Pequeños seres bondadosos
Empieza por el
principio, más fácil decirlo que hacerlo. Veamos… “Hallándome yo convaleciente
en el lecho del dolor…” Demasiado dramático. “Era un caluroso día de Mayo, los
relojes marcaban las 23:00 y me dirigía a urgencias”. Derivativo, y
gratuitamente in media res. “En cuanto
al fin accedí a sus ruegos sabía que el deporte no me iba a traer nada bueno”.
Por ahí vamos bien. “En algún momento del cretácico superior los mamíferos
divergieron-” Preciso, viene a cuento, me gusta.

En algún momento del
cretácico superior los mamíferos divergieron de los reptiles. Se cree que,
entre los actuales descendientes de estos primitivos mamíferos, conservan la
mayor similitud los monotremas, considerados los más primitivos mamíferos.
Además del archiconocido ornitorrinco encontramos en este orden al equidna, un
simpático animalillo que comparte la cualidad de mezclar rasgos de otros seres
al modo de un monstruo de Frankenstein de la naturaleza: garras de topo, trompa
de tapir, espinas de puercoespín y pene
de Nacho Vidal con unas gotas de ADN alienígena.
Hallábame yo no convaleciente, pero si escojonado de risa
observando
este video.
¿Es un pene? ¿Un periscopio? ¿Es la cabeza de ET? En efecto, el equidna tiene
un pene con cuatro glandes, aunque tiene la consideración de deshinchar dos —elegidos
aleatoriamente— antes de penetrar a la hembra. Podéis observar que se estira
hasta la mitad de la longitud del animal, con un ángulo de unos 60º a la mitad.
El animalillo fue retirado del zoo porque asustaba a abuelas y niños por igual:
equidna, la sociedad no está preparada para ti.
Nada que envidiar
al pene espinoso del gorgojo, el pene hiper-largo que obliga a una vagina con
forma de sacacorchos o al pene flotante y rastreador que deja detrás un cadáver
de un macho satisfecho tras la última eyaculación. De hecho es más entrañable,
como decía una compañera, “Ay… es como una manita rosa”.
¿Qué? ¿Digresión? No, amigos, nooooo. Todo está conectado.
TODO. El universo es kármico, circular y terrible. Hacedme caso, respetad al
equidna, seguramente sea el tótem de alguna tribu de aborígenes papúes con
penes tetrífidos.
Y sí, accedí a sus ruegos y me puse a prepararme para las
olimpiadas de Londres —anuncio desde ya que no llegaré, la gente de tiro al
plato tendrá que esforzarse más para que no se note en el medallero— en un
lugar fatídico para los habitantes de este blog: Bruselas. Nada bueno podía
salir de ahí. Pero también responsabilizo a cierto padre que, a base de hacer
quince Km al día, tener más pelo que yo y pintarnos la cara cada vez que nos ve
mediante sardónicos comentarios, quizás me haya creado un insuperable complejo
de inferioridad. O a algunos amigos vigoréxicos y la presión de grupo. O a
algún malandrín sevill-ano que me amenazó con apuntarme a una carrera popular que
recorrerá una distancia para mí inalcanzable. Todos teneis la culpa. Todos
menos yo, la víctima, pobre niño de la infancia en posición fetal. “En posición
fetal me encogía sobre la silla de bakelita en la sala de espera…”
La soledad del corredor de fondo, Thermomix style
Cuando al fin el tiempo salmantino recordó que no era de
recibo estar a cinco grados en mayo, nos recompensó con unos agradables
veintimuchos y kilo y cuarto de bochorno. “A mí camisetas de Kalenji”, grité, “Bloody
boobs, dejad este cuerpo. ¡A dios pongo por testigo que no me volverán a oler los
pezones a vaselina de fresa”. Hop, hop, una buena meada para vaciar, un vaso de
la bebida isotónica a mi elección para rellenar y a comerme la carretera trote
cochinero mediante.
Cuando a los pocos minutos comencé a sentir pinchazos,
¿creéis que di la vuelta? ¿Me tomáis por un pusilánime, un mingafría, un lector
de Almudena Grandes y Javier Marías? Aquí lo que se empieza se acaba, las
carreras van en múltiplos de siete kilómetros y si no te gusta te puedo
presentar a mi amigo Arturo, escritor, columnista, antiguo corresponsal de guerra
y aficionado a decir lo que piensa de ti, aunque no te interese lo más mínimo.
Cagonmimanto…
… pero cuando despertó, el pinchazo seguía ahí. “La presión
en la vejiga del vaso de la bebida isotónica a mi elección” pensé, convencido
de la prodigiosa capacidad filtradora de mis riñones. Por qué me iba a provocar
la vejiga pinchazos en la uretra, que en términos anatómicamente
churrumbelarios está como más hacia el
interior del pito, ¿quién sabe? No dejes que los datos echen abajo una
hermosa teoría, ese es el credo de todo buen científico. Y hacia abajo iba la
cálida corriente en el baño. Se la beben las merluzas/ que tú te cooooooomes/,
mi agüita amarilla. Y en este caso, mi agüita amarilla tenía un característico,
inconfundible color carmesí.
