jueves, julio 28, 2011

CARACAS, AÑO 444, MES 0

La casualidad ha propiciado la coincidencia de estas dos efemérides: año 444 del nacimiento de la ciudad de Caracas, mes 0 de mi vida en ella. Coincidencia en la que por supuesto nadie a parte de mí ha caído y que sólo yo, protagonista de uno de los sucesos, podría poner en plano de igualdad, pero si os paráis a pensarlo es un gesto de generosidad por mi parte... quiero empezar con buen pie.

La cuestión es que llevo tres semanas en la ciudad y es momento de preguntarme si ya estoy adaptado. Evidentemente me queda todo por descubrir, pero no se trata tanto de evaluar mis conocimientos sobre el país sino de valorar mi grado de adaptación al medio. A nivel logístico las cosas no fueron complicadas, llegué con trabajo y casa así que el resto son pequeños ajustes que voy solventando a buen ritmo. El apartamento está bien, y vivo sólo por primera vez en mi vida, para algunos una pesadilla, para mí la quintaesencia de la felicidad. El trabajo es interesante en lo relativo a los análisis políticos del país, el diseño de estrategias y la elaboración de acciones en consonancia con los dos pasos previos. En cambio, la implementación de las acciones resulta un tanto mecánica y tediosa. Pero el equipo de trabajo en la oficina es fantástico, y en ese sentido soy afortunado. Luego está el tema del dinero, un tabú público, todos lo saben, todos lo utilizan, pero que no te pillen hablando de ello, y menos en el ejercicio de tu trabajo, de forma que las instrucciones que recibí a este respecto antes de llegar no fueron muchas. Si tenía un cabo suelto al llegar al país ese era el del cambio de divisas. Hace unos años el valor del Bolívar comenzó a bajar de forma extraordinaria, a lo que el Comandante respondió quitándole tres ceros al Bolívar en su cambio por dólares, y pasando a llamarlo Bolívar Fuerte. Así de fácil. Ahhh si los griegos pudieran hacer lo mismo... Esta medida fue acompañada de un férreo sistema de control cambio, vamos que aquí no puedes ir al banco y decirle cámbieme estos bolívares por dólares o euros”, de haber sido así los Venezolanos hubieran multiplicado por mil su capacidad económica, pero los bancos les hubieran dicho “va a cambiarte perres quien yo te diga, oyisti”, así, con acento de Noreña. Aunque hubiera estado bien que por una vez ganaran los ciudadanos, cuenta el historiador inglés Eric Hobsbawm en su libro “Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991que la inflación de entreguerras hizo que su padre se gastara el total de su jubilación tras toda una viuda trabajando en un café. Con Hobsbawn un amigo y yo iniciamos una curiosa tradición en la universidad, buscábamos un autor de referencia e interveníamos en clase cambiando el acento o la pronunciación de su apellido de forma exagerada, luego nos dedicábamos a ver cuantos prubinos se pasaban el año repitiendo la paletada. A veces creo que Pablo hace lo mismo con los pilotos de Fórmula 1. Pero me estoy yendo por las ramas, aunque parece lógico si como dice mi amigo Ale tengo la cabeza con forma de rama, que es la única explicación posible para entender la de paxiarinos que se posan en ella. Paxiarinos no, Ale, le dijo siempre, Accipiter gentilis, ya sabéis como los llamamos en Asturias. El caso, si cambias euros en un banco o pagas con tarjeta de crédito, esta ciudad es tan cara como Tokio o Moscú, un desfase. Afortunadamente existe el cambio paralelo, en el que multiplicas por dos el valor de tu moneda. ¿Pero quién es tan tonto como para darte bolívares a la mitad de su valor oficial? Gente que tiene cuentas en el exterior y necesita euros o dólares, porque como he dicho, aquí no puedes comprar las divisas extranjeras que quieras, ni mucho menos. Aún así, Caracas dista mucho de ser una ciudad barata.

