viernes, diciembre 10, 2010

Dos lecciones de un Nobel

Una:

    “Desde que escribí mi primer cuento me han pregunta si lo que escribía “era verdad” (…) En efecto, las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa- pero esa es sólo una parte de la historia (…) Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho (…).
    No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. En las novelitas del francés Restif de Bretonne la realidad no puede ser más fotográfica, ellas son un catálogo de las costumbres del siglo XVIII francés. En estos cuadros costumbristas tan laboriosos, en los que todo semeja la vida real, hay, sin embargo, algo diferente, mínimo pero esencial. Que, en ese mundo, los hombres no se enamoran de las damas por la pureza de sus facciones, la galanura de su cuerpo, sus prendas espirituales, etcétera, sino exclusivamente por la belleza de sus pies (…). De una manera menos cruda y explícita, y también menos consciente, todas las novelas rehacen la realidad –embelleciéndola o empeorándola- como lo hizo, con deliciosa ingenuidad, el profuso Restif. En esos sutiles o groseros agregados a la vida, en los que el novelista materializa sus secretas obsesiones, reside la originalidad de una ficción. Ella es más profunda cuanto más ampliamente exprese una necesidad general y cuantos más numerosos sean, a lo largo del espacio y del tiempo, los lectores que identifiquen, en esos contrabandos filtrados a la vida, los demonios que los desasosiegan. ¿Hubiera podido yo, en aquellas mis novelas, intentar una escrupulosa exactitud con los recuerdos? Ciertamente. Pero aun si hubiera conseguido esa aburrida proeza de sólo narrar hechos ciertos y describir personajes cuyas biografías se ajustaban como un guante a las de sus modelos, mis novelas no hubieran sido, por eso, menos mentirosas o más ciertas de lo que son.
    Por que no es la anécdota lo que decide la verdad o mentira de una ficción. Sino que ella sea escrita, no vivida, que esté hecha de palabras y no de experiencias concretas. Al traducirse en lenguaje, al ser contados, los hechos sufren una profunda modificación. (…) Al elegir unos hechos y descartar otros, el novelista privilegia una y asesina otras mil posibilidades o versiones de aquello que describe: esto, entonces, muda de naturaleza, lo que describe se convierte en lo descrito ¿Me refiero sólo al caso del escritor realista, aquella secta, escuela o tradición a la que sin duda pertenezco, cuyas novelas relatan sucesos que los lectores pueden reconocer como posibles a través de su propia vivencia de la realidad? Parecería, en efecto, que para el novelista de linaje fantástico, el que describe mundos irreconocibles y notoriamente inexistentes, no se plantea siquiera el cotejo entre la realidad y la ficción. En verdad, sí se planeta, aunque de otra manera. La “irrealidad” de la literatura fantástica se vuelve, para el lector, símbolo o alegoría, es decir, representación de realidades, de experiencias que sí puede identificar en la vida. Lo importante es esto: no es el carácter “realista” o “fantástico” de una anécdota lo que traza la línea fronteriza entre verdad y mentira en la ficción.
    A esta primera modificación –la que imprimen las palabras a los hechos- se entrevera una segunda, no menos radical: la del tiempo. La vida real fluye y no se detiene, es inconmensurable, un caos en el que cada historia se mezcla con todas las historias y por lo mismo no empieza ni termina jamás. La vida de la ficción es un simulacro en el que aquel vertiginoso desorden se torna orden: organización, causa y efecto, fin y principio. La soberanía de una novela no resulta sólo del lenguaje en que está escrita. También, de su sistema temporal, de la manera como discurre en ella la existencia: cuándo se detiene, cuándo se acelera y cuál es la perspectiva cronológica del narrador para describir ese tiempo inventado. Si entre las palabras y los hechos hay una distancia, entre el tiempo real y el de una ficción hay un abismo (...).
    Las novelas tienen principio y fin y, aun en las más informes y espasmódicas, la vida adopta un sentido que podemos percibir porque ellas nos ofrecen una perspectiva que la vida verdadera, en la que estamos inmersos, siempre nos niega. Ese orden es invención, un añadido del novelista, simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la rectifica. A veces sutil, a veces brutalmente, la ficción traiciona la vida, encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al alcance del lector. Éste puede, así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo, vivirla con una impunidad que la vida verdadera no consiente.
    ¿Qué diferencia hay, entonces, entre una ficción y un reportaje periodístico o un libro de historia? (…) La respuesta es: se trata de sistemas opuestos de aproximación a lo real. En tanto que la novela se rebela y transgrede la vida, aquellos géneros no pueden dejar de ser sus siervos. La noción de verdad o mentira funciona de manera distinta en cada caso. Para el periodismo o la historia la verdad depende del cotejo entre lo escrito y la realidad que lo inspira. A más cercanía, más verdad, y, a más distancia, más mentira (…). Toda buena novela (por su parte), dice la verdad y toda mala novela miente. Porque “decir la verdad” para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y “mentir” ser incapaz de lograr esa superchería, (…) sin “ilusión” no hay novela (...).
    En el corazón de todas las novelas llamea una protesta. Quien las fabuló lo hizo porque no pudo vivirlas y quien las lee (y las cree en la lectura) encuentra en sus fantasmas las caras y aventuras que necesitaba para aumentar su vida. Ésa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones (...).
    Por eso, cuando la vida parece plena y absoluta y, gracias a una fe que todo lo justifica y absorbe, los hombres se conforman con su destino, las novelas no suelen cumplir servicio alguno. Las culturas religiosas producen poesía, teatro, rara vez grandes novelas. La ficción es un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo, donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido sustituida por una visión resquebrajada y una incertidumbre creciente sobre el mundo en que se vive y el trasmundo. Además de amoralidad, en las entrañas de las novelas anida cierto escepticismo. (…) Sus órdenes artificiales proporcionan refugio, seguridad, y en ellas se despliegan, libremente, aquellos apetitos y temores que la vida real incita y no alcanza a saciar o conjurar. La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación (...).

