asociación de hijos de deportados judíos ha tenido algo que ver al respecto.
No comprendo a qué viene este buenismo desmedido que nos lleva a pasar por encima de todo lo que no nos gusta del pasado. Lo mismo da quitar unos aguiluchos en la Universidad Laboral de Gijón, que hacer como si un escritor no hubiese existido, simplemente por su opiniones personales. Hay ciertas causas contra las que es imposible luchar. Resulta inútil tratar de defender la obra de Céline (que no a su persona) si en frente nos encontramos a alguien agitando furibundo un cartel que dice “antisemita”. Parece que ahí se acaba el debate: si fue antisemita, tenemos que borrarlo del mapa. La Historia es la que es, no se debe escribir sobre la marcha y no debería ser la que nos apetezca contar a tiempo pasado. Además es extremadamente peligroso borrar nuestras huellas, ya que luego correremos el riesgo de no encontrar el camino.
Por otro lado, es cierto que Céline no guardó su ideología para sí mismo; fue muy activo políticamente y puso su pluma al servicio del nazismo publicando panfletos antisemitas (entre los que destaca uno titulado Bagatelas para una masacre). Pero mucho cuidado, porque nadie pide que se le perdone. Las opiniones vertidas a favor de que se le recuerde y conmemore (que no es lo mismo que pedir que se le celebre) no le excusan, ni piden que se dulcifique su recuerdo o se borren sus páginas más oscuras. Entienden que para comprender y conocer al escritor es necesario hablar de todos los aspectos de su vida, y aunque los panfletos antisemitas no se puedan leer hoy en día por estar declarados ilegales (internet aparte), sí que se pueden leer ensayos que comentan dichos textos. Nadie pide ocultar la dualidad del personaje.
Lo que piden sus defensores es que no se borre de un plumazo la existencia de una novela capital para la literatura francesa, y que no se permita debatir sobre ella y también, cómo no, sobre su controvertido autor.
Parece que nos cuesta mucho aceptar que personas capaces de dejarnos bellísimas obras de arte, sean a la vez mezquinos o crueles con otros seres humanos, o racistas, o misóginos, pero la realidad es que la naturaleza del ser humano permite coexistir en un mismo ser, al talento y a la crueldad. Ignorar esto es un acto de necedad muy peligroso. El olvido no nos conducirá a nada bueno. ¿Qué piensa la gente, que los etarras no ríen con sus sobrinos? ¿que no les compran juegos para la wii? ¿que no juegan al fútbol con sus amigos? La necesidad imperiosa que tenemos de sentir que los “malos”, lo son todo el día y que la maldad es una cualidad que afecta a todos los aspectos de la vida es una venda que hace años se nos debería haber caído.
Ya es vieja la cantinela de que la Historia es necesaria para no olvidar, que precisamente debemos conocer de dónde venimos para evitar ciertos errores allá adónde vamos. Por mucho que se tiña de buenismo, la oscura maniobra que intenta ocultar a Céline y a sus novelas no deja de ser una simple censura de ciencia ficción orwelliana, que además está consiguiendo el efecto inverso. Nunca nadie podría haber imaginado que se iba a volver a hablar tanto sobre el autor de Viaje al final de la noche.
No he leído a Céline, pero de este año no pasa.
¿Y por qué? Pues porque además de ser un famoso escritor, a Céline se le ha conocido también por su antisemitismo, sus filias nazis y su estima a la villa de Vichy. Y ya se sabe que no nos gustan los antisemitas, hasta el punto de que queremos borrarlos del mapa y actuar como si jamás hubiesen existido ni ellos, ni sus obras, ni su legado.
El ministro de cultura francés, Frédéric Mitterrand (sí, sobrino del ex-presidente), declaró que “tras una profunda reflexión, y sin dejarme llevar por la emoción del momento, he decidido que no figure Céline en las celebraciones nacionales”. Claro que si las emociones no afectaron al ministro, parece que un tal Serge Klarsfeld, presidente de la asociación de hijos de deportados judíos ha tenido algo que ver al respecto.
