domingo, abril 28, 2013

Nantes 4: L’affaire Cahuzac et son impact sur la société française

No hacía más que repetirme a mí mismo que todo aquello no tenía sentido, que había caído en un absurdo sueño –que ni siquiera llegaba a pesadilla. Pero tampoco sabía cómo escapar de él. Recién llegado a una nueva ciudad, a un nuevo país, sin conocer el idioma ni la gente ni sus costumbres y, aunque intuyendo que todo aquello no era muy diferente a lo que yo ya conocía, no dejaba de resultarme exótico. Y en medio de todo, una empresa fantasma, prácticamente inexistente, intermediaria para no sé qué de la empresa que me había traído hasta aquí, pero que parecía esperar de mí mucho más. El sobre que sujetaba entre mis manos estaba ya reblandecido por el sudor.

Me costó abrirlo un par de días.

Las ganas de olvidarme del asunto y de asumir que todo era una fantasía fueron vencidas por la curiosidad por saber qué escondía dentro, qué nueva mujer iba a recibirme para agradecerme no sé qué y para pedirme un nuevo favor. Y a lo lejos, siempre, Soizic, un fantasma con el que había hablado una vez por teléfono y bien podría ser un contestador automático, pero que en mi mente había crecido hasta eclipsar cualquier otro pensamiento. Abrí el sobre pensando que Soizic estaría allí dentro, miré la tarjeta que decía “Domingo, 18h, Pannonica” buscándola a ella, y guardé el sobre más pequeño en el único cajón que tenía a estas alturas en Nantes (la guantera del coche) como si fuera la llave de mi diario y yo fuera una niña de doce años en una película americana. Internet me explicó que Pannonica era un club de jazz.

Los cuatro días siguientes, previos a mi nueva posible cita con una sustituta de Soizic, los pasé conociendo mi nuevo lugar de trabajo y tratando de no pensar mucho en Transparence. No hablé del tema con la gente del trabajo, me había quedado claro que todo esto era ajeno a ellos. Sí que busqué en Internet algo más de información, pero fue casi en vano. Tan sólo aparecían nombrados en un listín de empresas de una firma llamada Russell Bedford, supuesta red internacional de empresas auditoras independientes. Un número de teléfono, 4 nombres y una dirección de París, a menos de cien metros del Arco de Triunfo. Pero no me atreví a usar nada de eso. Soizic no estaba allí, Transparence me importaba más bien poco y me daba bastante miedo. Llegó el domingo.

Organicé mi papeleo francés durante la mañana para calmar los nervios. Planché ropa, traté de leer algo y finalmente opté por la manera más sencilla de perder el tiempo: divagué por Internet el tiempo justo hasta la hora de la cita. Salí de casa una hora antes y me encontré con la ciudad completamente vacía. Los domingos son unos días muy tristes en Francia. Nadie por la calle, bares y cafeterías cerradas y casi ningún coche en movimiento. Pensé que si era víctima de un robo, o de un accidente, nadie podría ayudarme. Parecía como si hasta los edificios estuvieran vacíos. Caminé hasta la dirección del Pannonica, rodeé el edificio de la dirección, bajé por unas estrechas escaleras y me encontré ante una puerta trasera con el nombre del bar escrito a mano. Encima de la puerta se veía todavía el hueco de lo que en su día pudo ser un neón. Llamé a la puerta y un señor con los ojos pequeños y gafas gruesas, las mejillas coloradas y una cerveza en la mano me invitó a pasar.


