viernes, octubre 21, 2011

El Dilema Electoral

A estas alturas de la película, a un mes de las elecciones, nadie se pregunta ya quién va a ganar las elecciones, así que la única incógnita que queda por despejar es saber si el PP obtendrá mayoría absoluta o no.

Esa mayoría absoluta no se presenta como la solución a los problemas del país, puesto que uno de los últimos garantes que le quedan a las democracias de occidente, es precisamente el que los partidos de la oposición puedan, en un momento dado, pararle los pies a un gobierno al que se le vaya la mano.

Si atendemos a los telediarios, estas elecciones están marcadas claramente por factores económicos. Pero unos factores económicos que afectan directamente a derechos sociales como la asistencia sanitaria, la educación, las pensiones y el modelo de reparto de la riqueza. En medio de la crisis, los poderes económicos mundiales claman contra los Estados, y piden que para sanear los mercados se haga menguar a los entes públicos y se dote de mayor protagonismo al sector privado, único al parecer capaz de solventar los problemas de gestión, burocracia y corrupción endémicos de las empresas y organismos públicos. Y aquí parece haber dos posicionamientos claros, al menos en nuestro país: la derecha que apoya estas tesis y la izquierda… la izquierda que dice que no las apoya, pero actúa como si sí que lo hiciera. Y empezamos con los problemas.

Así pues, la primera opción de voto no parece muy… adecuada para la situación. Vaya por delante que me desvinculo del discurso victimista que amenaza con que la llegada de la derecha significará el fin del Estado del Bienestar; no creo que sean tan cocos, pero sí que me inquieta que personajes como E. Aguirre o A. Botella toquen tanto poder. Sus tesis políticas enraízan en la noción de que los mercados libres se autorregulan, que no necesitan reglas que los lastren y que en la vida todos tenemos igualdad de oportunidades, así que el que no tiene éxito es debido a que simplemente no quiere, o no sabe. Pues bien, esta idea es falsa, y tiene trampa. No todos tenemos igualdad de oportunidades en la vida; los ricos deben garantizar el acceso a los pobres a esos servicios básicos que son la sanidad y la educación, y las empresas privadas en ningún momento han demostrado ni ser menos corruptas, ni controlar mejor la corrupción que los organismos públicos. Confiar en estos axiomas no sólo no nos sacará de la crisis, sino que puede hacer más profundas aún unas diferencias sociales que en España empiezan a ser alarmantes.

Al hilo de este tema, no comprendo por qué cuando un concejal echa mano a la caja todos nos sentimos robados, y sin embargo cuando se trata de un directivo de banco y sus millonarias pensiones y finiquitos, parece que la cosa no va con nosotros y que no nos afecta.

Y la segunda opción, resulta mucho más dura de defender, en cierto modo. Una izquierda “renovada” por uno de sus más antiguos líderes, parece una izquierda lista para inmolarse. El sacrificio de Rubalcaba para que el partido renazca en cuatro años con Chacón al frente parece claro, quizás demasiado claro. Están cometiendo los mismos errores que Almunia en el año 2.000, tratando de movilizas a los votantes de izquierdas escorando su discurso, y alejándose de los votantes de centro, digamos. Sin embargo, los votantes de izquierdas están muy lejos de ellos.

Los llamados indignados que nacieron como apolíticos, han sido reconducidos poco a poco hacia la izquierda política gracias en parte a las maniobras nada disimuladas de la prensa de derechas, hasta quedar caricaturizados como un grupo de neo-hippies o de radicales, que desde luego no van a cambiar el mundo. Bendita renovación. En Egipto eran libertadores y aquí son simples pies negros. Por una vez casi me convence Sánchez Dragó, para el cual los indignados son “prefascistas, pero ellos aún no lo saben.” No deja de ser cierto en parte, puesto que apuestan por regenerar el sistema al margen del mismo, lo que así enunciado podría parecerse a los métodos de los líderes fascistas de la primera mitad del s. XX, y no dejan de ser una propuesta ademocrática o antidemocrática, con respecto a las instituciones (que no a la población). Claro que la afirmación tiene truco, porque entonces cualquier revolución pasada podría ser tildada de fascista… ¿Católicos fascistas? ¿Franceses fascistas? ¿Rusos comunistas-fascistas? Bueno, lo de Sánchez Dragó buscando publicidad cada vez que quiere publicar un libro ya es una tradición, pero no he podido resistirme a comentarlo.