    Los hombres no viven sólo de verdades; también les hacen falta las mentiras: (…) La ficción enriquece su existencia, la completa, y, transitoriamente, los compensa de esa trágica condición que es la nuestra: la de desear y soñar siempre más de lo que podemos alcanzar.

Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras
Ed. Santillana

Y dos:

3 comentarios:

CaesarHec dijo...

"La verdad de las mentiras" es un libro muy gozoso, además de acabar con algunos de los tópicos y prejuicios más absurdos en torno a la literatura, como este sobre ficción, verosimilitud y veracidad, es un manual de crítica literaria para todos los públicos.

Vargas Llosa tiene varias novelas vulgares y al menos un par de obras maestras. Casi nada.

A "La verdad de las mentiras" le tengo especial cariño porque lo tomé prestado de un kiosko en la zona de embarque del aeropuerto de Miami, después de dos meses de viaje por México. Luego olvidé devolverlo. A Vargas Llosa le admiro por su coherencia intelectual, liberal hasta donde haga falta. Un par de ejemplos:

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Avatares/marihuana/elpepiopi/20101107elpepiopi_11/Tes

http://www.elpais.com/articulo/opinion/ESPANA/PODER_LEGISLATIVO/_VI_LEGISLATURA_/1996-2000/nasciturus/elpepiopi/19981011elpepiopi_7/Tes

Además tiene un directo demoledor.

CaesarHec dijo...

El porqué de la segunda lección...

http://www.elcomerciodigital.com/v/20101215/gente/punetazo-famoso-historia-celos-20101215.html

Dios, si miññññ hiciera lo mismo no tendría amigos....

srcocodrilo dijo...

Yo tengo que decir que, aparte de "La verdad de las mentiras" que estoy leyendo a trozos (el libro consiste en comentarios del escritor sobre la treintena de libros del s.XX que él considera capitales), aún no he leído ninguna novela suya.

Supongo que estoy influenciado en parte por mi madre, que rápidamente tomó partido por García Márquez en esta, la más famosa enemistad literaria de los últimos tiempos. Fue su tendencia más bien conservadora la razón por la cual tiene, tácitamente, vetada la entrada en casa de mis padres.

Sin embargo, no puedo más que estar de acuerdo con Hec a la hora de elogiar que, independientemente de sus ideales, este hombre tiene voz propia y espíritu crítico, y sólo por eso ya merece ser escuchado.

Y ya para otro día dejaré la anécdota del día que lo conocí, y me presenté, y charlé con él durante un breve instante, y en aquel mismo momento supe que se me habían cerrado las puertas de la élite literaria mundial por siempre jamás.