martes, septiembre 27, 2011

Narraciones, de Jorge Luis Borges

Acabo de leer la recopilación de relatos de Borges editada por Cátedra, y tengo que decir que aunque no indiferente, me han dejado un poco frío. (Me escondo bajo la mesa, espero a que el prócer de la literatura se levante de su tumba y venga a sacudirme con su bastón seguido de su horda de feligreses incondicionales pero nada ocurre. Me reincorporo y sigo escribiendo).

Hace ya mucho tiempo que el librito negro de Cátedra Letras Hispánicas rondaba por casa, y hace menos tiempo que leí los primeros cuentos del libro, pero me quedaron por leer más de la mitad. Pasar media hora en el autobús para ir al trabajo cada mañana y otra media para volver, parece adaptarse estupendamente a la lectura de cuentos, excusa perfecta para terminar lo que una vez dejé empezado pero no tanto para leerme el prólogo de Marcos Ricardo Barnatán, absoluto hooligan pro-Borges, escritor y biógrafo del maestro argentino pero, por encima de todo, fan. El prólogo del librito parece un artículo de Marca hablando de Mourinho, por dios. ¿Antes y depués de Borges? Antes y después de Borges no hay nada, Borges es Dios.


El caso es que al margen de los méritos que se le atribuyen de forma incuestionable al maestro argentino (ya se sabe, menudencias como revitalizar la literatura latinoamericana gracias a la introducción de influencias europeas, lo que supuso la entrada en la literatura del s. XX para todo un continente), sus textos aunque breves, me resultan excesivamente recargados; diría que innecesariamente recargados. Cultismos, referencias constantes, símbolos no aptos para no iniciados y más referencias y construcciones sintácticas retorcidas y espera, otra referencia. Leer a Borges es como ir a un concierto de Jazz, ellos se lo están pasando mucho mejor que tú, no tocan para ti, y uno diría hasta que tocarían mejor sin ti sentado frente a ellos. Pues lo mismo me pasa con Borges. Creo que no necesita lectores, que sólo escribía para sí. Borges no me quiere.


Por otro lado, hay que admitir que las ideas que inspiran sus relatos son soberbias: un mapa de escala uno a uno que se adapta fielmente al terreno que representa, una biblioteca infinita cuyos volúmenes recogen todas las posibles combinaciones aleatorias de caracteres escritos, y por lo tanto, también contiene todas las obras jamás escritas por el hombre (además de infinitos libros que simplemente recogen series repetidas y carentes de sentido de caracteres aleatorios), un hombre inmortal que esconde su condición a través de los tiempos y se convierte en un testigo imperturbable de la especie humana, un chaval que memoriza cada fragmento de su vida vivida y ha de lidiar con esa pesada carga, o unos hermanos cuyo amor y respeto mutuo son superiores al amor que puedan profesar por cualquier otra persona, hasta límites insospechados… Casi todas las premisas de sus relatos son excelentes, casi sobrecogedoras, y sin embargo… Las despacha en doce páginas de intrincadas frases.

Parecido me pasa con Ray Loriga, al que siempre he admirado y sus lecturas han inspirado algunos de los textos más decentes que he compuesto (inspiración de estilo, no de contenido). Pero Loriga es un escritor de frases, no un escritor de novelas. Pasar de las trescientas páginas le resulta imposible (lo cual en principio no tiene nada de malo, ojo) y sus narraciones están fragmentadas, habitualmente, en brevísimos capítulos, lo que a veces hace que sus novelas resulten entrecortadas, como si fueran una continua sucesión de posts, pero a veces un tanto inconexos. Empero, sus frases y aforismos son superiores. Con esto quiero decir que no pretendo infravalorar a Borges. Entiéndase mi crítica una vez aceptado que el argentino es uno de los mayores culpables de la evolución de la literatura en el siglo pasado, y que sus influencias se han ramificado hasta el infinito y que algunos de sus cuentos son sublimes (La intrusa, El otro, El Evangelio según San Marcos o El libro de arena, por ejemplo). Pero al terminar la recopilación de relatos me queda el regusto amargo de que La Invención de Morel, de su amigo Bioy Casares, prologado y calificado como “relato perfecto” por el propio Borges, me sacie más que sus cuentos, cuando precisamente no es sino uno de ellos, misma temática, misma forma de relatar, Borges está ahí; sólo que el cuento de Bioy se me antoja más elaborado, desarrollado, extendido. Quién sabe, quizás lo único que necesito es más Borges.