No comprendo a qué viene este buenismo desmedido que nos lleva a pasar por encima de todo lo que no nos gusta del pasado. Lo mismo da quitar unos aguiluchos en la Universidad Laboral de Gijón, que hacer como si un escritor no hubiese existido, simplemente por su opiniones personales. Hay ciertas causas contra las que es imposible luchar. Resulta inútil tratar de defender la obra de Céline (que no a su persona) si en frente nos encontramos a alguien agitando furibundo un cartel que dice “antisemita”. Parece que ahí se acaba el debate: si fue antisemita, tenemos que borrarlo del mapa. La Historia es la que es, no se debe escribir sobre la marcha y no debería ser la que nos apetezca contar a tiempo pasado. Además es extremadamente peligroso borrar nuestras huellas, ya que luego correremos el riesgo de no encontrar el camino.
Por otro lado, es cierto que Céline no guardó su ideología para sí mismo; fue muy activo políticamente y puso su pluma al servicio del nazismo publicando panfletos antisemitas (entre los que destaca uno titulado Bagatelas para una masacre). Pero mucho cuidado, porque nadie pide que se le perdone. Las opiniones vertidas a favor de que se le recuerde y conmemore (que no es lo mismo que pedir que se le celebre) no le excusan, ni piden que se dulcifique su recuerdo o se borren sus páginas más oscuras. Entienden que para comprender y conocer al escritor es necesario hablar de todos los aspectos de su vida, y aunque los panfletos antisemitas no se puedan leer hoy en día por estar declarados ilegales (internet aparte), sí que se pueden leer ensayos que comentan dichos textos. Nadie pide ocultar la dualidad del personaje.
Lo que piden sus defensores es que no se borre de un plumazo la existencia de una novela capital para la literatura francesa, y que no se permita debatir sobre ella y también, cómo no, sobre su controvertido autor.
Parece que nos cuesta mucho aceptar que personas capaces de dejarnos bellísimas obras de arte, sean a la vez mezquinos o crueles con otros seres humanos, o racistas, o misóginos, pero la realidad es que la naturaleza del ser humano permite coexistir en un mismo ser, al talento y a la crueldad. Ignorar esto es un acto de necedad muy peligroso. El olvido no nos conducirá a nada bueno. ¿Qué piensa la gente, que los etarras no ríen con sus sobrinos? ¿que no les compran juegos para la wii? ¿que no juegan al fútbol con sus amigos? La necesidad imperiosa que tenemos de sentir que los “malos”, lo son todo el día y que la maldad es una cualidad que afecta a todos los aspectos de la vida es una venda que hace años se nos debería haber caído.
Ya es vieja la cantinela de que la Historia es necesaria para no olvidar, que precisamente debemos conocer de dónde venimos para evitar ciertos errores allá adónde vamos. Por mucho que se tiña de buenismo, la oscura maniobra que intenta ocultar a Céline y a sus novelas no deja de ser una simple censura de ciencia ficción orwelliana, que además está consiguiendo el efecto inverso. Nunca nadie podría haber imaginado que se iba a volver a hablar tanto sobre el autor de Viaje al final de la noche.
No he leído a Céline, pero de este año no pasa.
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martes, febrero 08, 2011
¿Qué hay al otro lado?
Cada vez es más notoria la influencia que Internet tiene sobre nuestras vidas. Además, ciertos acontecimientos acaecidos en las últimas dos semanas han puesto esta tendencia aún más de relieve, pero sospecho que no estamos comprendiendo hasta qué punto las vidas de ambos lados de la pantalla se interrelacionan hasta convertirse en una sola, y creo que se está menospreciando el impacto que los actos de cada lado tienen en el contrario. Veamos los hechos.