Conocer y manejar los mecanismos de cambio era una cuestión fundamental, pero nada tiene que ver con estar instalado en una nueva ciudad. Yo, para sentirme en casa, necesito tener una rutina. Y en mi caso tener una rutina se limita a dos sencillas actividades: leer y hacer deporte. Una hora al día para leer, una hora al día para hacer deporte, no necesito más para ser feliz, con eso puedo llamar “hogar” a cualquier sitio. Al día siguiente de llegar ya estaba corriendo por el parque del este, epicentro de mi actividad deportiva durante la semana. A los ocho días de llegar corrí mi primera carrera, 10km, 43:54, entre 60 y 75 segundos más de lo que esperaba, pero no está mal teniendo en cuanta que el recorrido no era nada llano y que hacía mucho calor. Y eso que la carrera empezó a las 7 de la mañana, pero ni con esas. Claro, a esas horas salí de casa sin dorsal y sin chip, bastante que me acordé de poner las bambas. Afortunadamente en este país dan la camiseta cuando recoges el dorsal y no al final de la prueba, menos mal porque todo el mundo sabe que los atletas amateur corremos única y exclusivamente por la camiseta conmemorativa y los favores sexuales que creemos esta nos va a granjear (mmm, corriste la san silvestre vallecana mmm poséeme...). Difícil pero no imposible, sin embargo en previsión de no cumplir tales expectativas, la organización premió a los participantes con el impagable aliento de las chicas “rexona” a un kilómetro de meta, a sus falditas cortas, a sus labios carnosos, a sus pompones rosas rasgando el aire les debo un último kilómetro a cuatro minutos. Hay tanto que aprender de este país. Y por si fuera poco, en la meta nos esperaban las chicas “Dove”, con sus camillas y sus cremas dispuestas a masajearnos como si no hubiera mañana. En serio, tanto que aprender. Dentro de 10 días tengo una carrera de montaña por el Ávila, 12km partiendo de una cota de 1000m y acabando a 2100m, va, un desnivel acumulado curiosín. Creo que puedo decir que ya he conseguido incorporar el deporte a mi día a día. Con la literatura me costó más, me pasé casi dos semanas si leer una página, pero desde el pasado fin de semana he cambiado la tendencia. A ello ha contribuido conocer a Rodrigo Blanco Calderón, joven promesa de las letras venezolanas y profesor de teoría de la literatura en la universidad central de Caracas, me he comprado uno de sus libros de relatos y en septiembre me incorporaré a algún curso de la facultad. La lectura de “Las rayas” me ayudó a recuperar el ritmo y ya he logrado un espacio diario para literatura, lugar que ya han ocupado Herta Müller y Tabarovsky, Massiani espera su turno. Por tanto, también he encajado esta pieza.

En resumen, ya no sólo vivo en Caracas, ahora resulta que también es mi casa.... hay que joderse.

¿Y las mamellas? Bien gracias.

sábado, julio 23, 2011

Calorama

Abro los ojos. Tardo un instante en darme cuenta de que estoy despierto, justo cuando mi sistema nervioso se reactiva y siento toda mi espalda húmeda. Un calor sofocante invade la atmósfera y parece como si hubiera menos oxígeno de lo normal en el aire. Giro la cabeza a un lado, y tengo que pulsar un botón para ver que el reloj de la mesita marca las 2:04. –giro la cabeza al otro lado y adivino un bulto oscuro que yace a mi lado y respira profunda y pausadamente. Por detrás, la puerta que da al balcón está abierta. Y más allá, se oye llorar a un bebé.


Me vuelvo a despertar, el sueño ha sido ligero y no he conseguido dormir mucho. Miro el reloj de nuevo y esta vez marca 3:14. “Pi”, pienso, y cambio de postura para ponerme de costado ya que mi espalda está totalmente empapada. A mis oídos vuelve a llegar el llanto del bebé pero queda eclipsado por unas risas estruendosas, que intuyo son las que me han despertado esta vez. Las risas duran unos minutos más, vienen de uno de los pisos del otro lado del patio pero desde la cama no alcanzo a ver cuál es. Sólo calman cuando una voz de mujer suena en todo el patio:

- Silencio, respetad a los vecinos.

Las risas cesan, y una voz indignada las sustituye:

- Vamos, ¡estaría bueno que me manden callar en mi propia casa! –y las risas se renuevan. Al parecer hay un personaje en la televisión que es muy gracioso, o patético, o ambas cosas a la vez. Pero la voz misteriosa vuelve al ataque:

- Si no os calláis, ateneos a las consecuencias –y por fin puedo volver a cerrar los ojos.