Dentro había una treintena de mesas y más de cien personas. Al fondo, sobre el escenario, un pianista, un bajo, un batería, un guitarra, un saxo y un trompeta acompañaban a una mujer que cantaba Love for Sale. En frente, una barra mal iluminada. Me dirigí allí para tratar de tener una mejor visión de toda la parroquia, y me costó dos cervezas darme cuenta de que había una mujer sentada en una mesa, sola, mirando hacia mí en lugar de hacia el escenario, sonriéndome, como divertida. Me acerqué a ella, le pregunté si me podía sentar y, cómo no, me respondió:

- ¿Qué tal está, Sr. Cocodrilo? Ya pensaba que no me iba a encontrar y que tendría que acercarme yo a la barra. No me hubiese gustado dejar escapar esta mesa, no es fácil conseguir una. Todo el mundo llega pronto.
- ¿Lleva mucho tiempo esperando?
- Llevo una hora pero no se preocupe, usted llega puntual. Todos los domingos la gente se reúne aquí para escuchar la música que tocan ellos mismos, es una session ouverte. ¿Usted no toca ningún instrumento, Sr. Cocodrilo? Anímese y suba al escenario - pero no esperó mi respuesta, sonrió y volvió su mirada a los músicos. Habían terminado la pieza y mientras la mitad se bajaba del escenario, otros tantos esperaban para reemplazarles. Efectivamente, casi toda la gente del público tenía a mano un estuche con forma de instrumento.
- Tú no eres Soizic, ¿verdad? - dije justo cuando empezó a sonar la música, así que pensé que ella no había llegado a escucharme. Sin embargo sin mover la mirada hacia mí, aparentemente atenta al concierto, respondió:
- No, claro que no. Si lo sabe, ¿para qué lo pregunta? – y al poco añadió:
- No entiendo la fascinación que ella ejerce sobre ustedes, son todos iguales, no se crea usted una excepción. ¿Quiere que le diga algo? Ella le defraudaría. Podría añadir un par de cosas más pero claro, eso no les gustaría, así que será mejor que me calle. ¿Tiene el sobre? Disfrute de la música, esta pieza me encanta.

No reconocí la pieza pero había un chico de unos veinte años con un trombón de varas que arrancó los aplausos de todo el público tras su solo. Tenía la cara roja por el esfuerzo, parecía que le fuera a explotar. Yo me sentía así.

- Tome - le tendí el sobre por encima de la mesa lo más disimuladamente posible, sin mirarla a los ojos, aunque al final no lo pude evitar y giré la cabeza para ver si lo había cogido o no. En conjunto, resultó un movimiento bastante patético.
- Tinker, tailor, soldier, spy, ¿ha visto esa serie? Debería, se la recomiendo. Le vendrá bien para su nuevo trabajo - y esta vez ya no pudo reprimir su risa. Cogió el sobre sin mirarme y yo bajé la cabeza, rojo de vergüenza.

Fui incapaz de pronunciar una palabra en la siguiente media hora. La mujer se limitó a hacer algunos comentarios sobre los músicos (parecía conocerlos a todos) y sobre alguna de las piezas que tocaron. A la media hora, se despidió de mí:

- Ha sido un placer Sr. Cocodrilo. Ahora me tengo que ir. Le ruego se quede aquí un rato más. Pídase otra cerveza si quiere, paga Transparence. Ha hecho un buen trabajo y la empresa, como de costumbre, se lo agradece. Desconozco si tiene más planes para usted, pero supongo que sí. No se preocupe, ellos sabrán cómo contactarle. ¡Ah! Y le daré recuerdos a Soizic de su parte. Cuídese.

No esperó a que la pieza terminara, y yo tampoco. En cuanto salió por la puerta corrí tras ella, me asomé a las escaleras y al no verla las subí de tres en tres. Llegué arriba con el tiempo justo para ver cómo un Mercedes negro con los cristales tintados la golpeaba y la arrastraba diez metros calle arriba, para luego desaparecer. No había nadie en la calle. Nadie pedía auxilio. Nadie había visto el accidente. Recogí el sobre del suelo y me alejé de allí corriendo sin parar. No fui directamente a casa, sino que opté por perderme por las calles de la ciudad. Me he refugiado en un bar con la mitad de las mesas ocupadas, sin música. El sobre ya no está sudado, pero se ha quedado reblandecido.