lunes, septiembre 19, 2011

Relato soñado, de Arthur Schnitzler

“Ningún sueño es totalmente un sueño”, amenaza uno de los personajes hacia el final de este relato, y podemos añadir que ninguna fantasía es del todo fantástica, y más allá aún, que ningún flirteo es totalmente inofensivo. El deseo llama y tienta, y muchas veces produce más placer que la propia carne. De eso nos habló el bueno de Arthur.

Schnitzler pertenece a un grupo de novelistas de Europa del Este (Austria y Hungría principalmente), judíos todos ellos, que le dieron una vuelta de tuerca a la novela del s.XIX a principios del siguiente siglo. Él, junto a Sandor Marai, Josep Roth, Stefan Zweig y otros. Mientras tano en los EEUU, los Hemingway, Miller (Arthur), Scott Fitzgerald o Faulkner, ya estaban reventando la literatura. Estos judíos europeos guardaron temáticas y estructuras más tradicionales en sus textos que algunos de sus contemporáneos, pero fueron capaces al mismo tiempo de ser notablemente distintos a sus predecesores rusos y franceses aunque eso sí, la vanguardia les quedó muy lejos.

Relato soñado es un viaje al corazón de las tinieblas (y la comparación también se puede extender a la manera en que fueron adaptadas al cine ambas historias, actualizadas soberbiamente sus formas sin que se abandonaran sus punzantes intenciones) de un médico que, empujado por unos celos creados por su mujer casi a su propia demanda, se adentra, según avanza una noche, en el tiempo y en el espacio, en la exploración de sus propios límites. ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar por sentirse deseado? ¿Cuánto estaría dispuesto a sacrificar de su vida y cuánto dolor es capaz de infringir a otras personas por conseguir su objetivo? Si habéis visto la película, os puedo decir que Kubrick no fue ni mucho más audaz ni mucho más carnal que el señor Schnitzler, y eso que habían pasado casi ochenta años entre libro y película, Eyes wide shut, por cierto.

Los flirteos que Fridolin (el médico) y su mujer Albertine tienen más allá de su relación, se los cuentan y los comparten y se ríen de ellos sabiendo que el amor que les une es más fuerte y que tan sólo se trata de un juego. Previsible es decir que el juego se torna oscuro, y que uno de los dos siempre pierde, el que primero se acojona y siente ganas de parar el juego, porque los flirteos de su pareja le duelen más de lo que le satisfacen los suyos propios. Herido en su orgullo, Fridolin fantaseará con la idea de abandonar a su pareja, envuelto en ensoñaciones o en historias que lo parecen, se verá arrastrado a un mundo dominado exclusivamente por el deseo. Una huída hacia adelante por reafirmar su independencia de Albertine, por la que el señor Schnitzler nos arrastra a voluntad.


Pero el relato funciona tan bien a costa de una pequeña trampa. Leyendo la novela hoy en día, uno piensa que fue escrita en la época en la que se ubica el relato, y no en la que fue realmente escrita. El relato está ambientado al filo del cambio de siglo, y está escrito en un estilo que para los años veinte en que nació ya no era vanguardista, no impresionaba; él no era ni Hemingway ni Miller, en sus historias nadie se corre en el vestido de ninguna francesa mientras baila con ella los servicios de un café parisino, el estilo es casi decimonónico. Así, un relato que en el momento de su publicación pudo parecer un poco anticuado, cambia la impresión que produce en el lector del s.XXI. Visto así, esta novelilla, en el presente, se presenta como un texto audaz y atrevido para la época relatada, confundida con la época en que fue escrita. La trampa convierte Relato soñado en una vanguardista novela de finales del s.XIX.