En España Internet nos sirve para comprobar que Bisbal es un bocachancla, que Nacho Vigalondo se acaba de jugar su futuro laboral por publicar un chiste en Twitter mientras estaba pedo y que Alex de la Iglesia ha pasado de liderar a los malos a liderar a los buenos en todo esto de la lucha Discográficas vs. El resto del mundo. Si cruzamos el Mediterráneo, vemos que el asunto va más allá y que esto del Internet se está utilizando para hacer… ¡revoluciones populares!
Para empezar, resulta que en este país, y muy en especial a nuestros famosos, les ha dado un arrebato irrefrenable, así, a todos a la vez, de confesarle al Twitter sus más íntimos pensamientos. Y claro, si mi padre decía que “no es lo mismo decir algo que ponerlo por escrito, hijo. Lo escrito no se borra”, qué decir entonces de una página en la que tienes decenas de miles de personas esperando a leerte al instante. No son ni uno ni dos los personajes de nuestra patria los que se la han jugado por ciento cuarenta caracteres de más, y como encima la gente ya se lo sabe, millones de “usuarios anónimos” aguardan ansiosos el nuevo post de Patxi López o el último twitter de ese gran sabio de nuestro tiempo que es Alejandro Sanz.
Pero, ¿qué es esto de convertir en información relevante la última paja mental de Pérez-Reverte? ¿Esto es información? ¿Es útil? ¿Es siquiera divertido? La realidad es que me siento como si me estuviera bañando en el Cantábrico, y esperase con ansiedad la llegada de la ola, grande y fuerte, tratando de evitar que tire de mí hacia dentro, pero justo pasa un instante y ya demasiado tarde para pensar en ella y regodearme en cómo la he esquivado: ya viene la siguiente.
Da la sensación de que vamos a terminar muertos por exceso de información, y además de información inútil.
Uno piensa entonces que alguien debe de estar debatiendo de forma seria acerca de cómo se relacionan nuestras vidas virtuales y reales, y ahí aparece, brillando en plena blogosfera y con la nariz roja como un payaso Álex de la Iglesia; éste nos va a salvar. No en vano, la comunidad de internautas ha conseguido que el aún Presidente de la Academia de Cine, uno de los principales protagonistas en el debate sobre los Derechos de Autor, se vaya a la calle por su síndrome de Estocolmo-twittero. ¿Pero qué ocurre aquí? Estamos metidos en un debate sobre el sentido de Internet, la posibilidad de legislarlo o de regularlo de alguna manera y cómo gestionar sus contenidos… en definitiva, estamos debatiendo sobre qué es Internet para nosotros, qué carajo queremos hacer con él y hasta dónde queremos usarlo, y todo esto lo queremos resolver en este país centrándonos solamente en el tema de los derechos de autor (el cual no quiero entrar a valorar ahora) y las descargas de contenidos.
Estamos pues, errando el tiro. No tiene sentido empezar a construir una casa poniendo la televisión encima de la mesa. En Internet están involucrados todos los actores que intervienen en la vida de este lado de la pantalla, ya que el otro lado no es sino un vehículo nuevo para los viajes de siempre. Y aunque no nos aplicamos el cuento y pasamos el día haciendo el chorras entre Forocoches y Taringa, bien que se nos calienta la boca a la hora de asegurar que del otro lado del Mediterráneo, el Internet este está haciendo la revolución; el solito, oiga.
Tras leerme las noticias que El País recopila bajo la etiqueta “Ola de cambio en el mundo árabe”, la idea que a uno le queda es la de que las revoluciones en los distintos países árabes se están produciendo gracias a Internet, e incluso debido a Internet. Entre todos esos artículos, no he encontrado ninguna mención expresa a los líderes instigadores de las revoluciones. El Baradei y Rached Ghannouchi no cuentan, ya que volvieron a Egipto y Túnez respectivamente después de que se iniciaran las revueltas (¿cómo era eso de a río revuelto…?), pero tampoco han sido los Hermanos Musulmanes egipcios, ni sindicatos, ni líderes religiosos, ni actores de cine, ni Bono. Según la prensa han sido los jóvenes, convocándose a través de Internet. Tanto ha sido así que en Egipto han llegado a cortar el acceso a la red como medida para disolver las revueltas. Muerto Internet se acabó la revolución, debieron pensar. Y se equivocaron.
