domingo, diciembre 30, 2012

El regreso a casa

Son Navidades, y como todos los años y como tanta gente vuelvo a casa. Una casa que ya no es mía, pero no dejará nunca de serme familiar. Dejo las cosas y llamo a los amigos de siempre. Para variar, cerveza en el sitio acostumbrado a la hora acostumbrada.

Qué tal, yo bien, yo también. Por aquí como siempre, qué tal por allí. Pues qué quieres que te diga, como siempre. ¿Sabes que Arturo se ha casado? No jodas, quién lo iba a decir. Ya te digo, el pringao de Arturo ahora hecho todo un padrazo... Lo siento por su hijo. Jaja, yo también. Oye, ¿cambiamos de bar? OK, de acuerdo. ¿Mubarak? Mubarak sea.


Pido una cerveza en el Mubarak y llego a 2005. O al menos eso dice un calendario en la pared. Vuelvo a nuestro rincón de la zona de baile, reconozco la canción de Lori Meyers que está sonando. La canto como si fuera la vida en ello... Más adelante se suceden las canciones conocidas y mil veces cantadas, las Voll Damms de siempre y cuando me doy cuenta, las luces se han encendido y un tipo blandiendo una fregona me dice que deje de hacer el pijo y de cantar canciones de hace mil años, que ya va siendo hora de irme para casa.


Salgo del bar y es 2022, según unas luces de Navidad colgadas de una lado a otro de la calle. “Hola, ¿qué tal? Cuánto tiempo” Muy bien. Siete años por lo menos, ¿y tú? “¿7? Diría que más bien 17, pero bueno. Yo bien, ya ves, aprovechando que he dejado a la mujer con los críos en casa... ¡Hay que desfogar!” ¿Críos? Joder qué fuerte, ¿y cómo llevas lo de tener críos con la carrera pendiente? “¿Qué carrera? La San Silvestre la voy a correr, pero es dentro de cinco días...” Ah, ya, cierto. Yo no la voy a correr este año... “Ja, no te deja la muyer, ¿verdad?” Eh, sí claro, la muyer... Ya sabes, ye lo que hay, la familia manda... “Si es que al final somos todos iguales... unos calzonazos, joder... Bueno anda, me alegro de verte, cuídate y da recuerdos a la muyer y a los críos. ¡Hasta luego Carlos!”


Bajo la calle pensando en quién será Carlos y cuántos hijos tendrá, y en cómo será su mujer y si yo los he conocido alguna vez. Llego a la parada de taxis y me meto en un Passat de los ochenta. Cierro la puerta y estoy en 1982. Suena la COPE en la radio y un político que no reconozco se queja de que los socialistas no pueden tomar el gobierno porque siempre hacen lo mismo, destrozarlo todo. Le pregunto al taxista si no puede cambiar de emisora y me dice que para qué, que son todas iguales. Sigue hablando, y para cuando vuelvo a prestarle atención me dice que una cosa está clara, “con Franco se vivía mejor. Dicen que no había tanta libertad, pero la verdad, ye que hacía les mismes coses” Me hundo en el asiento de atrás hasta llegar a casa mientras el taxista y el político me recuerdan que toda la culpa es de la izquierda, y que lo necesita este país es mano dura y, sobre todo, hacer las cosas como dios manda. Le doy 350 pesetas y le digo que se quede con el cambio. Me da las gracias y le digo que no se desespere, que saldremos de esta.


Me despierto a la mañana siguiente y miro a la mesita de noche buscando la hora. Una pantalla en la que veo de fondo de un viejo posando con tres niños me informa de que son las 10:27 del 29 de diciembre de 2064. En ese momento escucho una voz detrás mía:

- ¡Vaya cómo estamos! Pues sí que hemos dormido hoy, ¿eh? No me diga que estuvo usted de fiesta anoche... Vaya prenda que está hecho.

Trato de incorporarme para levantarme y sólo consigo resbalarme con las sábanas. Intento sacar una pierna fuera de la cama pero no se mueve. La voz se mueve hasta aparecer en mi campo de visión y resulta ser una mujer de unos cuarenta años vestida de enfermera. Viste una especie de pijama azul y raído.

- ¡Adónde va! Pues sí que nos hemos despertado hoy con ganas de pelea... Deje, deje que yo le ayude que usted sólo no va a poder... Así... Cójase de mí y yo le levanto, ¿ve cómo así va mejor?

