martes, marzo 22, 2011

El final del camino

Le doy al play.



Escucho la canción entera, sin moverme, mirando a mi alrededor y empapándome todo lo posible de unas notas que ya me sé de memoria. Sólo así consigo que la música suene en mi cabeza el resto del día, y todo lo que hago tome un tono más épico. La escucho sólo una vez al día, tengo que guardar las pilas para el contador y no puedo malgastarlas, pero Apache me anima, algo así como si estuviera en una película de vaqueros. Cuando acaba, apago el reproductor, guardo las pilas en la mochila y continúo la marcha empujando el carrito.

Por las noches me dedico a investigar, es más fácil así. Guardo mis cosas en cualquier escondite improvisado y me dedico a inspeccionar el terreno y a estudiar el camino que recorreré al día siguiente. Durante el día avanzo lo explorado la noche anterior, empujando un carro de la compra con el poco equipo que me queda. Lo del carrito de la compra está bien, es ingenioso. Lo aprendía leyendo La Carretera, de Cormac McCarthy. No es que el libro me entusiasme –en realidad me aburre un poco- pero es una estupenda guía para moverse por tierras abandonadas como esta, la novela ha resultado ser una buena guía de supervivencia a su pesar. Es cierto que preferiría tener otros libros a mano, pero no puedo, sería demasiado peso y consumiría demasiadas fuerzas en cargar con ellos, y las fuerzas no son algo que me sobren ahora precisamente. Además, alimentándome a base de conservas no es que me dé para sentirme vigoroso, más bien débil en exceso; pero hay que seguir adelante, de eso no hay duda.


El contador Geiger hace semanas que no detecta nada, puede que no haya radiación alguna por aquí, pero más bien tiendo a pensar lo contrario. De todas formas, he probado con varios juegos diferentes de pilas, todos los que guardo, y no creo que estén todos agotados porque la canción diaria la sigo escuchando. Seguiré atento.

Camino en dirección al Norte, o eso creo. Explorar por la noche para andar por el día no es la forma más rápida de desplazarse, me siento agotado constantemente y ya no siento sueño cuando quiero dormir, sino un cansancio lento y pesado a todas horas. Pero no hay otra forma de avanzar, y menos desde la última escaramuza. Además del apuro, perdí el mapa y la brújula. Malditos mutantes. Bueno, en realidad yo no sé si mutantes o no, pero yo los llamo así aunque no se parecen en nada a lo que uno imaginaría por mutantes. La radiación es caprichosa y no nos trata a todos por igual; a algunos los fulmina en días y a otros los consume lentamente, los sume en un proceso degenerativo que parece no tener fin. Se deforman sus manos, se retuercen sus articulaciones y se les amarillea la piel. Por eso caminan como zombies y hablan como zombies –apenas balbucean-, todo se debe a la atrofia muscular. Y luego cazan en grupos a otros humanos no porque sean criaturas perversas, sino porque están hambrientos. Son caníbales por obligación. La única diferencia entre ellos y yo es que yo mantengo la calma, mientras que ellos ya no tienen nada que perder –por muy extraño que resulte en este entorno, me obligo a mantener cierto sentido de civilización, como para no perder la cordura-. Mientras tanto ellos se atacan entre sí y atacan también a los que todavía estamos limpios. Los pocos que quedamos limpios. Quién me iba a decir a mí que acabaría viviendo una película de zombies, a mí, que ni me gustó 28 Días Después, ni The Walking Dead, ni el Resident Evil de la play. A mí lo que me gustaba de niño era ser como la antorcha humana, un mutante de tebeo, pero claro, al final ha resultado que un mutante dista mucho de eso. En todo lo demás acertamos, pero en los mutantes no.

Sin brújula y sin mapa ya no sé hacia donde me dirijo. Quería ir al norte, pero ahora ya no sé en qué dirección voy. Camino día y noche para mantenerme vivo, pero creo que para nada más.


En contra de lo que pensaba, por fin he llegado. Tras comprobar anoche que el terreno estaba despejado, he caminado durante el día por la carretera principal hasta un cartel que decía Fukushima City, justo el sitio al quería llegar. Eso explica por qué hace días que no me cruzo con nadie, ni siquiera con mutantes, y aunque el contador Geiger sigue sin marcar nada, ahora ya no hay duda, sé que estaba estropeado. No era un tema de pilas, porque siguen haciendo sonar cada mañana la misma canción, era el maldito aparato. Lo he tirado al suelo con rabia y luego me he reído de mí mismo. Un contador Geiger en Fukushima me resulta tan útil como una lupa en la noche cerrada.


Llevo tres días aquí y los efectos ya se notan. Pronto dejaré de escribir ya que las fuerzas no me darán para mucho más. No sé si alguien encontrará este cuaderno algún día, pero algo dentro de mí me obliga a seguir escribiendo, a dejar constancia de este viaje, y de lo poco que queda de él. Apenas puedo dormir, tengo migraña todo el día. Los músculos y las articulaciones me duelen, y apenas puedo comer nada. Mis vómitos y mis heces han aumentado en cantidad y variedad de colores, Siento como mi organismo se está destruyendo rápidamente.


Hoy ya no puedo más. Ya no me puedo mover y apenas tengo fuerzas para escribir. Hasta aquí he llegado, pero no estoy triste, siento que he alcanzado mi objetivo, fuese cual fuese. Ahora, aquí sentado en un portal de esta ciudad fantasma, sólo, sin comida y sin hambre, paso mis últimos instantes de vida rememorando momentos pasados. De entre todos ellos, el que con más fuerza me viene a la mente es el de una conversación entre amigos. Alguien preguntó hasta dónde sería capaz de llegar el hombre, el ser humano, y yo respondí que hasta Fukushima. En aquel momento ni yo mismo entendí muy bien la respuesta. Ahora ya lo he comprendido, ya lo he cumplido además. Y ya puedo descansar.

3 comentarios:

mitrulk dijo...

Bonito cuento cocodrilo, espero q no termine siendo premonitorio. Vivimos en un mundo complejo en el q el desarrollo tecnológico implica riesgos, y el ser humano intenta tomar las ventajas y minimizar el peligro. Pero este no se puede eliminar del todo.

Había un libro de asimov q se llamaba las amenazas de nuestro mundo, en el q repasaba una por una (desde el fin del universo convertido en una sopa en equilibrio térmico hasta un virus o una guerra nuclear) las posibles causas de nuestra extinción. Os lo recomiendo, da una acertada idea de lo frágiles q somos como especie en realidad.

CaesarHec dijo...

Por lo menos tú no ibas con tu hijo del brazo.... o peor, con Berto!!! NOOOOO!!!!!!!!!!!!

En serio, muy buen relato. Ahora esperamos uno que no este inspirado en tus lecturas, 100% lagarto style!!

Eso, o que tu próxima lectura sea Joyce o Faulkner, ibas a pasar unas risas escribiendo el post jaajajaja

BJ dijo...

Ehhh!!! qué pasa, yo sería una excelente compañía en un escenario apocáliptico. No sería recomendable darme la espalda o dormir con los dos ojos cerrados, pero rodeados de mutantes deformes me pasaría el día poniéndoles motes y nos echaríamos unas risas... Lo uno por lo otro, no se pué tener todo.