¿Es Internet un instrumento revolucionario? ¿Hemos pasado de una foto de un tío con barba y boina mirando al infinito a millones de ordenadores conectados en red? Bueno, toca ser algo escépticos, algo tan simple no nos lo podemos creer. Suena demasiado fácil, y es una pena que todo un periódico, o incluso toda la prensa de un país, no sea capaz de profundizar más en una situación tan crítica: Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Marruecos… llevan sufriendo gobiernos totalitaristas durante décadas (todos ellos bendecidos por Occidente, que conste en acta), y el pueblo vive en condiciones miserables mientras que sus líderes viven como actores de Hollywood. Pero eso no nos mola. Eso no vende. Qué más nos da que los moritos se mueran de hambre y de ignorancia. Sólo nos preocupan dos cosas: que el islamismo no gane poder (ya se sabe, el islamismo es malo) y que el Twitter ayuda a hacer la revolución. Cualquier análisis que vaya más allá de esto parece aburrir a los medios de comunicación masivos.
Para arrojar un poco de luz sobre este asunto y alejar a los fantasmas de Polancos y PJ's, os recomiendo este artículo del recomendable blog Trending Topics (curiosamente también bajo el paraguas de El País), donde podemos leer opiniones más sensatas acerca del asunto, y pego este párrafo de un artículo de Manuel Castells publicado en La Vanguardia, que resume mejor de lo que yo pueda hacer la idea que subyace en todo esto:
Lo que no se puede poner en duda, es que bien sea frivolizando o aprovechando su capacidad instantánea de comunicación, Internet está cambiando nuestras vidas. Y no se trata de un mero juego de ordenador, o de un nuevo canal de televisión, es mucho más ambicioso. En el camino, cambiará nuestro concepto de imagen pública y el uso que cualquiera pueda hacer de ella. Además, tendremos que resolver el debate de cómo gestionar esa cantidad infinita de información que estamos guardando sin control ahí adentro, al otro lado de la pantalla, sin quedar demasiado alienados en el intento. Mejor será que, entre mensaje al twitter y "me gusta" en el facebook, reflexionemos un poco sobre ello.
En España Internet nos sirve para comprobar que Bisbal es un bocachancla, que Nacho Vigalondo se acaba de jugar su futuro laboral por publicar un chiste en Twitter mientras estaba pedo y que Alex de la Iglesia ha pasado de liderar a los malos a liderar a los buenos en todo esto de la lucha Discográficas vs. El resto del mundo. Si cruzamos el Mediterráneo, vemos que el asunto va más allá y que esto del Internet se está utilizando para hacer… ¡revoluciones populares!
Para empezar, resulta que en este país, y muy en especial a nuestros famosos, les ha dado un arrebato irrefrenable, así, a todos a la vez, de confesarle al Twitter sus más íntimos pensamientos. Y claro, si mi padre decía que “no es lo mismo decir algo que ponerlo por escrito, hijo. Lo escrito no se borra”, qué decir entonces de una página en la que tienes decenas de miles de personas esperando a leerte al instante. No son ni uno ni dos los personajes de nuestra patria los que se la han jugado por ciento cuarenta caracteres de más, y como encima la gente ya se lo sabe, millones de “usuarios anónimos” aguardan ansiosos el nuevo post de Patxi López o el último twitter de ese gran sabio de nuestro tiempo que es Alejandro Sanz.