El bulto que duerme plácidamente a mi lado sigue imperturbable, sumido en un sueño que se me antoja inalcanzable. “Sueño con un sueño.” Los llantos de bebé parecen haberme vuelto a despertar, pero esta vez los acompaña una voz de hombre:

- ¡No puedo más! ¿Me entiendes? ¡Ya no lo puedo soportar! –y mientras el bebé sigue llorando de fondo, transcurre el tiempo suficiente para que una voz inaudible responda, hasta que el hombre responde:

- ¡Te digo que no lo aguanto más! O los callas tú o no sé qué hacer…

Por fin decido levantarme de la cama, me quedo sentado unos segundos, me doy cuenta de que tengo que respirar hondo para poder sentir aire en mis pulmones. No sé qué temperatura puede haber, pero la suficiente para no poder dormir, salvo para el bulto, que no se queja, y que se sigue meciendo con su suave respirar.

Camino hasta la cocina, cojo un vaso, abro el grifo y dejo correr el agua. Dejo que pasen unos segundos, lleno el vaso y al beber tengo que escupir el agua, debo haberme equivocado porque está caliente. Vacío el vaso, abro el otro grifo y dejo que vuelva a correr el agua, pero no tarda en asomar el vapor de agua. Parece que sólo tenemos agua caliente. Me asomo al balcón y observo todos los pisos del vecindario. Todos tienen las luces apagadas y las ventas abiertas, todos esperan que entre algo de brisa por sus ventanas, pero todo lo que conseguimos son amenazas y llantos y risas y calor. Una noche así no parece real, y que el cielo en lugar de negro sea naranja no ayuda a cambiar de opinión.

Me salgo del balcón y me dirijo al cajón de las medicinas, a ver si encuentro algo que me pueda ayudar a descansar, pero no hay suerte. Omeprazol, paracetamol, sintron, aero-red, antibióticos, dylar, gasas, metamizol (caducado), un envase sin etiqueta pero lleno de pastillas blancas, caramelos de menta, espididol (caducado), plantabén, aspirinas, cremas varias, aután (caducado) y por último, al fondo de todo el cajón, un bote de betadine abierto que ha impregnado medio cajón con una capa roja ahora ya seca y parece una grande y oscura mancha de sangre seca. “¿Quién guardaría sangre en un cajón?” Meto todas las medicinas de nuevo en el cajón salvo las caducadas, y me vuelvo a acostar. Antes de cerrar los ojos miro la hora: 5:34.


No me sorprende abrir los ojos de nuevo, pero sí que me extraño al ver la hora: las 4:42. Juraría que antes era más tarde, y es que la noche se me está haciendo eterna. Me giro, y en lugar del familiar bulto a mi lado duerme un gato persa, blanco intuyo a pesar de la reltiva oscuridad, hecho un ovillo y con expresión de felicidad. Respira profundamente. Mi oído se despereza entonces, y escucho nítidamente las risas de un bebé junto a las otras, las de antes, pero en lugar de reírse de alguien de la televisión parecen estar burlándose de un hombre mientras este se lamenta: “¡no lo soporto más! ¿Por qué os reís de mí?” Desde otro piso una voz avisa: “Atente a las consecuencias, te habíamos avisado.” Me compadezco del hombre y cierro los ojos.


Me despierto otra vez, ahora porque algo me golpea la cara. El bulto que dormía plácidamente a mi lado, ha resultado ser una mujer, posiblemente mi compañera. Se ha cambiado de posición y me ha atizado con la mano, aunque parece no haberlo hecho a propósito puesto que duerme, o eso parece. Miro el reloj y marca las 5:58, casi he conseguido superar la noche. Por primera vez, ningún ruido parece perturbar la tranquilidad, así que una vez el bulto ha vuelto a encontrar la quietud, yo vuelvo a cerrar los ojos; y espero que sea la última.


Y de nuevo: vuelvo a despertarme. Miro la hora pero no sé cuál es, ya que el reloj tan solo dice ER:RO. Trato de cerrar los ojos, me cambio de posición, doy vueltas en la cama sobre mí mismo y no consigo conciliar el sueño, parece que mi cuerpo ya ha alcanzado el amanecer. Resignado, me levanto de la cama dejando atrás al bulto, que sigue disfrutando de un reposo que se me antoja inalcanzable; me dirijo a la entrada del piso y cojo unas llaves y la cajetilla. Subo las escaleras un par de pisos, abro la puerta y salgo a la azotea. Ante mí y bajo el cielo anaranjado se presenta toda la ciudad. El horizonte vibra y se derrite por culpa del calor. Saco un cigarrillo y este se enciende al contacto con el aire, le doy un par de caladas e inspiro profundamente. Miro a mi alrededor y la ciudad, al contrario que yo, parece dormir profundamente, como el bulto. Busco el sol hacia el este, pero todavía no ha salido. Tampoco se insinúa su aura y sin embargo, un neón rojo que jamás había visto brilla con intensidad a unas pocas manzanas en esa misma dirección. Se diría que él sólo es el culpable del color del cielo, de la temperatura y de mi falta de sueño. Una gran estufa, una sola palabra que lo enciende todo: CALORAMA.