De todos los fluídos que me gusta ver salir por la punta del
nabo, la sangre está muy al final de la lista, poco por encima de la bilis y el
líquido cefalorraquídeo. Así pues, hice lo que haría toda persona que tuviera
muy presente la clase de educación física de cuarto de secundaria: mantener la
calma, cortar la micción (que escocía un cojón de pato), limpiar las gotas de
sangrina™ que en el pánico
del momento había dispersado por todo el suelo y darme una ducha. Antes muerto
que sucio. Por otro lado ya sabéis que “Mientras esté limpio… y ni eso”, aunque
si me estaba desangrando por mis mejores partes, realmente no se me podía aplicar
aquello; por tanto rectifiqué poniéndome de nuevo la ropa que había ido sudando
el resto del día, bien fresquita y con olor a tigre. Por último hice lo que
todo hijo de médico conoce como “ir al médico”. Es decir, consulta telefónica.
Reservaría la conversación con mi padre en pos de la
intimidad médico-paciente, pero es relevante para la conclusión de la historia,
dentro de unos treinta párrafos. Basándose en la turbidez de la orina, la
cronología de los acontecimientos, la temperatura y la actividad física,
descartó el lupus y la tedinitis y se decantó por alguna herida por el calor,
la actividad física o una mezcla. Tratamiento: paciencia, buenos alimentos,
esperar, beber agua y en dos meados se irá aclarando y arreglando sólo. Leve
tranquilidad, falsa alarma, todos los hombres os ponéis como niños ante la
vista de una gota de sangre. Pero en el fondo de mi cráneo una pequeña parte de
mi decía “Sí, pero a mear va a ir tu padre, microherida o no microherida”.
Esperé. Y bebí líquidos, oh como bebí.
A la media hora la panza hinchada acompañada de los nervios
que no querían desaparecer del todo hicieron imprescindible una nueva visita al
baño. “Ya que estamos aquí, un dos por uno” pensé, siempre práctico. Tres por uno,
en verdad, pues me acompañó una recién adquisición subcultural a visitar al
señor Roca. Si supiera silbar habría estado silbando. “¡Abran compuertas!”.

Aquello no era sangrina, aquello era sangre con todas las
letras. Oscura y ligeramente viscosa, con su hematocrito y su plasma. Me doble
del dolor como una gamba. Alcancé a mandar un aviso mental que decía “¡Cierren
compuertas ¡Cierren compuertas!” y otro a la puerta trasera que decía “¡Abortar,
abortar!”. Noté la frente sudada, y
recordé que nunca el sudor y las cosas buenas han ido de la mano para mí. Flotando
sobre el cuadro de Pollock que era el fondo del indoro, el pequeño y mustio dátil
había adquirido una nueva característica: unos goteantes labios rojo pasión. Mi
pene se estaba convirtiendo en el Joker, o peor aún:
Cuando su pene despertó
después de una meada intranquila, se encontró sobre su inodoro convertido en un
monstruoso miembro de equidna. Pero pequeño.
Sí, amigos, me estaba convirtiendo en ficción.
Hematuria, oh hematuria
Duro es el momento en que un hijo descubre haber rebasado
los límites del conocimiento su padre. Si además desubres simultáneamente el
significado de
hematuria,
es una putada. Resolví en aquel crítico momento que había llegado el día de
conocer al fin el mundo de la salud pública española, tanto tiempo ignorado. En
su momento de mayor necesidad, yo acudía a su rescate. Baste decir del trayecto
que fue penoso: con los nerivos crecientes marcando el ritmo, crecía la presión
de la vejiga y periódicamente me asaltaban pinchazos y escozores en la región
que, ya sí, reconocía como la uretra sin lugar a discusión alguna. Añadámosle
al insulto el hecho de que eran más de las diez y me había visto obligado a
regresar mi cena, ya preparada y dispuesta sobre la mesa, a la nevera ante la
más urgente necesidad que me había surgido. Mi mente vagaba y no dejaba de
volver a otro líquido de color rojizo, el cuenco de salmorejo casero que había
abandonado.
Entrada triunfal:
—Hola, tengo un
problemilla. Tengo orina en la sangre
— …
— Es decir, tengo orina en el pis
— …ajá…
— O sea, mierda… tengo sangre en la orina. Eso.
— Bueno, ¿tienes la tarjeta sanitaria?