Pero, ¿qué es esto de convertir en información relevante la última paja mental de Pérez-Reverte? ¿Esto es información? ¿Es útil? ¿Es siquiera divertido? La realidad es que me siento como si me estuviera bañando en el Cantábrico, y esperase con ansiedad la llegada de la ola, grande y fuerte, tratando de evitar que tire de mí hacia dentro, pero justo pasa un instante y ya demasiado tarde para pensar en ella y regodearme en cómo la he esquivado: ya viene la siguiente.
Da la sensación de que vamos a terminar muertos por exceso de información, y además de información inútil.
Uno piensa entonces que alguien debe de estar debatiendo de forma seria acerca de cómo se relacionan nuestras vidas virtuales y reales, y ahí aparece, brillando en plena blogosfera y con la nariz roja como un payaso Álex de la Iglesia; éste nos va a salvar. No en vano, la comunidad de internautas ha conseguido que el aún Presidente de la Academia de Cine, uno de los principales protagonistas en el debate sobre los Derechos de Autor, se vaya a la calle por su síndrome de Estocolmo-twittero. ¿Pero qué ocurre aquí? Estamos metidos en un debate sobre el sentido de Internet, la posibilidad de legislarlo o de regularlo de alguna manera y cómo gestionar sus contenidos… en definitiva, estamos debatiendo sobre qué es Internet para nosotros, qué carajo queremos hacer con él y hasta dónde queremos usarlo, y todo esto lo queremos resolver en este país centrándonos solamente en el tema de los derechos de autor (el cual no quiero entrar a valorar ahora) y las descargas de contenidos.
Estamos pues, errando el tiro. No tiene sentido empezar a construir una casa poniendo la televisión encima de la mesa. En Internet están involucrados todos los actores que intervienen en la vida de este lado de la pantalla, ya que el otro lado no es sino un vehículo nuevo para los viajes de siempre. Y aunque no nos aplicamos el cuento y pasamos el día haciendo el chorras entre Forocoches y Taringa, bien que se nos calienta la boca a la hora de asegurar que del otro lado del Mediterráneo, el Internet este está haciendo la revolución; el solito, oiga.
Tras leerme las noticias que El País recopila bajo la etiqueta “Ola de cambio en el mundo árabe”, la idea que a uno le queda es la de que las revoluciones en los distintos países árabes se están produciendo gracias a Internet, e incluso debido a Internet. Entre todos esos artículos, no he encontrado ninguna mención expresa a los líderes instigadores de las revoluciones. El Baradei y Rached Ghannouchi no cuentan, ya que volvieron a Egipto y Túnez respectivamente después de que se iniciaran las revueltas (¿cómo era eso de a río revuelto…?), pero tampoco han sido los Hermanos Musulmanes egipcios, ni sindicatos, ni líderes religiosos, ni actores de cine, ni Bono. Según la prensa han sido los jóvenes, convocándose a través de Internet. Tanto ha sido así que en Egipto han llegado a cortar el acceso a la red como medida para disolver las revueltas. Muerto Internet se acabó la revolución, debieron pensar. Y se equivocaron.
¿Es Internet un instrumento revolucionario? ¿Hemos pasado de una foto de un tío con barba y boina mirando al infinito a millones de ordenadores conectados en red? Bueno, toca ser algo escépticos, algo tan simple no nos lo podemos creer. Suena demasiado fácil, y es una pena que todo un periódico, o incluso toda la prensa de un país, no sea capaz de profundizar más en una situación tan crítica: Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Marruecos… llevan sufriendo gobiernos totalitaristas durante décadas (todos ellos bendecidos por Occidente, que conste en acta), y el pueblo vive en condiciones miserables mientras que sus líderes viven como actores de Hollywood. Pero eso no nos mola. Eso no vende. Qué más nos da que los moritos se mueran de hambre y de ignorancia. Sólo nos preocupan dos cosas: que el islamismo no gane poder (ya se sabe, el islamismo es malo) y que el Twitter ayuda a hacer la revolución. Cualquier análisis que vaya más allá de esto parece aburrir a los medios de comunicación masivos.