viernes, abril 19, 2013

El rayo mortal, de Daniel Clowes

Qué majo el bueno de Daniel, metiendo el dedo en la llaga. La cultura underground, “la negra espalda del sueño americano” que diría Marías (y que creo que ya he escrito alguna vez), que se opone al quarterback, a las animadoras y a los negros que llegan a ser presidentes del gobierno. El ser humano es un desastre, la vida es una mierda y la salvación del individuo un mito. Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es la muerte. Cinco siglos y seguimos con lo mismo. España es el Lazarillo de Tormes, la clase media americana los villanos y Emilio Botín un señor feudal de esos que viven en torres de cristal en lugar de torres de piedra y ya no mueren de gota, porque van a gimnasios y tienen dietistas. El derecho de pernada también existirá, supongo. Que le pregunten a Berlusconi o a DSK.

Volvamos con Daniel. ¿Recordáis cuándo pasabais los días en el colegio, desapercibidos, ajenos a todo lo que os rodeaba y esperando el día en que todo estallara y no tuvierais que volver? ¿Recordáis a las chicas que os ignoraban y que según Houellebecq os perseguirán toda la vida como a Ricardo III sus fantasmas? ¿Recordáis el día que la chica más guapa de todo el instituto se sentó, para sorpresa vuestra, a vuestro lado en clase de literatura? ¿Y recordáis, acaso, cómo por las tardes leíais tebeos y jugabais con el ordenador, tratando de alcanzar otras vidas? Pues por si no lo recordáis, Daniel viene en vuestro rescate.


El rayo mortal nos cuenta la historia de Andy, adolescente estándar americano que hemos visto en películas y series cientos de veces: el margi. En él, la misantropía campa a sus anchas y no podemos saber con exactitud qué fue antes, la marginación social que recibía de fuera o las ganas de aislamiento que le salían de dentro. Tiene un amigo, Louie, que aunque lo intenta un poco más en esto de socializar consigue lo mismo. El doble de cero sigue siendo cero, chaval, así que, en cierto sentido, fracasa mucho más, pero igualmente la historia se centra en el anodino Andy. Tiene una novia que vive en otra ciudad y no le responde las cartas, vive con su abuelo y salvo Louie, pocas personas hablan con él a lo largo del día.

Andy no participa de los ritos sociales del instituto y poco a poco va virando del desapego al desprecio, poco a poco los otros seres humanos se le hacen insoportables, y entonces llega la magia. Ta-raaaaan. Una caja con objetos que su padre le dejó en herencia antes de morir, y que su malvada tía guardaba sin motivos aparentes; un extraño suceso y la consecuente aparición de los poderes de Andy; una máscara, un traje y ya estamos listos. Andy y Louie ya pueden hacer frente a la amenaza de la humanidad… ella misma.

***

Partiendo de las historias de super-héroes, Daniel vuelve a construir el relato del adolescente inadaptado, que entra en la edad adulta y no es capaz de comprender el mundo que lo rodea. Los ritos y reglas sociales se le hacen extraños y carentes de sentido. No entiende qué rige que algo o alguien sea “guay” o sea “una mierda”, y no se siente contagiado por las emociones comunes. Algo por lo que ha pasado toda persona que haya tenido adolescencia, por supuesto, pero que no por eso deja de merecer ser leído. Clowes pone el dedo en la llaga, sí, y nos recuerda esos años de desorientación, también, pero además nos acerca (no sé si deliberadamente o no) a sentimientos más extremos. ¿Tan lejos están los niños de Columbine? Leyendo El rayo mortal no lo parece. Atención, esto no es una apología de nada, pero siempre hay que defender que para comprender al vecino hay que tratar de ponerse en su piel. Para juzgar sus actos hay que tratar de comprenderlos.

Daniel nos habla de lo difícil que es esa transición de la infancia a la edad adulta y lo extraño que resulta participar en un juego al que no hemos escogido jugar, simplemente nos han obligado, y además viene sin instrucciones. Por si fuera poco, en el momento que comprendemos que el juego no tiene principio ni fin, ni se puede ganar o perder, participar en él todos los días resulta aún más absurdo.