— …
Ignoro cómo esa tarjeta llegó allí, pero bienvenida sea en
su hermosura. Tras preguntar si era un problema que fuera del SESPA
(adelantándome a las amenazas de intervención,
si está pasando yo lo estoy vienodo) me acomodé en la sala de espera: la
espalda curvada, el cinturón desabrochado, fuera la sudadera (sudor ¡Sí! orina
¡No!). 22:30 de la noche
¿Cuál es el protocolo en estos casos? La frecuencia con la
que llamaban por megafonía a los familiares me hizo dar en el clavo: no venir
sólo, decir a la gente dónde estás, no estar sólo en el mundo (no
necesariamente por ese orden). Casualidades cósmicas de la vida, en ese momento
tenía batería en el móvil y dos amigos que viven enfrente del hospital
literalmente. Parafraseando, la respuesta a mi mensaje fue “Oye, está muy bien
esto de los detalles sobre tu orina y tal, pero ¿qué tal si nos dices en QUÉ
HOSPITAL estás, y eso?”. Teniendo en cuenta que los tres hospitales de
Salamanca a cien metros uno del otro, admito que hubiera sido un detalle, así
que humildemente completé la información.
23:00 (aproximadamente): al fin compañía. Quejarse de la
tesis doctoral siempre ayuda a despejar la mente y apartarla de los
kilopascales que crecían en mi vientre como un mesías de la orina
ensangrentada. No, no he tomado remolacha, la remolacha no duele.
23:15. Estado de la mar: tres señoras en silla de ruedas,
múltiples familiares, una señora se duerme sobre su mano.
23:30. Llamada a la moza para contar lo que hay y redactar
mis últimas voluntades. Para quitarle hierro digo “Si me quedo incapacitado, ¿me
seguirás queriendo?”. En ese momento se cae la llamada. Ese sonido en el viento,
¿es un clic de ratón que modifica el estado en Facebook?
23:45. Relajados los nervios, soy consciente al fin de que
tengo hambre. HTC, no me falles ahora (no, no llamé al Telepizza. Me
arrepiento, hubiera sido un puntazo)
00:00: Llegan refuerzos con una cena nutritiva:
galletas, mininapolitanas y un bocata de
fuet y queso, único resto del partido que enfrentara a 22 señores en
calzoncillos y camisetas de rayas el día anterior. Que le den por el culo a la
dieta mediterránea, la salud me hizo esto. Mi amigo me comenta que, en
comparación con su país, falta el trío calavera bebiendo aguardiente en un
rincón. Ojalá. Ojalá… pudiera… beber…
00:15. La gente no deja de entrar al baño y lo hacen para
joderme. Se merecen que me ponga en modo aspersor, les deje perdida la
porcelana y además les acojone un poco con mis alaridos de dolor. (No, no debo
pensar en baños. Mear es de débiles. Debo aguantar. Debo aguantar… y todo se
solucionará sólo, la sangre cicatrizará mis heridas y comenzaré a reabsorber la
orina mágicamente. No hay dolor)
00:30. Un señor extraño se nos acerca. Huele a rancio y a
gasolina. Habla dos minutos y entendemos la palabra “joven”. Se ríe. Los
dientes… Dios, los dientes… me sobrepongo a las ganas de mear y a los pinchazos
uretrales a base de sentir miedo.
00:40 Suena el teléfono. Sólo se había perdido la llamada.
Por otro lado, cambiar la página de Facebook es complejo. Quizás no merece la
pena.
00:45. El señor vuelve con frecuencia creciente a medida que
se vacía la sala. Estado de la mar: familiares y un grupo de tres guiris
jóvenes: aún no es la hora de las siempre simpáticas intoxicaciones etílicas.
01:00 Jugamos a las sillas, pero el señor sabe más por
viejo, alcoholizado y maloliente que por diablo: se sienta en el mismo sitio,
habla igual de incomprensiblemente y no parece afectarle el hecho de estar hablándole
a otra persona. Practicamos el búho como no lo hacíamos desde la adolescencia.
Es inútil: como el otoño, el señor siempre vuelve.
01:15: Un poco exhasperado, me levanto a preguntar si
piensan que tardarán mucho. Avanzo como una embarazada de nueve meses: si me
pongo un trozo de hulla en la punta del ciruelo, la presión lo convertiría en
diamante. Los conserjes, muy amables, me informan de que es una locura de
noche, que está hasta los topes y que si quiero puedo preguntar yo mismo en el
pasillo de las consultas, pero que no me va a quedar otra que esperar.
01:16: Me asomo al pasillo. Dos personas juegan con el
móvil. Silencio sepulcral. Un cardo rodante pasa saltando, y juraría que al
fondo, tras la puerta, he visto el hocico de un equidna. Deben de estar todos
haciendo un quíntuple bypass a corazón abierto mientras se enrollan en el
armario de los medicamentos.
