jueves, noviembre 08, 2012

Neuromante, de William Gibson

Resulta que una pandilla de amigos en la Universidad de Columbia, allá por el final de la Segunda Guerra Mundial, se sentó a una mesa y acordó darle un vuelco a la literatura de aquel siglo. Algunos de ellos se llamaban Ginsberg, Kerouac y Burroughs, su movimiento se llamó Generación Beat y, recogiendo todo lo que pudieron de la contracultura y del “Underground”, condicionaron para siempre a cualquier escritor que surgió tras ellos.

Más de treinta años después, William Gibson y otros 4 amigos (a quienes dedica Neuromante), en otra mesa, con el término “ciberespacio” rondando por ahí, crearon el Ciberpunk. Distopía, postmodernismo, género negro, y de telón de fondo una sociedad híper-tecnificada (Internet-antes-de-Internet, IA’s, biotecnología, estaciones orbitales, realidad virtual). Héroes atrapados en mundos virtuales, con serios problemas en el mundo “real”, la puerta al otro lado, Ballard, Orwell, Chandler, Lem y los beats.

Neuromante puede no estar escrita de forma ejemplar (pecado común en la ciencia ficción), pero el mero hecho de descubrir este libro casi treinta años después de su publicación produce una cierta inquietud. ¿Tan retrasado voy? Esta novela se puede leer como ciencia ficción hoy en día, en un mundo en el que Internet es una realidad y no un concepto, la ingeniería genética abre camino a diario y vivimos en algo llamado “era Digital”. ¿Pero en 1983? En ese año en España llevábamos tricornio, no teníamos autopistas, la televisión en blanco y negro era común, sólo teníamos dos canales y reproductores de CD’s sólo había en casas de “ricos”. No puedo ni imaginar el impacto que pudo suponer leer esta novela entonces, y tampoco puedo imaginar la sensación de Gibson al comprobar que el mundo real se acerca, en cierta medida, a su mundo inventado.

Hoy en día, aunque sigue resultando reveladora, se ve como una propuesta mucho menos arriesgada de lo que en su día tuvo que ser. Pero que no se me malinterprete, sigue siendo ciencia ficción vigente (no como la Naranja Mecánica, por ejemplo, distopía en vena veinte años anterior, pero hoy en día un mero reflejo de una parte de la realidad), y buena. Mezclada además con el género negro, mantiene un ritmo entretenido, acumulando Cliff-hangers capítulo tras capítulo (sin llegar a cansar, querido amigo Dan Brown) y estallando en el momento justo, revelando toda la verdad que el lector necesita y ocultando lo que el lector desea.


¿Pero de qué va Neuromante? Pues va de lo mismo que la mayoría de las historias. Narra la historia de un pusilánime, un ser humano común y corriente, incapaz de hacer frente a su propia vida, y que sobrevive esperando a que la vida elija por él. Unos lo llaman destino, durante más de dos mil años muchos lo han llamado dios, y en Neuromante lo llaman IA (Wachowskis, brother and sister, ahí en su rincón recopilando ideas para Matrix), pero tanto da.

La vida raras veces te deja escoger entre “A” o “B”. Nuestra rutina suele ser más bien binaria, y los cruces que se nos presentan suelen ser del tipo “A” o “No A”. Así, nuestras vidas posibles –el conjunto de las que podían haber sido y la que realmente está siendo- se dibujan como líneas ramificadas, como tallos de plantas salpicados con bifurcaciones (muchas veces menos de las que nos podamos imaginar), en los que es raro encontrar nodos de los que partan 3 ramales (“A”, “B” y “No A y No B”).


En el caso del protagonista de Neuromante, comme d’habitude, su vida se dibuja sobre los ramales del conjunto de sus vidas posibles con una línea roja y gruesa antes de que los sucesos tengan lugar. Un camino crítico marcado desde el principio pero que él desconoce. Son el resto de personajes de la novela los que trabajan en la sombra para que se cumpla ese camino ya predicho. Case, el protagonista, no tiene más que dejarse llevar; esperar a que en cada cruce, una flecha grande se le dibuje en medio de su mente y le indique el camino a seguir.

“Night City era como un perturbado experimento de darwinismo social, concebido por un investigador aburrido que mantenía el dedo pulgar sobre el botón de avance rápido.”

Ya, todo esto suena muy mesiánico. El destino, la vida ya escrita, nuestra existencia se debe a un propósito ya definido por un ser superior y todo eso… Pero claro, en la novela todo esto no está orquestado por señor barbudo que vive en las nubes, ni por una pirámide con un ojo brillante encima ni, mejor aún, hay redención final. No. Como dice mi jefe: “¡Te jodes!” ¿Dónde está la diferencia? Pues en que son los humanos los que escriben su propio destino. Aunque no siempre escribamos el nuestro, sino el de otros, no dejan de ser humanos escribiendo el destino de humanos. Hormigas obreras cumpliendo un guión preestablecido por hormigas reinas que, que lejos de ser seres divinos poseedores de poderes sobrehumanos que les permitan decidir qué debemos y qué no debemos hacer los demás, se mueven por los mismos impulsos que el resto. Poder, sexo, amor, soledad…

Un plan establecido por alguien que no tiene un plan establecido, y ni siquiera es consciente de que lo debe tener. Una familia rica con más poder del que pueda manejar, corrompida generación tras generación, venida a menos en espíritu pero manteniendo un poder que les permite controlar las vidas de terceros sin tener que pagar un precio moral por ello.
“Poder, en el mundo de Case, significaba poder empresarial. Los zaibatsu, las multinacionales que determinaban el curso de la historia humana, habían superado las viejas barreras. Vistas como organismos, habían conseguido una especie de inmortalidad. No podías matar a un zaibatsu asesinando a una docena de ejecutivos importantes; había otros que esperaban para ascender un nuevo peldaño, hacerse cargo del puesto vacante, acceder a los vastos bancos de memoria empresarial.”