lunes, julio 18, 2011

Una de Fourteneers

- Aquí es muy típico hacer Fourteneers, igual podíamos hacer alguno.*
- Alguno?! Tu yes margarito o que? Cagonmimaquina, esos hágolos yo de dos en dos.*

*traducido del inglés

Pues con esta conversación empieza la historia que os quiero contar hoy. Cada lugar de la tierra tiene sus cosas mas típicas, sus símbolos oficiales u oficiosos. La cuesta del cholo en gijón, la puerta del sol o el oso y el madroño en la capital, las ratas neoyorquinas, los rednecks en Texas, los atletas de élite en Boulder, y en Colorado tenemos los Fourteneers. Según mis cálculos, 14000 pies equivalen a unos 4200 metros, con lo que estamos hablando de montañas serias, en las que normalmente sigue habiendo nieve en verano, y a las que se llega tras ascender una media de 1000 metros de desnivel (salvo 2 a los que se puede ir en coche, Pablo conoce al menos uno). Hay algo mas de 50 en todo el estado, y la gente de Boulder y alrededores, en vez de irse a tomar unas cañas el viernes y dormitar la mañana del sábado pues se levanta a las 3 de la mañana y se va al monte. ¿Y por qué tan pronto?, os preguntaréis con razón. Pues porque en verano hay altas probabilidades de que aparezcan tormentas repentinas, cosa que no es muy agradable cuando estás por encima de la línea de los árboles.

Y como donde fueres haz lo que vieres, pues entre el sábado pasado y ayer hemos hecho 4 fourteneers. Con truco, eso sí: las dos rutas que hicimos incluían dos picos cada una. Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento. O no.

Día 1: Grays-Torreys

El día comienza con el despertador sonando a las 4 de la mañana. Desayuno fuerte, nada de mariconadas, que nos espera un día largo. Nos juntamos a las 4:45, 8 valientes y valientas que diría la exministra, y partimos hacía el Front Range, los montes más cercanos. El grupo, 4 chicas y 3 chicos (algunas cosas van a mejor en este país) es heterogéneo: hay representación Americana, Española, Alemana, Vietnamita, Pakistaní y Rusa, que recuerde.

Como vale más una imagen que mil palabras, pues aquí tenéis: vistas del camino hacia la primera cumbre, ya cerca.



un ejemplo de las vistas desde la cima de Greys, la primera cima, mirando hacia Torreys, la segunda.


Y viceversa una vez llegados a Torreys:

Un gañán en la nieve

y una foto de grupo pa que veáis que no me inventé lo de las 4 chicas


Y diréis, buah, menuda mierda que nos estás vendiendo, esto hazlo mi primu tos los díes en Asturies. Y yo os contesto primero que os calléis la puta boca y me dejéis contar la historia, y lo segundo que esti ye el único sitio del mundo en el que cuando vas subiendo a 3900 metros con la lengua fuera y sin respiración, te pasa un tipo corriendo. Así esta el tema.


Aquí podéis ver el resumen del día:


Día 2: Bierstadt-Evans

Bueno, el otro día hicimos una rutita de nada, 12 kilómetros, 5 horitas, Clase 1 y casi sin Exposure. Ahora vamos a hacer una un poquito más seria. Clase 3 y exposure 3:

Moderate exposure along the immediate route. It should be avoidable with some slow hiking or scrambling.

Mmm scrambling, que significará eso exactamente para estos tipos. Pues nada, salimos prontito, esta vez un grupo de 13 personas, y a las 6:30 estamos caminando con un paisaje mucho menos rocoso y más bonito que el del otro día.


y foto del numeroso grupo


Bierstadt es fácil, y hacemos cima algo cansados pero nada más que tardamos hora y media.


