domingo, marzo 10, 2013

Nantes 1: L’arrivée

Llegamos al aeropuerto de Nantes y, en contra de los que nos habían advertido, el cielo está azul y no se observa ni una sola nube. Nuestras maletas aparecen las primeras en la cinta transportadora y justo al salir del edificio de la terminal, un amable taxista nos pregunta que si somos de fuera y que adónde queremos ir.

Hacemos el check-in en el hotel, me entregan una carta que había llegado a mi nombre y tras tomar un par de sándwiches en el bar, nos retiramos a descansar a la habitación. La carta contiene unas amistosas palabras de bienvenida de Soizic, un listado de los pisos candidatos que han encontrado para nosotros y que vamos a ver al día siguiente, una tarjeta con las señas de Soizic que tiene escrito en el reverso “A las 9:00 os recogeremos en vuestro hotel” y una tarjeta con la dirección de su página web y mi usuario y contraseña. Enciendo mi ordenador, me conecto a la wifi del hotel y tecleo en el navegador el nombre de la empresa Transparence. Como Google no encuentra nada relacionado, tecleo directamente la dirección de la página:

https://www.transparence-groupe.eu

Accedo a mi perfil personal que tal y como esperaba, recoge todos los datos que Soizic había confesado tener sobre mi pareja y sobre mí. Además, se recoge la información de los pisos incluida en la carta. Reviso el correo y apago el ordenador. Toca descansar.

***

Desayunamos en abundancia y volvemos a la habitación del hotel para prepararnos cuando llaman desde la recepción; diez minutos antes de lo convenido, nos esperan en el recibidor del hotel.

La sala solamente está ocupada por la recepcionista del hotel y una chica de unos treinta años. Viste ropa cómoda y lleva el pelo recogido en una cola de caballo. Nos mira nada más entrar en el hall y de las que nos dirigimos a ella se levanta y a su vez se nos aproxima.

- Buenos días, ¿Sr. Cocodrilo? -me pregunta sonriente.
- Efectivamente. Buenos días. ¿Soizic?
- No, lo siento, me temo que ella no ha podido venir hoy. Pero no se preocupen, estoy totalmente al corriente de su perfil y del tipo de piso que buscan y tengo preparada toda la visita. Confíen en mí. Mi nombre es Ekaterina, pero pueden llamarme Kate. -inclina la cabeza hacia la derecha y sonríe como si salir a pasear con nosotros en la lluvia fuera el mejor plan que jamás pudiera imaginar.

Nos subimos al coche y de la que arranca suena un disco de Dominique A. Por la expresión de mi cara se debe deducir que lo reconozco.

- ¿Le gusta, Sr. Cocodrilo? Pensé que lo conocerían -y nos sonríe de una forma tan dulce que un escalofrío me recorre toda la espalda.

Kate conduce como si hubieran cortado todas las calles de la ciudad para nosotros, y uno pensaría que así es. En todas las vueltas que damos alrededor del centro de la ciudad apenas nos encontramos tráfico, y tampoco los semáforos parecen poner oposición a nuestro avance. Esto nos permite ver en escasas cuatro horas nada menos que ocho pisos. Todos ellos similares, todos ellos tal y como habíamos deseado: soleados, con terraza, suelo de parqué, dos dormitorios, situados en calles tranquilas, con vistas a zonas ajardinadas; resultará difícil decidirnos. Entre cada visita, Kate nos va presentando la ciudad y nos va indicando los sitios que más nos puedan interesar: cines en VO, salas de conciertos, mercados de comida fresca, piscinas municipales, médicos de todo tipo. Finalmente, nos propone hacer una breve parada para invitarnos a comer (por supuesto, corre a cargo de su empresa, nos indica).