Al igual que ROGELIO acabó con su creador Emeterio, Gibson utiliza los atrezos del ciberespacio, las computadoras y las redes virtuales para contarnos la historia de siempre. La obra acaba con el maestro. O para que todos nos entendamos: El Capitalismo acabó con el hombre. Ala hijo, hazte postmoderno y medítalo.


Ya para terminar, dos comentarios finales. Hay una breve línea que separa una novela de una obra maestra, y esa línea está flanqueada por dos guardianes: sexo y naves espaciales. Si ellos no están de tu lado, tu novela no pasará del premio Planeta nunca jamás.

Sexo: Neuromante tiene poco pero del bueno (“Ella le respondió estirando la mano hacia atrás, metiéndosela entre los muslos y sujetándole suavemente el escroto con el pulgar y el índice. Se balanceó allí un minuto en la oscuridad; erguida, con la otra mano en el cuello de Case. El cuero de los pantalones crujía débilmente. Case se movió, sintiendo que se endurecía contra el acolchado de goma espuma”). Una de los detalles que más me gustó, fue la tenue y disimulada carga sexual del libro. Levemente insinuada, pero de alguna forma siempre presente.

Naves espaciales: De las buenas. Estaciones geoestacionarias con comunidades de ciber-hippies y también una colonia para ricos, una especie de “Las Vegas” espacial, con la forma de un Cilindro de O’Neill (una estación espacial con un sistema de 2 cilindros coaxiales que giran en sentido opuesto y generan gravedad artificial). De aquí a la eternidad.

3 comentarios:

CaesarHec dijo...

Bien Cocodrilo jodeerrrrrrr, celebro tu vuelta a la crítica literaria. Más libros y menos música.... y menos descuentos para parejas, pero eso otra historia.

A ver si puedes identificar de entre estas fotografías a Gibson y sus amigos: http://www.viruete.com/imagenes-para-sonar-nerds-de-los-70-y-80-jugando-a-rol


Es cierto que la ciencia ficción suele adolecer de cierta calidad literaria, pero esto es largamente compensado por el placer que genera su lectura y, sobretodo, por su capacidad para abordar las fracturas del ser humano desde una perspectiva novedosa. El novelista avanza mil años en el tiempo y no es capaz de imaginar un ser humano demasiado diferente del actual. "Bóvedas de acero" y "La vida es sueño", la misma temática.

No estoy de acuerdo contigo en un par de cosas. La primera, las naves espaciales. No digo que no haya que intentar colarlas por todos los medios, no, pero coño, es muy jodido. Alguna gran novela sin ellas hay. No muchas, es cierto. Lo segundo, la afirmación que haces sobre la literatura universal después de la generación beat me parece muy exagerada. Yo creo que no soportarán el paso del tiempo, su lugar en la historia de la literatura será residual.

Quizás estés pensando que me he reenganchado a tus post justo cuando la VBRL llega a su parte decisiva. Tonterías. Aquí nadie está tratando de ganarse las simpatías del jefe....

srcocodrilo dijo...

¿Que los beats no han condicionado toda la literatura posterior?

Joder, qué poco moderno Hec... Decir que Aullido descansa en tu mesita de noche esperando infinitas relecturas te habría asegurado hora infinitas de sexo con jóvenes menudas con gafas de pasta, pelo corto y zapatos camper.

No te ayudaría a montarte en una nave espacial, pero creo que podríamos pasar sin eso teniendo lo otro...

Álvaro dijo...

Ohhh Neuromante, qué recuerdos. Fue mi primer fracaso leyendo en inglés: se me hizo imposible y me tuve que apañar con la versión de Minotauro. Sólo años después logré coronar. Descubrí entonces que el ciberpunk no eran sólo autopistas, redes y más cromo que en un almacen de porátiles HP. También había un estilo preciso, afilado, algo machacón y obsesivo. Debajo de tanta gafa de sol no había sólo estetas preocupados por su apariencia, había ojos rojos de resaca, de ira, de que les pasara el mundo como una apisonadora una y otra vez...

En cierto modo el ciberpunk es el heredero de la nueva ola de los 60, al menos en su consideración de cf "humanista", opuesta a la cf más tecnofílica o más folletinesca. En los autores menos líricos y más contundentes de aquella -Campo de concentración de Disch, cualquiera de las distopías industriales de Brunner o lo más rayante de Ballard- se encuentran ya gobiernos y corporaciones opresivas, mugre e industralización, un mundo que va demasiado rápido para los simples mortales y, a la vez, hombres que son incapaces de avanzar y reproducen los mismos comportamientos predadores. Añádele unas gotas de paranoia, drogas y control mental, perdón, unas páginas del abuelo Dick... y helo aquí, un género poco dado al optimismo.

¿Y la parte ciber? Bueno, yo he oído que Gibson básicamente no tenía ni puta idea de ordenadores y más o menos se lo inventó todo para que sonara "guay". Ser capaz de convencer a todo el mundo de que eres el ignorante más listo tiene cierto mérito.