Yo no sabía dibujar, así que no hacía tebeos. Sin embargo, era protagonista de mi propio tebeo imaginario. Mensualmente rotulaba una página en la que contaba qué peligros acechaban al héroe (yo). Los enemigos eran las chicas que me gustaban (las “eses” que dan el plural son deliberadas) según el mes. Algunos de esos enemigos volvían a aparecer y otros no, según esas chicas siguieran apareciendo en mi vida real o no. La numeración del tebeo era la de mi vida real. Un mes por cada mes de vida. Recuerdo que llegué al 200, así que tuvo que ser entre los 16 y los 17. Esas hojas estarán por casa de mis padres, en alguna carpeta perdidas.

Lo haces bien, eres bueno. Pero, la próxima vez, cuéntame algo que no sepa, Daniel.

viernes, abril 12, 2013

Nantes 3: Le Festival du cinéma espagnol

Llegar al extranjero, a una ciudad pequeña como Nantes, y encontrarse carteles que anuncian un festival de cine español no es lo más habitual del mundo. Que encima te cuenten que llevan más de 20 ediciones del festival, y que es uno de los más importantes y sólidos festivales dedicados a cine español del mundo (ojo, que en España hay mucho festival de cine pero dedicado al español… ¿Málaga?, ¿Valladolid?), pues lo hace todo aún más curioso.

Nantes es una ciudad muy inquieta en lo relativo a la cultura. Por tamaño, es la sexta ciudad de Francia y por “calidad de vida”, una de las cinco primeras del país (eso dicen las estadísticas...). Nantes ha sido tradicionalmente ciudad de paso para grupos de música extranjeros, sobretodo ingleses, y la ciudad está llena de bares que ofrecen conciertos gratuitos de grupos amateurs de la región. Hay decenas de salas de jazz (aunque eso es algo relativamente habitual en Francia) y en cuanto al arte contemporáneo se refiere también hay varias galerías y un centro regional bastante importante (en cuanto a volumen y calidad, apparently). La universidad es bastante grande, lo que siempre potencia la actividad cultural.

El festival incluye una cincuentena de películas, prácticamente todas españolas, y numerosos actores y realizadores españoles vienen a presentarlas. No penséis que el cine español tiene gran difusión en este país, la gente normalmente responde “Almodóvar” a la pregunta de “¿qué cine español conoces?” y ya está. Así que imagino que esto será una buena oportunidad para dar difusión a nuevas películas que intenten entrar en el complicado mercado galo. También incluyen películas antiguas (Buñuel, Saura, Borau…) dentro de alguna retrospectiva o ciclo de temática específica y finalmente se entregan media docena de premios (del jurado, del público, joven, ópera prima, documental y corto).

Seis películas, seis, vi. Repasar la temática y los “tags” de todas ellas da un poco de vértigo. ¿Una radiografía de España? Ahí va.


Fin (2012), de Jorge Torregrossa
Adaptación de la novela de David Monteagudo (aún por leer). Es la película española que más se aleja del tópico patrio de todas las que vimos. ¿El argumento? Un grupo de amigos llegando a los cuarenta se reúne, después de muchos años sin verse, en una casa rural para rememorar viejos tiempos y ponerse al día. Primera parte. Segunda parte. Algo raro pasa en el mundo y el Apocalípsis llega. “There can be only one…”, sólo los elegidos sobrevivirán y al final, lo que verdaderamente importa, es el amor. Habrá que leer el libro para ver si David se hizo más o menos pajas que Jorge. No obstante, la historia pinta mejor para una novela. En la pantalla, los actores y los espectadores tuvimos que aguantar la inexplicable presencia del modelo Andrés Velencoso en la película. Eso sí que es un enigma por resolver…

Leo (2000), de Jose Luis Borau
Último largo de Borau, aunque ya hace más de diez años del film y Borau murió el año pasado. Icíar Bollaín y Javier Batanero bordan esta historia de polígono. Una historia de amor entre una luchadora (la “a” es correcta) y un prosegur. Pero ojo, no es cine social. Borau tiene un punto absurdo, como Kaurismaki (finlandés, humor finlandés…), que hace que sus historias resulten al mismo tiempo dolorosamente cercanas y absurdamente extrañas. De fondo, el polígono madrileño, el acento cañí, el café con churros, la cerveza y la virgen.

