martes, julio 12, 2011

V

Suena la cabecera y uno ya intuye dónde se mete… en los ochenta. Pero mejor aún: ¡en los ochenta con naves espaciales! Ese uuuuhhhh… de las naves de los visitantes marcó un antes y un después en los sonidos de los medios de transporte.



La premisa es conocida, y resulta prácticamente imposible reventar el argumento: Por fin unos extraterrestres llegan a la tierra en unos inmensos ovnis en son de paz, o al menos eso dicen estos seres antropomorfos, semejantes a nosotros, y que simplemente parecen humanos del mañana. Pero la realidad es mucho más dura, y la metáfora muy simple: bajo la piel, los visitantes esconden su verdadera apariencia. Son lagartos que comen cobayas, hámsters y lo que se tercie.

Unos pocos humanos descubren sus verdaderas intenciones, puesto que no vienen en son de paz, no. Vienen porque en su planeta no hay comida: vienen a comernos a nosotros. Esos pocos humanos (en su mayoría científicos), lo tienen difícil, ya que la inmensa mayoría de la población humana los recibe con los brazos abiertos. Lo que yo os decía: la masa es idiota. Así, estos pocos rebeldes forman la resistencia ante la invasión de estos seres que no cuentan toda la verdad… y ya tenemos argumento para una serie. Hasta aquí todo va bien.

Luego los visitantes deciden atacar a los incómodos rebeldes a base de enfrentarlos al resto de los humanos a grito de “¡son científicos! ¡Son malvados! ¡Quieren sus inventos sólo para ellos!” y la gente se lo cree. A partir de este punto en tu vida, da igual que seas biólogo, paleontólogo o MIR, como lleves bata blanca la has cagao, eres científico y vamos a por ti. Resultado: todos los rebeldes se van a la clandestinidad, y los científicos roban microscopios. Y todavía estoy entretenido.

Primero se editó una miniserie de dos capítulos y luego otra de tres llamada “La Batalla Final”, y aquí están los mejores momentos de la serie. Los rebeldes practican una guerra de guerrillas frente a los visitantes y a los humanos que se alían con ellos, mientras la estética pseudo-nazi de los lagartos lo invade todo: tienen uniformes guays, y eso siempre está bien. El bien lucha contra el mal por el bien de todos y a pesar de todos: la historia no es nueva y tampoco hace falta; la serie se ve bien a pesar de Donovan, el héroe con los pantalones más apretados de la escena del cine y que te deja inconsciente con una mera colleja, y Julie, la guapa heroína, que tiene una cara de monja arrebatadora. Ni cuando la besan parece motivada la chica.



Muy lejos, al otro extremo del libidómetro, está Diana (“Dayana”). Una de las malas más míticas de la tele cargada de laca hasta los dientes, esta mujer-lagarto, medio mantis, se pasa por la piedra a medio ejército visitante. Eso sí, todo el que yace con la jefa, acaba muriendo; mal negocio. Ella sola le pone gracia a la serie, pasando de ser científica, a militar, hasta que acaba por hacerse con todo el cotarro. Bien por ella. Además, nunca la matan y sus planes tienden a fracasar justo cuando está a punto de conseguirlo. Hasta me conmueve.

A la laca y a los paquetes hay que sumarle otro problema: la falta de ideas. Los guiones empiezan a languidecer, hasta el punto de que un intrigante cruce entre una humana y un visitante se convierte en “la niña de las estrellas”, una niña con poderes mágicos, que a las dos horas de aparecer ya es adulta; requisitos del guión y ventajas de ser medio-algo. Total, que entre las idas y venidas de los buenos, se equivocan y Dayana les secuestra a la niña. Esta, se pasa un capítulo entero diciendo “pritinama” o “pretinama” y cuando nos enteramos de lo que significa ya es demasiado tarde; la niña está diciemdo “paz”. Y esto empieza a oler mal.

Acaba la segunda miniserie con todos los visitantes muertos gracias a unas esporas que hemos descubierto que les matan, “el polvo rojo”, y para entonces los malos ya se han revelado como lo malos que son y no nos importa echarlos del planeta. Dayana, como no, sobrevive.



Ahora, cuando esto está terminando, coge la mala una nave chiquitita, vuela hasta la cara oculta de la luna, y allí ocho naves todo grandes nos esperan, dando lugar a una nueva temporada de 19 capítulos de cuarenta minutos, cada cual más soso. Ya sabemos qué son los visitantes, así que ejercen una represión sin ton ni son. La resistencia, por su parte, desbarata a plan por capítulo los planes de los extraterrestres con una facilidad pasmosa. Donovan reparte puñetazos mientras Dayana reparte miradas de rencor a propios y extraños, ¿el momento estelar? Cuando un actor cuyo personaje había muerto quince capítulos atrás, reaparece al grito de “soy Philip, el hermano gemelo de Martin, y he venido a vengar su muerte”. Fantástico, tiene un cierto aire shakespeariano.

Créditos finales, sabor agridulce y la sensación de que las miniseries bastaban para pasar un buen rato y quedarse grabadas en el imaginario popular, y sin embargo no puedo dejar de pensar en otra versión más nuestra

2 comentarios:

CaesarHec dijo...

Una cosa que te voy preguntar, na una pijada, ¿qué te volviste a ver la serie entera?!

Y vaya decepción, pensé que el Sr. Cocodrilo iría con los lagartos...

srcocodrilo dijo...

¡Por supuesto!

Es más, nunca había visto la serie entera... así que hasta puedes decir que me he superado.

Y los lagartos están bien, pero la quinta columna... eso sí que es el sueño de cualquier reptil.