Sentados cómodamente en una de las mesas de la lujosa La cigale, Kate sigue llevando el ritmo de la conversación y nos hace un breve repaso de todo lo que hemos visto hasta el momento. A los postres, nos anuncia que tiene una pequeña sorpresa preparada para nosotros. Aguanta el tiempo lo suficiente como para que la intriga se dibuje en nuestras caras y continúa:

- Veréis -a estas alturas del día ya nos tutea -nos queda un último piso que ver, que no está en la lista. En principio está en un edificio un poco antiguo, y puede que no se ajuste a la idea que teníais antes de venir, pero nos entró la oferta a última hora y nos decidimos a incluirlo en las visitas aunque no tuviéramos tiempo de consultároslo. Espero que no os parezca mal. Además, está muy bien de precio. -nos mira divertida esperando nuestra respuesta.
- Por supuesto Kate, no nos importa en absoluto visitarlo. -digo tras un breve intercambio de miradas mi pareja. -“¡Bien! Ya veréis, os encantará” añade ella, y coge el último macaron del plato que nos habían servido.

***

Nos encontramos frente a un edificio de esos típicos de París, con cuatro plantas más un ático abuhardillado, ventanas altas, solemnes, de piedra arenisca y techo gris oscuro, metálico. No abundan mucho por Nantes. Entramos y subimos al tercer piso en un antiguo ascensor de madera, de esos que por puertas tienen unas rejillas que hay descorrer para poder salir. Seguimos por un pasillo estrecho enmoquetado hasta el piso 311 y entramos.

Los techos del piso están a unos tres metros de alto, hay tres dormitorios, salón, dos baños y una cocina unidos por un extraño pasillo serpenteante. Armarios empotrados casi en cada rincón y, sorprendentemente, una cocina totalmente nueva y equipada. Por lo demás, el único mueble que tiene la casa es una lámpara de araña en el salón. Al darnos la vuelta tras observar la calle desde la terraza, nos encontramos con una vieja señora en medio de la habitación. Damos un respingo y ella se ríe divertidamente y saluda a Kate.

- ¡Hola cielo!
- ¿Qué tal señora Castevet? ¿Cómo se encuentra?

La conversación se desarrolla de forma que aprendemos que estamos viendo este piso gracias a que la señora Castevet ha avisado directamente a Kate, a quien conoce desde hace años por ser amiga de sus abuelos. Nos explica que el edificio, aunque viejo, está en muy buenas condiciones porque el casero se preocupa mucho por ellos a pesar de lo bajo que les mantiene el alquiler. “Seguro que se trae negocios sucios…” nos dice, y se ríe divertida de su propia ocurrencia. Resulta que el edificio pertenece por completo a la misma y desconocida persona y curiosamente, todos los inquilinos trabajan o han trabajado en Transparence. En nuestro caso, me explica Kate en un momento que la amable señora Castevet está enseñando no sé qué a mi pareja, estarían dispuestos a hacer una excepción debido a nuestra estabilidad económica.

- ¿Para que la necesitan, si el alquiler está tan bajo? -digo con ironía, pero a Kate parece no divertirle y me mira con gesto extrañado. No me responde.
- Bueno, está claro que no tenemos mucha elección, nos has traído a un candidato ganador. -añado, para intentar cambiar la expresión de Kate. Y lo consigo. Me pone una mano en el hombro y me dice:
- Me alegro. Es una decisión excelente.

***

Ya en el hotel, descansando y poniendo nuestras impresiones en común, mi pareja me relata la extraña conversación que tuvo con la entrañable señora Castevet. Ella se quejaba de que quizás el piso era demasiado grande para nosotros por tener tres dormitorios. La señora Castevet le quitó importancia en seguida y añadió “además, ¿no tenéis niños?” y ante la respuesta negativa de mi pareja añadió:

- Bueno, no pasa nada. Este es un buen sitio para tenerlos. Como en el edificio somos todos gente ya mayor, no hay niños pequeños que correteen por los pasillos y se les echa de menos. No te preocupes, os cuidaremos bien. Os ayudaremos en todo lo que os haga falta.

Que la señora Castevet se frotara las manos de forma nerviosa de la que le dijo eso, no ayudó a que mi pareja sintiera un ya familiar escalofría recorriéndole la espalda.

2 comentarios:

CaesarHec dijo...

¿Te suena "La semilla del Diablo"?

Na, estoy seguro de que seréis muy felices en vuestro apartamento del Edificio Dakota....

srcocodrilo dijo...

Mmm... A mí no, pero creo que a la señora Castevet sí... ;)