Eden à l’Ouest (2009), de Costa-Gavras
Este es el gazapo de las películas que vimos. Invitado de honor, presidente de la cinemateca francesa y amigo de Semprún, Costa-Gavras es medio griego y medio francés, pero nada de español. Tiene relación tangencial con el país por sus amistades y relaciones profesionales, pero tampoco su cine se asemeja al patrio. Es un buen invitado para el festival, conocido en Francia y respetado en el mundo del cine, pero eso es todo. Su película, es la enésima interpretación de la Odisea moderna, de esa persona del tercer mundo tratando de llegar al “primer mundo” para tener una vida mejor. Un viaje de aprendizaje y desencanto para el protagonista, y un viaje de arrepentimiento y vergüenza ajena para el espectador. Recuerda que todo lo que tienes, todo lo que disfrutas, es a costa de algún miserable. Luego sales del cine, te tomas una cerveza, cenas algo y te vas a acostar, porque la vida sigue y al día siguiente madrugas…

Grupo 7 (2012), de Alberto Rodríguez
Me gustó más de lo esperado. Me negué a ver esta película cuando todavía estaba en España, creo que únicamente por la presencia del insufrible Mario Casas, pero el caso es que esta historia de una patrulla de policía en la Sevilla Pre-Expo está muy bien contada y está representada por unos muy buenos actores (salvo el ínclito).

El trapo es la patrulla que limpia el centro de Sevilla de la droga, por encargo de unos políticos que quieren vender una ciudad moderna y al día, y la carnaza es la de siempre, la clase media mirando con miedo a la élite que pasa por encima de todo sin mancharse, y con desprecio a una clase baja que no tiene dónde caerse muerta y hace lo que puede por sobrevivir. No es una historia exclusiva de la península, pero la Giralda, los patios y la cruzcampo de fondo la hacen más nuestra. Merece la pena.

Los amantes pasajeros (2013), de Pedro Almodóvar
El director de cine llamado “Pedrooooooooooooo” quiso hacer una comedia desenfada, así, como las hacía antes. Pero no puede. En los años ochenta había mierda que limpiar, había ganas de reír y motivos para hacerlo, porque España era un sitio muy gris y muy feo, y los únicos que levantaban la voz era los cantautores y como que en los ochenta eran muy aburridos. El SIDA no existía, la heroína y la cocaína eran guays y todos éramos jóvenes y teníamos un cheque en blanco. En ese contexto, cualquier película de las primeras de Almodóvar es a la vez un dardo envenenado a todo lo anterior, y un caramelo muy dulce para todo lo nuevo. “Los amantes pasajeros”, por el contrario, es el humor visto desde el punto de vista de un burgués. Cuesta más hacer reír, y hay que tirar más del caca-culo-pedo-pis, aquí llamado coca-polla-teta-pis. Jack Nicholson dijo que después del 11-S sólo iba a hacer comedias. ¿Recordáis alguna? Pues eso. Sin embargo, el personaje de Cecilia Roth-Bárbara Rey contando cómo tiene grabados sus encuentros con el rey… Priceless.