01:30: Estado de la mar: una señora se queja en alto del
gobierno para que alguien entre al trapo. Su marido le dice “aquí nadie viene
por gusto, la gente que está aquí es porque lo necesita”. Fracasa: exceso de
lógica. La edad media se desploma cuando entra una chica joven. Nos vamos
durmiendo. Dulces sueños, casacadas y orbayu…
01:45. Hace calor. “Voy a coger algo de beber en la máquina”.
Suena la argolla, la humedad del aire se condensa sobre la lata de fría y
refrescante bebida isotónica a-su-elección. “Mmmm que fresquito”. Extiende la
mano. “¿Quieres?”. Mi mirada asesina perfora acero, hormigón, las murallas del
Pireo. “…ooops. Perdona, no me había dado cuenta”. El señor nos ronda como un
buitre.
02:00 Al fin, por megafonía, no llaman a Justinianos ni
Cojoncios. Conozco ese nombre. No puedo contenerme, me levanto de un salto y
grito “¡Vamosssss!”
Cuando al fin estoy en la consulta, tras contarles mi vida y
que me pongan esa simpática pinza en el dedo que, como todo hombre, ansío
agarrar y manipular cien veces hasta cascarla, cuando cortan mi detallada
exposición sobre mi estado alérgico con un educado pero firme “No, no… me
refería a alergias a algún medicamento”, sólo entonces surge el fatídico vaso.
Señor, no pongas ante mí este cáliz. Una muestra, bien calentita y lleno hasta
arriba. ¿Hasta arriba? NO, sólo quieren un tubo de ensayo. A estas horas no
aspiro a más que a pequeñas victorias, así que me alejo renqueante pero
satisfecho hacia el baño.
Me veo obligado a mear, a pulsos cortos y suaves, so pena de
combustión espontanea de los nervios de la uretra ante el escozor que me
abruma. ¿Sacaré algo bueno de todo esto, un parto más fácil quizás?
Los
ejercicios de Kegel o
ejercicios de
contracción del músculo pubocoxígeo, son unos ejercicios destinados a
fortalecer los
músculos pélvicos.
1
También están recomendados para evitar alteraciones comunes como la
incontinencia urinaria o también para
facilitar el
parto.
En el campo
sexual son los ejercicios que hay que practicar para
obtener buenos resultados a la hora de conseguir mayor
placer sexual.
Gota a gota, chorro a chorro, consigo completar un chupito
en condiciones. El color es marronuzco, pero aún así más orina que sangre y por
tanto una mejoría respecto a hace cuatro horas. El dolor es tolerable… pero
suficiente, gracias, así que puedo felicitarme por mi acertada técnica de “Pues
me enfado y no meo”. El “¡Vamosssss!” es ahora más débil. El médico se tira el
moco: “Bueno, vamos a hacerte un análisis, pero la hematuria es evidente”. No
me jodas, Ramonín, sabeslo pol color o probástelu y súpote a matachana? Pero en
el fondo, no hay ira en mí: por vez primera dede hace cuatro horas soy ligero
como un vilano y libre como un pajarillo.
El análisis se hace esperar media hora más. No hay
bacterias, lo que descarta en principio y junto a la velocidad de aparición y
remisión de todo el proceso una infección urinaria. Causa más probable: una
herida en la uretra, bien por un microcálculo que no provoca cólico pero sí
desgarro del epitelio urinario… o bien por el calor y el esfuerzo físico. No me
atrevo a darme la vuelta por miedo a encontrarme a mi padre levantando la
mirada levemente sobre el periódico y arqueando una ceja. Tratamiento: tiempo,
agua, buenos alimentos, ibuprofeno para el dolor y amoxicilina por si es una
infección/por si se infecta la herida. Conociendo como me afectan los
antibióticos cambiaré las dificultades para mear sin dolor por dificultad para
retener las heces mientras ejecuto un genocidio bacteriano. Sobre este último
punto el jurado aún está deliberando.
Quién soy... y como llegué a serlo
Y así acaba la historia. De orina marronuzca pasé a unas
gotillas con sangre y, finalmente, a orina aparentemente limpia hoy. El dolor
remite, pero el escozor, como la Tierra, permanece. La puta uretra ha
conseguido lo que diez meses de Ana-la-alemana no consiguieron: que mee sentado
en la taza. Como venganza creo que saldré a mear de pie y entre unos
contenedores mañana o pasado, y si el caudal lo permite puede que escriba mi
nombre. Las lecciones aprendidas son
varias: no salir a correr con sed, la vejiga vacía y mucho calor: no ir con los
huevos dando botes de un lado al otro, las redecillas de los pantalones son
nuestras amigas: cuando entres en urgencias, no exageres tu dolor, porque
esperar un par de horas a la larga puede ser beneficioso.
Y sobre todo: no jodas al dios equidna, pues es uno de los
mayores hijosdeputa de toda la naturaleza.