miércoles, octubre 23, 2013

Good ol’ memories

Dejo aquí un texto (levemente corregido) que escribí en 2004, cuando era un tierno erasmus sin blog. Lo envié por correo a unos cuantos amigos. Ya va siendo hora de que vea la luz pública.

Hay historias que se tienen que contar, a pesar de que vayan en detrimento de uno mismo y se corra el riesgo de perder cualquier rastro de dignidad en la vida. Esta historia acaba de suceder hace escasa media hora, así que si me faltan las palabras perdonadme pero es que todavía sigo paralizado por los hechos. Os he elegido a vosotros para contaros la historia, bien porque sabréis apreciarla, o bien porque albergo la esperanza de que a pesar del relato no me quitaréis el saludo. Vamos a los hechos.


Hace la escasa media hora antes mencionada, yo me encontraba en el salón-cocina de mi casa. Acababa de comer un estupendo arroz con pollo que hizo me sintiera orgulloso de mi nueva faceta de cocinero. No sospechaba yo en ese momento que el orgullo duraría poco tiempo... Al acabar, como cualquier persona normal y no como mis compañeros de piso, me dirigí al fregadero a lavar la vajilla y sartenes usadas. En este punto de la historia tengo que mencionar el hecho de que llevo unos días un poco resfriado, y con un nivel de mocos bastante elevado. Sigamos.

Estaba yo tan contento "fregando los cacharros" como decimos en el argot y abstraído en mis pensamientos, cuando de pronto note un picorcillo en la nariz. Rápido y sin poder reprimirlo, tuve que soltar un espléndido estornudo, bastante sonoro dicho sea de paso. Mientras el estornudo se producía, noté no sin algo de sorpresa, como algo recorría rápidamente el camino que separa la laringe de la boca y luego salía disparado hacia el infinito.

Efectivamente, un flemazo del tamaño de un huevo de avestruz (el símil no tiene nada que ver con la forma) salió disparado, describiendo en el aire un movimiento compuesto de un desplazamiento con trayectoria de parábola y una rotación sobre sí mismo, elegante he de reconocer. Obedeciendo a leyes de la física conocidas por todos, la flema imparable chocó contra el suelo quedando situada en medio del suelo de la cocina a unos tres metros de mi ubicación. Hay que añadir que el suelo de mi cocina no es blanco, sino crema, y que la flema tampoco era verde como acostumbramos, sino de un tono amarillo que la confundía con el entorno cual camaleón africano y me obligó a preguntarme si no me voy a tener que pasar la semana próxima en cama.

He aquí el problema: me vi en la situación de tener que limpiar semejante monstruo antes de que nadie apareciera por la escena del crimen. Decidí, de todas formas, que como estaba limpiando la vajilla, como antes dije, y mis manos estaban impregnadas de jabón y la tarea estaba aun por finalizar, que acabaría la tarea de limpieza, y luego lucharía contra la flema que a estas alturas lucía brillante y lustrosa en medio de la suciedad de mi cocina. Según mis cálculos mentales nadie iba a entrar en escena dada la hora del día, pero estos cálculos suelen ser erróneos y la puerta del salón sonó antes de llegar al cociente. Alguien se acercaba a la escena del crimen. Cuando por fin me volví y vi quien era, el cielo y la tierra colapsaron al darme cuenta de que no era sino mi compañero de piso Duncan, otrora conocido como ELTON JOHN, dado su parecido físico y su gusto por bailar de forma ecléctica en cuanto la música suena.

Así es, venía con bolsas de la compra, muy sonriente por cierto, y tras saludarme espontáneo como siempre se dirigió a su armario. Afortunadamente para todos, logró esquivar la trampa mortal que le esperaba en medio de la escena. En ese momento, cuando Elton se agachó descubrí con increíble asombro que los elementos iban contra mí (o contra él, según se mire). Elton iba descalzo.

Ya sé que a estas alturas todos intuís el final, pero no por eso no merece ser contado. Mientras Elton colocaba las cosas que había comprado, en el Tesco probablemente, y mientras manteníamos una superficial conversación sobre las clases, a mi cabeza llegó el pensamiento de que era raro que Elton estuviera descalzo si venía con las cosas de la compra, pero bueno, hay cosas que nunca entenderemos de Elton y no por eso hay que juzgarlo. Efectivamente amigos, llegamos a la escena cumbre.

Acabada la acción de colocar las cosas en su armario, y dada por finalizada la conversación entre ambos, Duncan, con un gracioso a la par que elegante movimiento, giró sobre sí mismo a la vez que se erguía de cuerpo entero y comenzó a desandar el camino andado, probablemente hacia su habitación. Esta vez el gentil escocés no tuvo suerte, y su pie izquierdo se posó plenamente sobre la flema, que aunque hace mucho que no la nombro, no creáis que se había marchado ni nada por el estilo. Elton era consciente de que estaba descalzo, y también era consciente de que lo que había pisado no era normal, probablemente ni siquiera fuera de este mundo, pero ante mi sorpresa y la de la flema, Elton, imponente, miró al frente, tragó saliva, sacó pecho, dijo adiós, y prosiguió su marcha.

Ni se miró el pie. Ni juró nada. Ni protestó. Ni siquiera sus cejas se movieron. Tan sólo se detuvo un instante a analizar la situación y cuando lo comprendió todo, siguió con su marcha. La leyenda de Elton crece imparable.

4 comentarios:

CaesarHec dijo...

Y por un momento que, imbécil de mí, pensé que iba a ser una tierna historia de amor juvenil, algún retazo de los albores de vuestra relación. Pero no, iba de un flemón.

Las coordenadas temporales, el hombre maduro que vence la vergüenza y declama "ya va siendo hora que...". En fin, mordí el anzuelo.

Aunque peor fue lo de Elton

srcocodrilo dijo...

¿Amor juvenil? Sólo si hay naves espaciales o sexo, recuerda.

Tu comentario me ha tenido media hora buscando por internet... ¿mi frase "Ya va siendo hora de que vea la luz pública" es dequeísta o la tuya es queísta?

Maldito panhispánico de dudas...

CaesarHec dijo...

ostias, pues no sé, mail a la rae que va.... Pero yo apostaría por la mía queísta.

delia dijo...

jajajajajajajajaaaa!! Pobre Elton, desde entonces no se le escuchó mucho...