domingo, febrero 21, 2016

El marciano, de Andy Weir

Volvemos a Marte, y es que el planeta rojo no sólo mola ahora que el gobierno de los EEUU se plantea relanzar la carrera espacial y aparece en cartelera, así como por azar, una superproducción espacial de Hollywood cada año; es que aquí eso de viajar a Marte nos gusta desde hace tiempo. Esta vez nos lleva Andy Weir con su novela “El marciano” (“The Martian” es su título original, y en Francia la titularon “Seul sur Mars” -“Sólo en Marte”-. No entiendo por qué, pero me hace gracia). Todavía no he visto la adaptación al cine de Ridley Scott, con lo que me guardo otro billete para un nuevo viaje.

La novela, ya antes de que se estrenara la película, tenía colgado el cartel de best seller. La compré, siguiendo un razonamiento que demuestra por qué la sociedad de consumo funciona: porque tenía ganas de ver la película y como la portada del libro era la cartelera de la misma, pensé que mejor leerlo antes. Y, como ya me ha pasado tantas veces, el azuelo mordido tenía gusto amargo.

Nota mental: huir de todo lo que esté marcado como “Best Seller” en una librería, como se debe huir de un desconocido peinado con cortinilla que te ofrece un werters si vas con él a aquel callejón oscuro de ahí detrás y dejas que te enseñe una cosita.


sábado, febrero 13, 2016

Bowie

Tardé en cogerle el punto a Bowie. Recuerdo que actuó en Gijón cuando yo era un niño (Internet me dice que fue en 1990, así que yo tenía ocho años), pero mis padres no me llevaron a verlo porque no les gustaba demasiado. Vi a Sting, vi a Elton John y a otros, pero a Bowie lo dejamos escapar. En casa sólo teníamos un disco de él, el ochentero “Let’s Dance”, y casi nunca se escuchaba.

Sin embargo, mucho antes de empezar a escuchar sus discos ya conocía bien alguna de sus canciones. Fan de Queen, cantaba de memoria el Under Pressure con mi inglés imaginario al haberlo escuchado infinidad de veces en el Greatest Hits (en la edición de vinilo venía como hidden track, pues no figuraba en la lista de canciones de la funda) y unas pocas en el desafortunado y apto sólo para los muy adeptos, Hot Space. Recuerdo, como no, verlo interpretar Under Pressure con Annie Lennox en el concierto en homenaje a Freddie Mercury. Pero no me interesé en él. Antes llegaron Los Beatles, Stones y otros.

Y antes también llegué a dos discos producidos por él, el Lust for Life de Iggy Pop (descubierto gracias a la banda sonora de Trainspotting). Este fue el primer vinilo que me compré (en una feria de discos usados). Aún lo tengo en casa de mis padres apartado del resto, guardado en mi habitación. El otro disco era el Transformer de Lou Reed, cuando empecé a escuchar Walk on the Wild Side en octavo de EGB, con 13 años. Recuerdo que llevé la canción a mi profesora de inglés para que me ayudara a comprender la letra y traducirla, y recuerdo también sus apuros para confesarme lo que ciertos versos decían. Tanto Iggy Pop como Lou Reed me interesaban más como personajes y me gustaba más su música. Me parecían más reales. Además a Lou lo pude en concierto en el Doctor Music Festival de la Morgal en el 2000, y a Iggy Pop años después en el Territorios de Sevilla con The Stooges. Sólo me faltó Bowie. De la terna, Bowie se me hacía demasiado blando al lado de los otros dos y por mucho que sabía las implicaciones que había tenido en su estilo, llegué a la universidad sin haber escuchado nada más que su grandes éxitos y el Hours que Julián Ruiz programaba en bucle en su Plásticos y Decibelios de 1999.

Releo los tres primeros párrafos y me doy cuenta de que hablo más de mí que de Bowie. Si de eso puedo deducir que, de alguna manera, puedo reconstruir mi vida a través de Bowie y sus referencias, ya he llegado a algo.