Un hombre y su pareja se mudan a Nantes cuando la empresa para la que éste trabaja se lo propone. Al llegar, otra empresa, misteriosa, llamada Transparence, lo contacta y le empieza a proponer extrañas misiones que le ocupan su tiempo de trabajo y cada vez lo alejan más de la realidad. Al llegar a su hogar tras una larga ausencia comprueba que está vacío y dos notas le informan de que su pareja le ha abandonado y de su supuesto paradero, un lugar llamado Eroscenter.
Conseguí dar con la puerta del local tras haber dado unas cuantas vueltas por aquel polígono industrial desconocido para mí, en el que todas las calles parecían la misma calle y todos los edificios el mismo edificio. Llegué al mismo tiempo que una señora de unos cincuenta años, morena y ya con canas, vestida con un traje de chaqueta y falda gris y que parecía llegar tarde a su cita. Nos quedamos parados mirándonos el uno al otro bajo un neón enorme que anunciaba que efectivamente habíamos llegado al Eroscenter pero que yo no había visto ya que a estas horas del día todavía estaba apagado. La señora me preguntó divertida si iba a entrar y reaccioné a tiempo para abrir la puerta, sonreír y dejarla pasar. Ella me devolvió la sonrisa y entró a toda prisa.
Se accedía a través de un oscuro pasillo de cemento y se llegaba a un patio interior circular apenas iluminado por un haz de luz que venía de arriba. Al llegar al centro del patio y levantar la vista, pude comprobar que la luz era natural y provenía de una cristalera situada a unos quince metros por encima de mi cabeza. Toda la pared de aquel cilindro interior estaba cubierta por neones rojos y azules que enmarcaban las ventanas de los cinco pisos que daban al patio, pero desde donde estaba no alcanzaba a ver más allá de estas. Unos altavoces reproducían a todo volumen gemidos y gritos de hombres y mujeres, una especie de orgía que se metía en los oídos y me impedía pensar con claridad.
Salí de aquel atontamiento cuando algo se acercó a mí y me tocó la pierna. Miré abajo y descubrí a un enano que me miraba desde abajo. Tenía el torso desnudo y llevaba una bandeja sobre la que había una copa de champán llena. Me la ofreció sonriente y cuando me agaché a cogerla, quitó rápidamente la bandeja y la copa y dejó al descubierto su miembro duro y tieso y absurdamente grande para su tamaño. Aturdido y torpe, casi le agarré el pene, lo que pareció resultarle muy gracioso y se alejó corriendo como pudo, a pesar de aquella cosa descomunal que le colgaba. Sea como fuere, aquello me despertó y descubrí al otro lado del patio un mostrador en el que una joven me mirada divertida.