Para arrojar un poco de luz sobre este asunto y alejar a los fantasmas de Polancos y PJ's, os recomiendo este artículo del recomendable blog Trending Topics (curiosamente también bajo el paraguas de El País), donde podemos leer opiniones más sensatas acerca del asunto, y pego este párrafo de un artículo de Manuel Castells publicado en La Vanguardia, que resume mejor de lo que yo pueda hacer la idea que subyace en todo esto:
Obviamente, no es la comunicación la que origina la revuelta. Esta tiene causas profundas en la miseria y la exclusión social de buena parte de la población, en la pantomima de democracia, en el oscurantismo informativo, en el encarcelamiento y tortura de miles de personas, en la transformación de todo un país en la finca de las familias Ben Ali y Trabelsi con el beneplácito de EE.UU., los países europeos y las dictaduras árabes. Pero sin esa nueva forma de comunicación la revolución tunecina no hubiera tenido las mismas características: su espontaneidad, la ausencia de líderes, el protagonismo de estudiantes y profesionales, junto con los políticos de la oposición y los sindicatos jugando un papel de apoyo cuando estaba el proceso en marcha.
Lo que no se puede poner en duda, es que bien sea frivolizando o aprovechando su capacidad instantánea de comunicación, Internet está cambiando nuestras vidas. Y no se trata de un mero juego de ordenador, o de un nuevo canal de televisión, es mucho más ambicioso. En el camino, cambiará nuestro concepto de imagen pública y el uso que cualquiera pueda hacer de ella. Además, tendremos que resolver el debate de cómo gestionar esa cantidad infinita de información que estamos guardando sin control ahí adentro, al otro lado de la pantalla, sin quedar demasiado alienados en el intento. Mejor será que, entre mensaje al twitter y "me gusta" en el facebook, reflexionemos un poco sobre ello.
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viernes, julio 20, 2007
O...o...o... Majestad, los aros no.
Me entero hoy viendo el telediario de por la tarde que han decidido paralizar la distribución de "El Jueves" y retirarlo de las tiendas (secuestrarlo, que dicen en las noticias, aunque veo que voy a acabar harto de esta palabra) porque presuntamente calumnia e injuria a la familia real. Como hoy es viernes me toca informarme antes de criticar, así que miro El Pais y El Mundo. Esencialmente dicen lo mismo, curioso. Pienso en abrir La Razon, me entra un ataque de risa y suelto alguna lagrimita. En fin. Aquí la portada, para el improbable caso de que alguien no la haya visto:
Lo que se le achaca es incumplir un puñado de leyes que prohiben lo siguiente:
Calumniar o injuriar al Rey. Dejando de lado que haya leyes específicas para el Rey o su familia por el hecho de serlo (¿Es más grave que le calumnien a él que a mi? Porque que yo sepa se calumnia a las personas, no a las instituciones), hay algo que no pillo. De la portada podemos sacar en claro que:
Bueno, pues como no les acusan de un delito, y lo de llamarle vago no creo que sea algo que puedan negar categóricamente (vamos, es como llamarle feo, o antipático, o decir que no vale para nada un príncipe, como hace ERC con su mismo nombre), pues no lo pillo.
Con lo de injuria podría haber más de donde rascar:
Aquí lo único que se me ocurre es una vez más lo de vago, porque no veo donde está el problema en que los pinten echando un polvo. Vamos, entiendo que no se regocijen y compren 40 portadas para cada uno de sus amigos, pero supongo que "Daño o incomodidad" no será la acepción usada en la ley, porque a mi me provoca daño o incomodidad la mera voz de Losantos y me parecería una aberración usar eso de justificación para censurar a ese señor. La libertad de expresión tiene que tener sus límites, pero estos límites tienen que tener sus límites, ¿no?