Para terminar, no creo que en estas elecciones estén en juego algunos derechos sociales recién conseguidos por la sociedad española como puedan ser el matrimonio homosexual o la ley de dependencia (aunque los recortes económicos sí que pueden afectar seriamente a la segunda), y el derecho al aborto ni lo menciono porque ya lleva muchos más años instalado en nuestra sociedad. En estas elecciones nos jugamos que la educación vuelva a entregarse parcialmente a la Iglesia –tan necesitada de ingresos económicos-, que las coberturas sanitarias caigan en manos de aseguradoras ávidas de clientes, y que la forma de recaudar impuestos se oriente más a los indirectos (IVA, copagos, tasas escolares, etc.) o a los directos (rentas, patrimonio…) En resumen, que el país, en estas elecciones, tiene una difícil elección por delante: Se debate entre votar lo que no debe, y lo que no puede.

martes, octubre 11, 2011

American Psycho, de Bret Easton Ellis

No es la primera novela que leo del señor Ellis, ni la primera vez que hago un comentario sobre ellas, ni será la última. Y es que el americano, al igual que Houellebecq, tiene la habilidad de escribir sobre la vida contemporánea tal y como es. Sus descarnadas novelas no se limitan a ser meras ficciones sin conexión alguna con la realidad, sino incisivas descripciones de nuestras vidas. El vacío, la inexistencia de un sentido de la vida, la pornografía y el aislamiento servidos en bandeja. Hay que tomarlo en pequeñas dosis, pero el amigo Ellis siempre resulta revelador. Él nos ve.

American Psycho nos cuenta el atareado día a día de Patrick Bateman, niño bien de la capa más alta de Nueva York, que tras estudiar en Harvard pasa sus días entre su oficina de Wall Street, el gimnasio, el videoclub y sus citas con sus amigos en los bares de moda. Sus padres son dueños de medio Manhattan y él es rico, inmensamente rico. Por lo tanto, nunca en su vida ha tenido que trabajar ni esforzarse por conseguir nada. Es un niño bien superlativo. En la oficina en la que trabaja ni él, ni ninguno de sus compañeros, da un palo al agua. Las verdaderas ocupaciones de los de su clase son enterarse de cuál es el último local de moda en la gran Manzana, hablar de las últimas tendencias culinarias y machacarse en el gimnasio para, acompañados de una buena batería de cosméticos, parecer salidos de una película en cualquier momento del día. Sin embargo, el bueno de Patrick, tiene otros hobbies más íntimos.

Entre un J&B con hielo y el siguiente, good ol'Pat aprovecha el camino para acuchillar a mendigos, taxistas y niños. Y si la noche es aburrida o la coca que le han vendido está demasiado cortada con laxante, no problem!, siempre podemos llevarnos a dos putas a casa, someterlas a una sesión de mete-saca, mete-saca lo más explícita posible, y cuando llegue el momento de marcharse cada uno a su casa… “Me levanto y me dirijo al vestidor, donde, junto a una clavadora automática, hay una afilada percha, un cuchillo de carnicero oxidado, cerillas de Gotham Bar and Grill y un puro a medio fumar, y dándome la vuelta, desnudo, con la erección apuntando delante de mí, saco esos objetos y explico con un susurro ronco: 

- No hemos terminado todavía…”


Lo de la necrofagia y la necrofilia ya lo dejo para los estómagos más sólidos, que este blog se puede leer a cualquier hora del día.

En serio, son más de cuatrocientas páginas de un torrente de marcas de ropa, porno duro, especificaciones técnicas de equipos de vídeo y música, violaciones, críticas musicales a las discografías de Whitney Houston, Genesis o Huey Lewis and the News y torturas, escritas en primera persona, a modo de diario, y que llevan al lector hacia dos posibles salidas: o bien uno se pregunta a qué carajo está dedicando sus tardes libres, o bien termina sintiendo en sus propias carnes las acciones de Bateman. El texto es absorbente, pero no sólo por la cantidad de sucesos que relata, sino también por la propia forma de escribir de Ellis, que es desbordante. Cientos de nombres propios de personas y de locales, acompañados de otras tantas descripciones de menús exóticos y vanguardistas y absurdos (el sushi acaba siendo de mango y el postre de pollo; por momentos estamos en un delirium tremens) y vestimentas a la moda cuyo único objetivo es crear un ruido de fondo tan potente que aísle al lector y lo centre sólo en los pensamientos y sentimientos de Bateman.

Los personajes se confunden entre ellos, se cambian los nombres, y el propio Bateman narrador también confunde a los que le rodean, y confunde lo que nos cuenta hasta por ejemplo llegar a cambiar el nombre de un personaje en un mismo capítulo (aunque la edición que me he agenciado de “Grandes Best-Séllers” de El Periódico tiene más erratas que una redacción de María Escario en tercero de EGB, y esto podría ser una errata más, pero aún y así daría igual, porque sería una errata genial). Cuatrocientas páginas que dicen lo mismo, y sin embargo esas cuatrocientas páginas son absolutamente necesarias. ¿Para qué? Para que nos demos cuenta de que la novela va de otra cosa completamente diferente.