La enfermera me incorpora, me ayuda a levantarme y me sienta en una silla de ruedas. Arrastra la silla hasta un salón con ventanal desde el que se ve la Escalerona. Me dice que me quede ahí, cómo si yo pudiera irme a algún sitio, y que en seguida me trae el desayuno, ya que luego nos tenemos que preparar. Hoy viene uno de mis nietos y me a sacar a comer por ahí. Me fijo en la gente que pasa por el paseo del muro. Bicis, aeropatines, perros de colores y viejos en chándal de Tactel. Hay que cosas que nunca cambian. Más allá, la playa, el mar, el Rinconín al Este y San Pedro al Oeste. Una frase viene a mi cabeza: “todas las cosas que alcanzo a ver me sobrevivirán” y poco a poco noto que una fatiga me invade. No puedo decir que sea dolor, pero sí que alcanza todas las partes de mi cuerpo. Cierro los ojos e intento dormir para ver si así desaparece. Efectivamente, parece que poco a poco el dolor desaparece. Al rato, escucho una voz de lejos “¡Abuelo, abuelo! ¡El abuelo no se mueve papá!” pero no importa, ya no siento fatiga...


Abro los ojos de golpe y siento un sudor frío que me recorre toda la espalda. Miro el reloj y son las 6:55. Salgo de la cama, que por cierto, está bastante alta y corro a la cocina para buscar un vaso de agua. Necesito refrescarme. Curiosamente, la encimera de la cocina está más alta de lo normal. Apenas puedo llegar al grifo y los armarios donde se guardan los vasos quedan fuera de mi alcance. Por suerte, tengo uno mano. Me estiro para abrir el grifo y lo lleno. Pesa mucho, así que tengo que agarrarlo con las dos manos. Afortunadamente, parece que el disgusto de la pesadilla ha pasado y ya no siento la fatiga. Al contrario, mi cuerpo se siente como nunca. De vuelta a mi habitación reparo, al pasar por el salón, en unos bultos extraños. Entro, doy la luz, y veo decenas de paquetes envueltos repartidos por todo la habitación. La mayoría están alrededor de una zapatilla pequeña. La cojo y tiene el número 28. Una voz tras de mí me sobresalta:

- ¿Qué haces tan pronto en pie? ¿Sabes la hora que es? Anda y vuelve a la cama –dudo un instante y mi padre me anima –no te preocupes anda, que los regalos ya están aquí y no se van a marchar. Luego los abrimos todos. Anda vuelve a dormirte.


Así hago, hasta que me despierta el móvil. Un mensaje de whatsapp me dice que hemos quedado en Toma 3 para tomar un café. Ducha y a la calle. Toma 3 resulta ser un bar, y no una tienda de tebeos como yo lo recordaba, y ha cambiado de lugar, así que tardo un rato en encontrarla. Alrededor de una mesa alta encuentro a una media docena de amigos que me saludan sonriendo, les pregunto qué ocurre y me dicen que vaya cara tengo, que parece hubiera dormido dos días enteros. Respondo que puede que así haya sido, y uno pregunta: “¿qué día es hoy?” Ni idea, respondo.

- Joder, no sabes ni en qué día vives –asiento y todos sonreímos.

Les pido que me pidan un té mientras voy al baño. Allí dentro huele a canela, así que salgo tarareando aquella canción. Cuando llegan las bebidas nos damos cuenta de que el té huele a canela, la cerveza huele a canela y hasta el bisolán. Cojo mi teléfono y hago un comentario al respecto en mi Facebook. Vuelvo a la conversación, levanto la mirada de nuevo y veo a la camarera ante mí, que me dice:

- La clave es la deriva.

¿Qué? ¿De qué me está hablando? ¿Qué mensaje misterioso y encriptado me trae esta mujer que ni sé de dónde viene ni cómo ha llegado hasta aquí. ¿Es realmente una camarera? Miro la pantalla del teléfono. Son las 17:56 del 29 de Diciembre de 2012, todo parece correcto y sin embargo, una criatura salida de la nada se abre paso entre mi círculo de amigos sólo para transmitirme este mensaje cifrado. “La clave es la deriva” me ha dicho, no consigo ver la relación que puede tener con mis últimos días aquí y sin embargo, al mismo tiempo, no puedo evitar intuir una poderosa relación. De alguna forma, alguien o algo ha enviado a esta camarera, o quién sabe, quizás ha tomado forma de camarera humana, para comunicarme algo que, desgraciadamente, no puedo desvelar. ¿La habrán visto el resto de mis amigos? ¿Seré el único que ha presenciado este misterioso encuentro? Algo dentro de mí me dice que puede que así sea, por lo que temo que no pueda resolverlo jamás. Levanto la mirada del teléfono y ella sigue allí. La miro extrañado y ella, a su vez, muestra haber captado mi confusión. Vuelve a hablar y me dice:

- El wifi, chaval. La clave del wifi es laderiva.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena cocodrilo :) Siempre es un placer volver a casa...
depresión postparto??

delia

srcocodrilo dijo...

Gracias!

La "depresión postparto" es una etiqueta que guarda aquellos posts que sacan a relucir lo mejor de nosotros:

La mediocridad como objetivo, El futuro político y social de Asturias, Otro aburrido debate, Gentrificación mental,
La ascensión a la Cuesta del Cholo, Relevo generacional, Los doce trabajos del srcocodrilo, Entrando el 2008 por el pasillo lleno de bolas de polvo, Blablah... blablah... blablah...

Puf... cómo pesa todo... ;)