martes, mayo 10, 2011

¿Y si no me lo creo?

Una amiga nuestra, hace tiempo, cuando éramos estudiantes y parecía que la universidad duraría para siempre, nos dijo un día que estaba leyendo “El Código da Vinci”. Se planteó el debate sobre la veracidad o no de ciertos temas del libro y ella fue tajante: “me lo creo todo. No creo que haya nada en el libro que sea mentira. Es más, ¿por qué iba a mentir el autor?” Y punto final al debate.

En otra ocasión, veraneando con unos amigos, otra amiga, que no estaba con nosotros en aquel momento, nos envió un mensaje de texto:

Acabo de poner el telediario de Telecinco, y en un reportaje sobre las vacaciones de verano salíais vosotros en la playa.

Yo dije que aquello era mentira, que nos estaba vacilando, y cuando otro de los amigos me preguntó por qué, le dije que simplemente porque no habíamos visto cámaras de televisión en la playa. Mi amigo se quedó en silencio y reflexionó, y al final dijo: “¡es que tú no te crees nada!”. La diferencia entre mi amigo y yo, no es que yo me diera cuenta del bulo y él no, la diferencia era que él estaba más a gusto creyendo aquella mentira que pensando en la anodina realidad: nadie iba a grabarnos para la televisión. Recuerdo que entonces pensé si a veces no sería más astuto creerse las cosas, que saber que son mentira…



A las primeras planas de la prensa saltó hace un par de semanas la noticia del asesinato de Bin Laden y el posterior lanzamiento al mar de su cadáver. No se han mostrado fotos del fallecido, pero hasta parece que la propia Al Qaeda ha confirmado la noticia. A los pocos minutos de la publicación del suceso, ya se podían ver imágenes de celebraciones espontáneas en diversos puntos del globo, especialmente Nueva York. Todo muy de película. Por un lado, resulta difícil creerse toda esta operación, diez años después del 11-S, con Bin Laden viviendo en un chalet cerca de oficinas de policía paquistaníes en lugar de en una cueva en los montes de Afganistán. Pero por otro lado poco importa que sea real o no, se trata de un símbolo. Un símbolo él, y otro símbolo su muerte. Yo no creo que vanagloriarse de ciertas muertes sea lo más cabal, y aunque entiendo que la ex mujer de un bombero del FDNY fallecido en el 11-S piense que se ha hecho justicia, no creo que los líderes del mundo con Obama a la cabeza deban considerar el suceso como “una gran noticia”.

Pero iría más allá. Nunca he entendido yo muy bien cómo funciona esto de Al Qaeda. Tal y como la prensa lo pinta, es una especie de Internacional Terrorista Islámica, que comete atentados en cualquier parte de la esfera terrestre: EEUU, Reino Unido, España, pero también Marruecos, Kenia, Indonesia, Pakistán, o donde sea necesario. Según parece, Bin Laden y los suyos dirigían, entrenaban y suministraban armamento a toda una red de células terroristas, pero sin moverse de unas montañas en Afganistán. Algo así como si el Comandante Cobra fuera el malo del Inspector Gadget; un tipo sin cara que no se mueve de su silla, que nosotros no sabemos dónde vive, pero que él todo lo ve y todo lo sabe gracias a una pantalla que retransmite lo que sea. Y mientras tanto no deja de acariciar a un gato con su guante de metal.

Esta especie de Cid Campeador del “lado oscuro” ha servido a los gobiernos de todo occidente para justificar aumentos de presupuestos en Defensa, modificación de leyes de protección de datos y privacidad, creación de cuerpos especiales que no tienen que obedecer más que al Presidente del Gobierno, y demás medidas propias de 1984, de Orwell. El doblepensamiento palpable en todo este asunto es alarmante. Cualquier diría que ha habido mucha gente interesada en fomentar la leyenda de Bin Laden y de Al Qaeda, tal y como una madre amenaza a su niño con el hombre del saco. Cuidado, que viene Bin Laden; nos han susurrado durante diez años.

Ojo, con todo esto no pretendo ni mucho menos menospreciar ni ignorar los tristes atentados que han tenido lugar en esta última década en diversas ciudades. Simplemente me quejo de la explicación tan “simple” que se nos ha dado del tema: hay una mano oscura que todo lo abarca, y ellos nos atacan a nosotros porque sí, porque son malvados y eso es lo que hacen, atacar porque sí. Y otra cosa más. Tampoco creo que el tratamiento que le han dado a Bin Laden ayude en absoluto a cerrar la brecha que se está abriendo entre Occidente (laico-cristiano) y el mundo Islámico (Oriente Medio, parte de Asia y parte de África, zonas en las que abundan países del Tercer Mundo).

Al que no le parezca que este tratamiento de Occidente es erróneo, habría que contarle la historia de un antiguo líder rebelde. Vivía en Oriente Medio y al parecer defendía a un puñado de insurgentes, esclavos de hecho, a los que llamaba a rebelarse contra el poder establecido con máximas como “todos somos iguales”, o “ellos no tienen más derechos que nosotros”, o “tú tienes derecho a vivir tan bien como ellos”. Ese hombre ganó en importancia hasta el punto de que los gobernantes de la época decidieron acabar con él, creyendo que así se acabaría la revuelta. Nada más lejos de la realidad, su historia fue creciendo y fueron naciendo leyendas alrededor suyo, la imagen que quedó de él tras su muerte inspiró a mucha gente y les invitó a seguir luchando contra esa diferencia de clases, hasta que siglos después esa nueva corriente religiosa, inspirada por aquel hombre y los mitos sobre su vida, se convirtió en el poder establecido, dando la vuelta a la tortilla.

Seré una persona escéptica, que recela de creerse las historias y las opiniones que le llegan demasiado mascadas y digeridas como para que no resulten sospechosas, pero mirad las fotos de la gente acudiendo a la casa de Bin Laden, así por curiosidad, pero sin darse cuenta de que quizás están comenzando una especie de peregrinación, una especie de rito, y reconoceréis que todo esto resulta un tanto irónico.

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