Pero al margen de este pequeño trampa en la que tenemos que caer irremediablemente, tanto Schnitzler como Kubrick años más tarde nos permiten asomarnos de forma asegura a ese mundo prohibido, mucho más elaborado y complejo que la simplona industria pornográfica de hoy en día, puesto que no se centran en el deseo físico, sino en ese mundo privado que cada uno guarda con celo: sus propias e inconfesables fantasías. La última frase de la película, que no aparece en la novela, el “tenemos algo que hacer con urgencia: follar”, es una llamada a la acción, una especie de carpe diem guarrón. El curioso y quién sabe si voluntario epitafio de Kubrick en el cine, esa llamada a abandonar la especulación y la retaguardia que anima al espectador a tomar las riendas de su vida (en cierto sentido), resume bastante bien el sentir del relato. Y además, hay que reconocerlo, mola.

miércoles, septiembre 14, 2011

El misterio de la carretera de Sintra, de Eça de Queirós

Allá por 1870, aparecía en el Diario de Noticias –periódico lisboeta- la siguiente nota: “A punto de cerrar nuestra edición, hemos recibido un escrito singular. Se trata de una carta sin firma enviada por correo a nuestra redacción. En ella se inicia una narración estupenda acerca de un horrible y misterioso suceso. El interés que despierta y su calidad literaria nos determinan a transcribir íntegro tan interesante documento, cosa que haremos mañana domingo.”

Lo que siguió fueron una serie de cartas, escritas por anónimos personajes que bajo seudónimos como doctor X o F. o el hombre enmascarado, daban cuenta a través de sus relatos enviados al diario durante el espacio de unos días de las vivencias de cada uno de ellos en torno a la misteriosa muerte de un extranjero desconocido. Los lectores creían encontrarse ante la narración de un asesinato por parte de varios testigos, más o menos implicados en el mismo. Parece ser que la narración de estos eventos causó revuelo y expectación en todo Portugal en el lejano verano de 1870.

Pero los lectores se encontraban ante una farsa. Eça de Queirós y su amigo José Duarte Ramalho Ortigão escribieron a cuatro manos y publicaron por entregas en un periódico de tirada nacional sin previo aviso, la que figura como primera novela en la bibliografía del maestro Queirós (autor también de El crimen del padre Amaro y El primo Basilio entre otras). Sólo en una escueta carta final confesaron los dos autores el verdadero crimen, el engaño al que sometieron a los lectores.


Hoy en día resulta imposible sentirse como aquellos lectores de la primera edición novela, lectores involuntarios realmente. No queda más remedio que hacer juicio de la novela, sabiendo que no está escrita para nosotros. Leyendo ahora El misterio de la carretera de Sintra, sabiendo lo que es realmente, uno se encuentra con una novela narrada a través de cartas escritas por distintos personajes, que escriben distinto (no tan obvio como parece), y que conforman un folletín de misterio del s.XIX. Lo del siglo lo escribo deliberadamente; uno no puede esperar sentir la misma emoción que un lector de su momento, si antes de coger el libro ha estado viendo El ultimátum de Bourne, por poner un ejemplo.

Sin embargo el relato engancha en seguida. Las primeras cartas publicadas son breves y están escritas por los personajes que menos saben del misterio (por eso se dirigen al periódico, para pedir que alguien arroje luz sobre el caso), con lo que el ritmo inicial es casi el de una novela negra (salven las distancias, oiga). Posteriormente, según se avanza en el relato y hablan los personajes más implicados, las cartas se van extendiendo, y el relato se asemeja más a otros textos del siglo pasado (el honor del hombre, los sentimientos de la mujer, el decoro social, el discurso interior). Al final, el misterio pierde importancia en beneficio de los motivos que impulsan a los personajes a comportarse como lo hacen. Se explican, algunos se justifican, y lo que finalmente importa son las motivaciones de los seres humanos. El muerto, como buen muerto, poco tiene que decir.
  
Y tal vez ha llegado la hora de hablar de mis propios sentimientos al respecto. He vacilado mucho antes de hacerlo. Me resistía a echar mi corazón a estas páginas como encima de una mesa de anatomía. Pero lo he pensado mejor, y he visto que ya no soy “alguien”, que no existo ni tengo personalidad. He dejado de ser una mujer de carne y hueso con sus nervios a flor de piel, sus lacras y su pudor, para convertirme en un caso o un ejemplo. No vivo de mis impulsos ni de la circulación de mi sangre; he pasado a una esfera más abstracta, vivo ya de la publicidad, de los comentarios que pueda despertar mi caso entre los lectores de este periódico y de las discusiones que mis penas puedan suscitar. No soy una mujer; soy una novela. 