Y empieza lo divertido. De los 13, 9 decidimos seguir adelante. Hay que cruzar una cadena de picos más pequeños que unen la cima de Bierstadt con el camino que lleva a Mt. Evans, el segundo objetivo. Esa unión se denomina Sawtooth, por razones obvias, y es la que le da la dificultad a toda la ruta. Aquí tenéis una vista del Sawtooth desde la cima de Bierstadt antes de empezar a bajar.


Nunca me había visto en una de estas, y es difícil de describir: hay que trepar constantemente entre rocas, no hay nada que se parezca a un camino. Ya no es andar. Hay que poner mil ojos, donde pongo el pié, resbala esto, siempre con las manos apoyadas, esta opción a dónde me lleva, luego lo voy a tener más difícil si voy por aquí. Para neófitos como yo, una odisea que requiere concentración, mucho esfuerzo físico y el corazón a 150 pulsaciones. Tardamos una hora en avanzar muy poca distancia. Y llegamos a la parte final del Sawtooth: aquí ya no tengo fotos porque la verdad estaba preocupado de otras cosas, así que os pongo una foto de la página web donde recomiendan cómo hay que subir.


Eso en mi pueblo ye escalar sin cuerda. Vale, un 5 muy bajo, pero escalar. Y sin cuerda. Pero los oriundos suben que se las pelan, pues yo también, que no se diga. Duro y asusta, pero mentiría si dijera que no lo pasé teta. Tras esta escalada, llegamos a la parte de la ruta que da al Este: muy inclinada y expuesta, en la que un mal paso te lleva al precipicio. Es raro dar un mal paso, pienso, y me olvido de la mujer que murió aquí hace 3 semanas. Qué coño, voy con uno de Colorado que va en vaqueros y converse, y trepa por las piedras como si su padre fuese una cabra montesa. En fin.

Aquí tenéis una foto de cómo se ve desde arriba, justo al terminar. Se aprecia una parte del "camino" al borde del precipicio.


El corazón a 200, adrenalina a tope y la sensación de superación y euforia que te invade. Merece la pena. Aunque siempre, siempre con mucho cuidado y atención, no es cosa de broma.

Y eso fueron las 5 primeras horas. Luego llegamos hasta la cima de Evans, la altura empieza a hacer mella en mi, me duele la cabeza, los hombros de llevar la mochila y empiezo a estar hasta los cojones de los hikings, las rocas y la madre que parió a Colorado. Eso hacen un total de unas 7 horas. Y ya no tengo más fotos, porque no me apetecía sacar el móvil. A las 8 horas y 45 se me acaba la batería, tras bajar por un gully lleno de guijarros y bastante peligroso por cierto, en parte debido al cansancio y la falta de atención.

Y las últimas 2 horas las pasamos caminando por un sitio en el que debía haber un trail, pero en su lugar hay una ciénaga inmunda llena de barro y mosquitos de la que tengo recuerdos borrosos y que recorrí cagándome en todo lo que se me ocurrió más o menos a taco por minuto. En inglés solo era a suspirar y decir Fuck. Bendita riqueza del castellano.

Llegamos al coche 11 horas después de haber salido, y yo ya habiendo superado ese límite a partir del cual el cuerpo entra en automático y simplemente es capaz de seguir y seguir hasta que sea necesario.


Un día un poco largo, la verdad, pero increíble la experiencia del Sawtooth, la sensación de proeza y la felicidad. Un día largo, pero excepcional y estupendo. Salvo por lo de la ciénaga inmunda.

Ahora nos espera Longs Peak, espero que solo sea un nombre...

martes, julio 12, 2011

V

Suena la cabecera y uno ya intuye dónde se mete… en los ochenta. Pero mejor aún: ¡en los ochenta con naves espaciales! Ese uuuuhhhh… de las naves de los visitantes marcó un antes y un después en los sonidos de los medios de transporte.



La premisa es conocida, y resulta prácticamente imposible reventar el argumento: Por fin unos extraterrestres llegan a la tierra en unos inmensos ovnis en son de paz, o al menos eso dicen estos seres antropomorfos, semejantes a nosotros, y que simplemente parecen humanos del mañana. Pero la realidad es mucho más dura, y la metáfora muy simple: bajo la piel, los visitantes esconden su verdadera apariencia. Son lagartos que comen cobayas, hámsters y lo que se tercie.

