miércoles, octubre 05, 2011

Wakefield, de Nathaniel Hawthorne

Me ha comentado un amigo que últimamente, uno se juega más la vida entrando en las oficinas de una editorial y diciendo:

- Me he comprado una KINDLE en AMAZON,

que pasando el detector de metales de la entrada de visitantes del Pentágono, y acto seguido, sacar una cimitarra de plástico y correr pasillo adentro a grito de “¡Alá es grandeeee!”

Y es que, exceptuando a algunos nostálgicos que siempre vamos a disfrutar de un buen tocho de páginas de papel llenas de palabras entre dos tapas de cartón, resulta inevitable aceptar que el futuro digital del libro, un libro que ofrezca al lector/espectador/actor muchas más posibilidades. Si el protagonista entra en un garito, en mi dispositivo electrónico empezará a sonar la misma música de piano, y se desprenderá un olor a tabaco y a rancio (dependiendo de la mala climatización que este tenga); si le regalan una caja de bombones a la cándida de la protagonista de la nueva novela póstuma de Corín Tellado, la lectora quiere oler ese mismo chocolate negro y si por fin la prota se casa, todos queremos escuchar campanas de boda mientras leemos con lágrimas en los ojos el párrafo final del relato. Querré ver los mismos vídeos de Youtube que los protagonistas, e incluso querré enlaces a páginas web que me permitan leer los mismos artículos que ellos leen y hasta por qué no, entrar en los mismos blogs, que habrán sido creados ad hoc para completar la novela, y crecerán y se completarán más allá de esta, de forma que a cada lectura de mi libro digital, el blog que lo completa podrá haber evolucionado y me estará ofreciendo una nueva historia. Y todo esto no es ciencia ficción. Los personajes de Belén Gopegui hacen búsquedas reales en Internet que yo mismo puedo repetir, por ejemplo. Pero el tema se ha llevado mucho más adelante, la interacción de una nueva forma de literatura con los medios digitales es ya una realidad. Y ojo, que todo esto no lo digo tomando parte.

Pero los libros de papel siguen plantando cara. Si por algo sufre el libro como producto comercial, y al igual que otros productos como las películas, es por no haber cambiado nada en toda su vida. Los que preguntéis que para qué tiene que cambiar un libro no habéis entendido mi afirmación; yo tampoco quiero que cambien, pero es inevitable que en plena revolución digital de los medios de comunicación, los productos evolucionen y ofrezcan al consumidor algo que antes no tenían a su alcance. Los mercados son así de crueles; no buscan el mejor producto, sino el más vendible.

Es bajo estas condiciones de contorno que uno comprende mejor la aparición de nuevas editoriales como Nordicalibros, que edita esta versión bilingüe e ilustrada –Premio Nacional de Ilustración 2010 para Ana Juan- del Wakefield de Hawthorne, o la editorial Reino de Redonda, que el ilustre Javier Marías utiliza para publicar sus caprichos literarios. Son editoriales dedicadas al libro como objeto de regalo, o de coleccionista. Ediciones cuidadas; prologadas (y doble-prologadas), anotadas, analizadas, ilustradas y epilogadas que se oponen a las ediciones de bolsillo como concepto de producto.

Pero ojo, que yo no creo que se contradigan, pienso que simplemente amplían la oferta del libro impreso, en un coletazo más por tratar de sobrevivir y no ser engullido por esos unos y ceros que todo lo fagocitan y todo lo convierten en un vídeo de catorce segundos o en una frase de ciento cuarenta caracteres. La vida puede que esté cambiando deprisa, pero no hace falta que nos pasemos, hombre. Yo no tengo prisa.



En cuanto al cuento en sí, Wakefield narra la historia de un hombre que un buen día, sin motivo aparente, decide desaparecer de su propia vida. Así, se muda a un piso alejado unas calles de su propia casa y permanece allí durante veinte años. Durante ese tiempo se dedica a transitar por las calles de su barrio como un extraño cualquiera; observa su propia casa, se cruza con su esposa sin ser visto ni identificado… Se limita a ser testigo de su propia vida, o más acertadamente testigo de los restos de su vida sin él. Un día lluvioso, sin embargo, empapado por el agua se encuentra frente a la que fuera su casa y decide entrar para secarse la ropa, como si no hubieran pasado veinte años.

Hawthorne fue contemporáneo y amigo de Melville, escritores decimonónicos americanos, parte del movimiento romántico. Padres de la literatura moderna ¡ala! Y el señor Wakefield es un Bartleby antes de Bartleby. Testigo de su propia vida, o más de su no-vida. Para él sus propios actos no tienen importancia, su único interés radica en observar a los demás, hasta el punto de desaparecer de sus vidas. No es un voyeur ni un vicioso, puesto que es reposado y sus actos carecen de maldad y perversión. El señor Wakefiel simplemente es un fantasma.

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