Distinguía el crítico John Clute en su fantástica obra “Enciclopedia de la ciencia-ficción” entre auténtica ciencia-ficción y protociencia-ficción. Más allá de temas y estilos comunes, la segunda carece de conciencia de identidad. La ciencia-ficción nace en los folletines y pulps de principios de siglo, a la vez que las revistas de nicho, los aficionados que pronto serán fandom y cierto tufo a entretenimiento marginal, del populacho y escapista. La ciencia ficción nace cuando Hugo Gernsback le da nombre; pero un siglo antes, la protociencia-ficción vestía los mismos trajes sin un espejo al que mirarse. La guerra de los mundos, Una princesa de Marte, El mundo perdido, De la tierra a la luna; y mucho antes que todos ellos –la primera en lo que por muchos años fue un club eminentemente masculino- Mary Shelley con Frankenstein.
De entre los escritores de cómics de ciencia-ficción americanos, Warren Ellis es el capo mayor. Ellis es un escritor cerebral. Se conoce bien la historia y la teoría del género. De cuanto lee anota, disecciona, analiza, clasifica, guarda como referencia futura. No está interesado en la brillantina y los adornos, en las naves espaciales y los futuros apocalípticos (aunque patina hacia la tecnofilia con sus temas fetiche cada vez más a menudo: modificación corporal, el viaje espacial, teléfonos móviles…). Ellis sabe que la ciencia-ficción es un género especulativo. Cuando nos preguntamos “¿qué haríamos si…?” una y otra vez, en mil escenarios distintos, realmente podemos reducir la pregunta a “¿quién somos?”. Hablando del mañana que será, del pasado que pudo ser o del presente que puede estar ocurriendo ante nuestros ojos cerrados, hablamos en efecto del aquí y ahora. Escapamos en las historias para al final volver atrás.
No es de extrañar que cuando decide hacer en Frankenstein’s womb un cómic sobre el nacimiento de la famosa obra, decida conjugar múltiples elementos íntimamente emparentados. Asistimos al nacimiento de la edad contemporanea, del racionalismo y la ciencia, con sus milagros y sus monstruos -ficticios y carnales- y sus ideologías y tinieblas de superstición; y en paralelo a la extraña vida de Shelley, Shelley y Byron, enhebrados en ese momento de la historia de manera única, hasta confundirse la casualidad y la conspiración, y ser difícil distinguir si fue la recién nacida época la que les marcó o ellos quienes catalizaron su venida al mundo. Por si esto no fuera suficiente, da una vuelta más de tuerca. Shelley es la primera escritora de ciencia-ficción porque conjura visiones imposibles del futuro para explicar su inexplicable presente. Y así como tal persona sólo pudo aparecer en una época convulsa y extraña, una literatura así sólo comenzó existir de la mano de la nueva era, en la que todo se acelera, los milagros y las pesadillas están al alcance del hombre y más que un moderno prometeo parece un moderno Dios, comandando el rayo y dando vida. Es entonces cuando ha de mirar mucho más lejos y en todas las direcciones a su alrededor para entender su lugar en el universo.
Ellis defiende, en resumen, que la ciencia-ficción es la literatura más consustancialmente del “ahora” que existe, porque el espíritu que la mueve es el mismo -a partes iguales asombro, duda, alienación y potencial infinito- que el de la época que nos ha tocado vivir. Nada más apropiado que presentar esta hipótesis en un tebeo como este. Ya la portada retrotrae a los primeros tiempos de la ciencia-ficción como literatura con conciencia de clase, con ese “A graphic novella” tan de revista añeja. Pertenece a la serie de cómics Apparat, en los que el autor intenta reinventar en historias breves géneros que comapartieron época y publicación con los futuros dominadores, la ciencia-ficción, la fantasía y los superhéroes. El ejercicio que plantea la línea Apparat es, ¿podemos imaginarnos nuestro paisaje cultural si las historias digamos de detectives hubieran seguido marcando la pauta? Interesante como es dicho ejercicio mental, también sufría grandes limitaciones por el formato elegido, y en las últimas entregas –este Frankenstein’s womb o la recreación histórica-tarantiniana Crecy de la famosa batalla- plantea una pregunta alternativa: ¿podría un formato alternativo haber marcado el cómic americano? 48 frente a 24 páginas, lomo frente a grapa, autoconclusivo frente a serializado y, sobre todo, con temas y géneros infinitos frente a la hegemonía del superhéroe.
Libre de seguir al pie de la letra los cánones de este o aquel género, esta es fácilmente la mejor de todas las de la línea y una de las mejores que ha dado el escritor en los últimos años. En gran parte el mérito pertenece al dibujante Marek Olecksicki: atmosférico, ominoso, crepuscular, excelente en la ambientación y en la expresividad de los personajes. Al fin un dibujante que logra apartarse del estilo de la casa de la editorial Avatar, limpio y detallista, pero no recargado y excesivo. Sin disimular las carencias técnicas con una erupción de cristalitos, arrugas de la cara y mechones de pelo. Algo falto de un estilo más personal, pero muy prometedor, y en perfecta sintonía con el guión.
De lo que podía haber sido un entretenimiento breve o un curioso experimento técnico, acabamos con una gran historia. Y si os pica la curiosidad, no está editado en España, pero Internet proveerá.