Aunque El misterio de la carretera de Sintra no deja de ser el experimento de unos jóvenes que quieren convertirse en escritores pero que todavía no lo son, lo que explica los altibajos del texto, es un ejercicio interesante y entretenido, que bien merece un par de tardes de estas lluviosas de otoño, que somos capaces de regalar sin pensarlo.

lunes, septiembre 12, 2011

Vestida de Azul

Vosotros, como si fuera domingo. Lavaros la carina, peinaros, poneros una camisuca de estreno y limpiaros los zapatos. Así, como si fuerais a hacer la primera comunión. Miraros al espejo (pero no mucho tiempo que eso ye vicio, y luego hay que confesarse), pasaros revista y por si acaso, decidle a vuestra madre:

- Mamá, ¿vesme guapu?

Vuestra madre, como todas las demás (aunque digan que sólo hay una), sonreirá y os dirá que sí, que estáis muy guapos, que no hay nadie en el mundo más guapo que vosotros, y que si os hubiérais afeitado y quitado el pendiente ya hubiese sido la leche. Pero que sí, que muy guapos, y que la mocina, quienquiera que fuera, porque hay que ver que ya no le contabais nada a vuestra madre, vuestra única madre, pues eso, que la mocina que ibais a buscar era una mocina muy afortunada. Gracias mamá. Un besín.

Luego vas a buscar a la mozina. No hace falta que le cantéis al balcón ni que llevéis flores, basta con que os paséis por una tienduca decente, apañá que dicen por aquí y le compréis una camisetuca o un bolsín de esos que lleven les moces de hoy.

Después camináis hacia su casa, pero sin prisa, que por mucho que sea su cumpleaños un mozo debe tener un puntín orgulloso y tiene que hacerse de rogar. Además, total, ya sabéis que ella se va a retrasar. Una hora de retraso y firmáis, que ya la conocéis y sabéis lo que se retrasa siempre, y por más que le digáis una hora nada, ella venga a retrasarse y venga a peinarse y venga a probarse vestidos -¿para qué querrá tantos vestidos?- y vosotros os desesperáis, y dais vueltas por la calle porque claro, a ver quién se atreve a picarle al timbre y tener que sentarse en el salón de su casa una hora, con la madre venga a ofrecerte casadielles y bizcochos y pastas, y la abuela venga a miraros por encima de las gafas mientras hace punto y no para de reirse y claro, lo peor, el padre, que no está en el salón pero como si lo estuviera. Su presencia se siente en toda la casa y las dos veces que se asoma a ver si seguís ahí sentados, deseando que os hayáis quemado ahí, en el sofá tapizado de flores, y que ya no os podáis llevar a su hija lejos de él, y vosotros notáis como su mirada os calienta en la nuca, y os volvéis a ver si os va a decir algo, e intentáis decir que buenos días señor, pero nada, que no hay manera, que lo único que conseguís es bajar la cabeza y poneros colorados. Y él, que se sabe ganador por un segundo, os mira insolente y vengativo, marcando terreno. Y luego todo cambia.

Se abre una puerta por ahí, el padre se asusta, la madre y la abuela se paran, contienen el aliento a la vez que vosotros, y miran al pasillo. y ahí está ella, y todo lo que habéis tenido que pasar hasta ahora os da igual, y todo queda compensado y olvidado, y no hay nadie en este mundo tan feliz, sólo pienso en ti... Nada, no pasa nada, se os va la cabeza cantando a Victor Manuel pero eso es normal, porque por muy playus que seáis, vuestro corazonzín tenéis, y en estos momentos se está derritiendo ante la radiante imagen de vuestra mozina, que por supuesto, como no podía ser de otra manera, va vestida de azul.


Se me olvidaba, que la tienduca donde le compréis el regalo sea esta:








De verdad. Es un privilegio y una gozada ver cómo día a día, estas dos mozas se lo curran.


¡Estáis invitados!