Blancanieves (2012), de Pablo Berger
La más patria de todas. Triunfadora de los Goya, amén (¿). Película en blanco y negro y muda, parece ser que pensada antes que “The Artist”. Guión pensado para que Maribel Verdú se luzca hasta el extremo, y de fondo salen toros, flamenco, guardias civiles, perlas, mantillas, curas, cruces y seis enanitos. A blancanieves que le den. De pequeña es una maravilla pero de mayor para salida de un anuncio de compresas, todo la emociona hasta el extremo. SPOILER. Que no haya príncipe me parece bien, pero que se enamore de un enano… FIN DEL SPOILER. ;)

martes, abril 02, 2013

Nantes 2: Les nouveaux embauchés

Van entrando uno a uno, ordenadamente, en el edificio que tiene escrito “Accueil” en la fachada. Una vez allí dentro, se encuentran en una sala de unos veinte metros cuadrados llena de gente. Poco a poco van llenando los espacios libres y se van haciendo hueco unos a otros como ovejas en el redil. Al fondo, un mostrador en el que dos chicas no dejan de atender al teléfono, hablan por unos auriculares con micrófono y no levantan la vista de la pantalla. Pasa el tiempo y sigue entrando más gente que repite el mismo protocolo: sonríen al entrar, saludan, miran a toda la sala buscando una cara conocida y acto seguido, ante el silencio que obtienen como respuesta, borran la sonrisa, bajan la cabeza y buscan su hueco en el rebaño.

Pasa media hora desde que entra el último hasta que alguien viene a buscarles. Caras largas, bostezos, vistazos al reloj y, sobretodo, gente pegada a su móvil, mirando fijamente la pantalla como si al no hacerlo fueran a ser castigados.

- Buenos días a todos, sois todos nuevos, ¿verdad? Por favor, seguidme. –y todos siguen a la chica con pecas pelo cobrizo que se parece a la amiga de Snoopy con veinte años más. Fila india, algunos pequeños grupúsculos de gente que aparentemente ya ha comenzado tibias relaciones y cambio de edificio.

Dos pasillos y unas escaleras más tarde, los nuevos se encuentran en un pequeño salón de actos, con unas cinco filas de asientos acolchados y cabida para unas cien personas. Todos los asientos miran a una pared blanca a la que tres proyectores que cuelgan del techo apuntan. Les piden que se vayan sentando donde quieran. Por un lado de la sala lo pide la amiga de Snoopy y por el otro, tras una atril, habla otra chica con un increíble parecido a una cabagge patch kid. Todo el mundo se va sentando diligentemente y tímidas sonrisas se intercambian entre los vecinos de asiento. Una vez todos se han sentado, la muñeca repollo habla:

- Hola a todos y bienvenidos. Ante todo, disculpas por el retraso. No obstante, lo importante es que ya estáis todos aquí y que hoy es vuestro primer día en esta empresa. ¿Estáis contentos?... ¿Nerviosos, quizás? –nadie responde – Bueno, no os preocupéis. Todo irá bien. Lo más difícil ya ha pasado. Ahora ya sois parte de esta gran empresa, que como veréis, es una gran familia. O al menos así nos gusta verlo a nosotros, los empleados.

Se queda en silencio, mira a todos uno por uno, y cuando el silencio pesa ya demasiado sobre la sala y la gente empieza a mostrar su inquietud a base de leves carraspeos, continúa su discurso.

- Bueno, como ya sabréis, hoy es un día de toma de contacto. Por la mañana os haremos varias presentaciones de la empresa y distintos aspectos que debéis conocer sobre normativa de seguridad etcétera, después comeremos todos juntos y ya por la tarde vuestros respectivos responsables y jefes vendrán a buscaros. Ellos os enseñarán vuestro futuro lugar de trabajo y os presentarán a vuestros nuevos compañeros. ¿Alguna pregunta? Bien, imaginaba que no. Primero os dejaremos con un vídeo presentación de la empresa. Disfrutadlo y bienvenidos.

Algunos le dan las gracias a la chica mientras ella ignora al grupo y sube las escaleras hasta salir de la sala. En algún momento del breve discurso la amiga de Snoopy ya se ha ido. Se apagan las luces y los proyectos comienzan a reproducir la misma imagen por triplicado en la pared. Sale el logotipo de la empresa, y una música (¿juvenil?) empieza a sonar. A continuación, se suceden fotografías de gente sonriendo. Se deduce que son trabajadores de la empresa aunque no todos llevan uniforme. Poco a poco, las imágenes de la gente sonriente se van entremezclando con otras de la fábrica, tanto vista desde fuera como del interior. Así, imágenes de gente feliz se mezclan con fotos de edificios grises y aparcamientos para centenares de coches y con otras fotos de maquinaria industrial, tornos, fresas, cortadoras y demás maquinaria de control numérico. La música sube en intensidad y al final, tras atravesar una especie de agujero de gusano de colores, el logotipo de la empresa luce fulgurante por triplicado. Fundido en negro y se encienden las luces.