Otra de las leyes sanciona que se use la imagen de la Casa Real para dañar el prestigio de la corona. Esto es muy peliagudo. ¿Decir que el Rey es un anormal es dañar el prestigio de la corona? ¿Lo es decir que te parece una figura innecesaria? ¿O que podría hacerlo mejor? ¿Que viene de una familia de hemofílicos, ninfómanos o franceses es dañar al prestigio? Si nos ponemos así habrá que enseñar en las escuelas que Fernando VII era un tío de puta madre, un demócrata convencido, y que la IIª república se proclamó por despiste, en el fondo todos eran amigos...
No voy a cuestionar el valor de la monarquía, sólo me pregunto ¿para qué coño necesitan leyes especiales que les abracen y les canten nanas? A ver si alguien que sepa algo de leyes me explica de que va todo esto porque en serio que me parece cagar a cinco yardas del macetu.

Calumniar o injuriar al Rey. Dejando de lado que haya leyes específicas para el Rey o su familia por el hecho de serlo (¿Es más grave que le calumnien a él que a mi? Porque que yo sepa se calumnia a las personas, no a las instituciones), hay algo que no pillo. De la portada podemos sacar en claro que:
- El príncipe y la principesa follan. Por si a alguien no le había quedado claro con lo de los dos críos. A alguno le podría parecer que dan a entender además que les gusta el rollo canino, lo cual no tiene nada de malo pero, en fin, es leer demasiado, ¿no?
- La revista cree que el príncipe es un vago. Deben llevar diciéndolo 30 años, de una manera o de otra. Es una opinión como otra cualquiera.
- La revista critica los 2500 € por hijo con un chiste. Esto es lo principal. Que conste que a mi el chiste me hizo gracia, no es Seinfeld pero no está mal.
calumnia.
1. f. Acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño.
2. f. Der. Imputación de un delito hecha a sabiendas de su falsedad.
Bueno, pues como no les acusan de un delito, y lo de llamarle vago no creo que sea algo que puedan negar categóricamente (vamos, es como llamarle feo, o antipático, o decir que no vale para nada un príncipe, como hace ERC con su mismo nombre), pues no lo pillo.
Con lo de injuria podría haber más de donde rascar:
injuria.
1. f. Agravio, ultraje de obra o de palabra.
2. f. Hecho o dicho contra razón y justicia.
3. f. Daño o incomodidad que causa algo.
4. f. Der. Delito o falta consistente en la imputación a alguien de un hecho o cualidad en menoscabo de su fama o estimación.
Aquí lo único que se me ocurre es una vez más lo de vago, porque no veo donde está el problema en que los pinten echando un polvo. Vamos, entiendo que no se regocijen y compren 40 portadas para cada uno de sus amigos, pero supongo que "Daño o incomodidad" no será la acepción usada en la ley, porque a mi me provoca daño o incomodidad la mera voz de Losantos y me parecería una aberración usar eso de justificación para censurar a ese señor. La libertad de expresión tiene que tener sus límites, pero estos límites tienen que tener sus límites, ¿no?
Otra de las leyes sanciona que se use la imagen de la Casa Real para dañar el prestigio de la corona. Esto es muy peliagudo. ¿Decir que el Rey es un anormal es dañar el prestigio de la corona? ¿Lo es decir que te parece una figura innecesaria? ¿O que podría hacerlo mejor? ¿Que viene de una familia de hemofílicos, ninfómanos o franceses es dañar al prestigio? Si nos ponemos así habrá que enseñar en las escuelas que Fernando VII era un tío de puta madre, un demócrata convencido, y que la IIª república se proclamó por despiste, en el fondo todos eran amigos...
No voy a cuestionar el valor de la monarquía, sólo me pregunto ¿para qué coño necesitan leyes especiales que les abracen y les canten nanas? A ver si alguien que sepa algo de leyes me explica de que va todo esto porque en serio que me parece cagar a cinco yardas del macetu.
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