Como los neutrinos, las hazañas de Patrick Bateman te dan una colleja antes de que la veas venir. Mientras tú estás leyendo el día a día de un psicópata, lo que la novela nos está contando es algo totalmente distinto. Mientras tú estás sufriendo durante trescientas y pico páginas de ultra-violencia, la novela te está golpeando con algo completamente diferente. Mr. Bateman está vacío, se siente sólo, necesita atención desesperadamente y no sabe cómo conseguirla. No es bipolar, ni paranoico, ni esquizofrénico. Es un simple inadaptado aburrido. Como todos nosotros. Sus asesinatos espontáneos son como tus clases de guitarra. Sus violaciones, como las clases de inglés de los martes y los jueves; sus actos de necrofagia, son tus cervecitas con los amigos y sus chutes de coca y valium, un post a la semana. Al fin y al cabo, todo eso es lo que hacemos para llenar lo que nos sobra de tiempo entre que salimos del trabajo y llega la hora de acostarnos. Y si no nos llega, pues algo tendremos que imaginar.

miércoles, octubre 05, 2011

Wakefield, de Nathaniel Hawthorne

Me ha comentado un amigo que últimamente, uno se juega más la vida entrando en las oficinas de una editorial y diciendo:

- Me he comprado una KINDLE en AMAZON,

que pasando el detector de metales de la entrada de visitantes del Pentágono, y acto seguido, sacar una cimitarra de plástico y correr pasillo adentro a grito de “¡Alá es grandeeee!”

Y es que, exceptuando a algunos nostálgicos que siempre vamos a disfrutar de un buen tocho de páginas de papel llenas de palabras entre dos tapas de cartón, resulta inevitable aceptar que el futuro digital del libro, un libro que ofrezca al lector/espectador/actor muchas más posibilidades. Si el protagonista entra en un garito, en mi dispositivo electrónico empezará a sonar la misma música de piano, y se desprenderá un olor a tabaco y a rancio (dependiendo de la mala climatización que este tenga); si le regalan una caja de bombones a la cándida de la protagonista de la nueva novela póstuma de Corín Tellado, la lectora quiere oler ese mismo chocolate negro y si por fin la prota se casa, todos queremos escuchar campanas de boda mientras leemos con lágrimas en los ojos el párrafo final del relato. Querré ver los mismos vídeos de Youtube que los protagonistas, e incluso querré enlaces a páginas web que me permitan leer los mismos artículos que ellos leen y hasta por qué no, entrar en los mismos blogs, que habrán sido creados ad hoc para completar la novela, y crecerán y se completarán más allá de esta, de forma que a cada lectura de mi libro digital, el blog que lo completa podrá haber evolucionado y me estará ofreciendo una nueva historia. Y todo esto no es ciencia ficción. Los personajes de Belén Gopegui hacen búsquedas reales en Internet que yo mismo puedo repetir, por ejemplo. Pero el tema se ha llevado mucho más adelante, la interacción de una nueva forma de literatura con los medios digitales es ya una realidad. Y ojo, que todo esto no lo digo tomando parte.

Pero los libros de papel siguen plantando cara. Si por algo sufre el libro como producto comercial, y al igual que otros productos como las películas, es por no haber cambiado nada en toda su vida. Los que preguntéis que para qué tiene que cambiar un libro no habéis entendido mi afirmación; yo tampoco quiero que cambien, pero es inevitable que en plena revolución digital de los medios de comunicación, los productos evolucionen y ofrezcan al consumidor algo que antes no tenían a su alcance. Los mercados son así de crueles; no buscan el mejor producto, sino el más vendible.

Es bajo estas condiciones de contorno que uno comprende mejor la aparición de nuevas editoriales como Nordicalibros, que edita esta versión bilingüe e ilustrada –Premio Nacional de Ilustración 2010 para Ana Juan- del Wakefield de Hawthorne, o la editorial Reino de Redonda, que el ilustre Javier Marías utiliza para publicar sus caprichos literarios. Son editoriales dedicadas al libro como objeto de regalo, o de coleccionista. Ediciones cuidadas; prologadas (y doble-prologadas), anotadas, analizadas, ilustradas y epilogadas que se oponen a las ediciones de bolsillo como concepto de producto.

Pero ojo, que yo no creo que se contradigan, pienso que simplemente amplían la oferta del libro impreso, en un coletazo más por tratar de sobrevivir y no ser engullido por esos unos y ceros que todo lo fagocitan y todo lo convierten en un vídeo de catorce segundos o en una frase de ciento cuarenta caracteres. La vida puede que esté cambiando deprisa, pero no hace falta que nos pasemos, hombre. Yo no tengo prisa.



En cuanto al cuento en sí, Wakefield narra la historia de un hombre que un buen día, sin motivo aparente, decide desaparecer de su propia vida. Así, se muda a un piso alejado unas calles de su propia casa y permanece allí durante veinte años. Durante ese tiempo se dedica a transitar por las calles de su barrio como un extraño cualquiera; observa su propia casa, se cruza con su esposa sin ser visto ni identificado… Se limita a ser testigo de su propia vida, o más acertadamente testigo de los restos de su vida sin él. Un día lluvioso, sin embargo, empapado por el agua se encuentra frente a la que fuera su casa y decide entrar para secarse la ropa, como si no hubieran pasado veinte años.

Hawthorne fue contemporáneo y amigo de Melville, escritores decimonónicos americanos, parte del movimiento romántico. Padres de la literatura moderna ¡ala! Y el señor Wakefield es un Bartleby antes de Bartleby. Testigo de su propia vida, o más de su no-vida. Para él sus propios actos no tienen importancia, su único interés radica en observar a los demás, hasta el punto de desaparecer de sus vidas. No es un voyeur ni un vicioso, puesto que es reposado y sus actos carecen de maldad y perversión. El señor Wakefiel simplemente es un fantasma.