- Ahora, si os parece bien, hasta que llegue nuestro compañero para seguir con la presentación, podemos hacer una pausa y tomar un café. Venid conmigo.

Todos los nuevos contratados salen ordenadamente de la sala y siguen a la chica por el pasillo hasta la sala de café. Al pasar uno de los últimos, un brazo sale de la penumbra y lo agarra.
- Buenas Sr. Cocodrilo. –y se entrevé la figura de una mujer rubia, joven, vestida con traje de chaqueta y falda gris con raya diplomática, y camisa blanca –nos alegra tenerlo a bordo.
- ¿Soizic? –responde el hombre.
- No, pero no se preocupe, formo parte de su equipo. Me manda recuerdos para usted. –sonríe. –Escuche, Sr. Cocodrilo, tenemos un pequeño encargo que encomendarle. No es nada importante, pero estamos seguros de que podrá ayudarnos. Le prometo que no le supondrá ningún contratiempo y por otra parte, nosotros le estaríamos muy agradecidos.

El hombre, aturdido, no acierta a formular ninguna respuesta coherente. Se limita a indicar a la mujer con gestos que prosiga.

- De acuerdo. La empresa queda en deuda con usted. Estoy segura de que se lo sabrá compensar.
- Pero, un momento, ¿Qué empresa?
- Transparence, por supuesto –y la mujer se muestra sorprendida, como si hubiera tenido que decir algo demasiado obvio.
- Bueno… Dígame… ¿Qué debo hacer?
- Tenga este sobre. Dentro hay otro sobre y una tarjeta con una fecha y un lugar indicados. Deberá entregar el sobre del interior a una persona. Esta persona le reconocerá por un nombre en clave. Le preguntará “¿Qué tal está, Sr. Cocodrilo?”
- Un momento… ¿Sr. Cocodrilo? ¡Pero si ese es mi verdadero nombre! ¿Qué clase de nombre en clave es ese? Y luego… ¿Dónde tengo que llevarlo? ¿Por qué yo? ¿Por qué no un email? ¿Qué quieren de mí? –según se suceden las preguntas, aumenta la expresión de tensión en la cara del hombre.
- No se preocupe señor, todo irá bien. –la mujer le pone una mano en el hombro –Le aseguramos que este encargo no entrañará ningún problema para usted. Por otro lado, para nuestra empresa significaría mucho. Y por descontado, no olvidará su gratitud. –y aumenta levemente la presión sobre el hombro.
- Le dejo que continúe con su día de bienvenida en su nueva empresa. ¡Ah! ¡Y enhorabuena por el trabajo! –la mujer avanza por el pasillo dejando atrás al Sr. Cocodrilo y al sobre, sin mirar atrás.

El resto del día se siguieron las presentaciones (seguridad, salud e higiene, transporte, calendario laboral, Comité de Empresa…), todos los nuevos comieron juntos en el comedor, intercambiaron breves frases sobre su pasado profesional y sobre sus expectativas puestas en su nuevo trabajo, tomaron café sin ya mucho que decirse, volvieron a mirar las pantallas de sus teléfonos móviles y por la tarde cada uno se reunió con su futuro grupo de trabajo.

Al final de la jordana, la amiga de Snoopy y la muñeca repollo, que les habían acompañado durante todas las presentaciones, no dejaron escapar la oportunidad de preguntarse la una y la otra quién le habría dado aquel sobre al nuevo extranjero, y por qué no se había querido separar de él en ningún momento.