Unos pocos humanos descubren sus verdaderas intenciones, puesto que no vienen en son de paz, no. Vienen porque en su planeta no hay comida: vienen a comernos a nosotros. Esos pocos humanos (en su mayoría científicos), lo tienen difícil, ya que la inmensa mayoría de la población humana los recibe con los brazos abiertos. Lo que yo os decía: la masa es idiota. Así, estos pocos rebeldes forman la resistencia ante la invasión de estos seres que no cuentan toda la verdad… y ya tenemos argumento para una serie. Hasta aquí todo va bien.

Luego los visitantes deciden atacar a los incómodos rebeldes a base de enfrentarlos al resto de los humanos a grito de “¡son científicos! ¡Son malvados! ¡Quieren sus inventos sólo para ellos!” y la gente se lo cree. A partir de este punto en tu vida, da igual que seas biólogo, paleontólogo o MIR, como lleves bata blanca la has cagao, eres científico y vamos a por ti. Resultado: todos los rebeldes se van a la clandestinidad, y los científicos roban microscopios. Y todavía estoy entretenido.

Primero se editó una miniserie de dos capítulos y luego otra de tres llamada “La Batalla Final”, y aquí están los mejores momentos de la serie. Los rebeldes practican una guerra de guerrillas frente a los visitantes y a los humanos que se alían con ellos, mientras la estética pseudo-nazi de los lagartos lo invade todo: tienen uniformes guays, y eso siempre está bien. El bien lucha contra el mal por el bien de todos y a pesar de todos: la historia no es nueva y tampoco hace falta; la serie se ve bien a pesar de Donovan, el héroe con los pantalones más apretados de la escena del cine y que te deja inconsciente con una mera colleja, y Julie, la guapa heroína, que tiene una cara de monja arrebatadora. Ni cuando la besan parece motivada la chica.



Muy lejos, al otro extremo del libidómetro, está Diana (“Dayana”). Una de las malas más míticas de la tele cargada de laca hasta los dientes, esta mujer-lagarto, medio mantis, se pasa por la piedra a medio ejército visitante. Eso sí, todo el que yace con la jefa, acaba muriendo; mal negocio. Ella sola le pone gracia a la serie, pasando de ser científica, a militar, hasta que acaba por hacerse con todo el cotarro. Bien por ella. Además, nunca la matan y sus planes tienden a fracasar justo cuando está a punto de conseguirlo. Hasta me conmueve.

A la laca y a los paquetes hay que sumarle otro problema: la falta de ideas. Los guiones empiezan a languidecer, hasta el punto de que un intrigante cruce entre una humana y un visitante se convierte en “la niña de las estrellas”, una niña con poderes mágicos, que a las dos horas de aparecer ya es adulta; requisitos del guión y ventajas de ser medio-algo. Total, que entre las idas y venidas de los buenos, se equivocan y Dayana les secuestra a la niña. Esta, se pasa un capítulo entero diciendo “pritinama” o “pretinama” y cuando nos enteramos de lo que significa ya es demasiado tarde; la niña está diciemdo “paz”. Y esto empieza a oler mal.

Acaba la segunda miniserie con todos los visitantes muertos gracias a unas esporas que hemos descubierto que les matan, “el polvo rojo”, y para entonces los malos ya se han revelado como lo malos que son y no nos importa echarlos del planeta. Dayana, como no, sobrevive.



Ahora, cuando esto está terminando, coge la mala una nave chiquitita, vuela hasta la cara oculta de la luna, y allí ocho naves todo grandes nos esperan, dando lugar a una nueva temporada de 19 capítulos de cuarenta minutos, cada cual más soso. Ya sabemos qué son los visitantes, así que ejercen una represión sin ton ni son. La resistencia, por su parte, desbarata a plan por capítulo los planes de los extraterrestres con una facilidad pasmosa. Donovan reparte puñetazos mientras Dayana reparte miradas de rencor a propios y extraños, ¿el momento estelar? Cuando un actor cuyo personaje había muerto quince capítulos atrás, reaparece al grito de “soy Philip, el hermano gemelo de Martin, y he venido a vengar su muerte”. Fantástico, tiene un cierto aire shakespeariano.

Créditos finales, sabor agridulce y la sensación de que las miniseries bastaban para pasar un buen rato y quedarse grabadas en el imaginario popular, y sin embargo no puedo dejar de pensar en otra versión más nuestra