lunes, marzo 19, 2012

El fantasma de Hoppers, de Jaime Hernández

 Al final me ha salido un texto sobre Locas, en general, y no tanto sobre El fantasma de Hoppers. Mejor así.

Me resultaba extraño que tras ya casi seis años de Virtua Bartolo no hubiera mencionado para nada la obra de Jaime Hernández, pero revisando los diferentes volúmenes de su “Locas” he llegado a una sencilla conclusión: no me atrevía, me imponía demasiado.

¿Y ahora qué pasa? ¿Me he hecho más sabio? ¿He subido de nivel? Qué coño. Donde hay confianza, ya se sabe, y de tanto seguir las vidas de los personajes del más joven de los Hermanos Hernández parece que les he perdido la vergüenza.

Jaime, junto a sus hermanos Beto y Mario, es el co-creador del fanzine Love & Rockets, que se publicó entre 1981 y 1996. Aquí se recogían las historias que cada uno de los hermanos desarrollaba, siendo Locas la serie que pertenece a Jaime. Love & Rockets es una de las obras cumbre del cómic underground americano, y desde luego una de las más recomendables y adictivas.


En concreto, la saga Locas, cuenta la historia de unas amigas chicanas que viven en California, desde su adolescencia punk hasta su edad adulta. Las principales protagonistas son Margarita Luisa "Maggie" Chascarrillo y Esperanza Leticia "Hopey" Glass, Maggie y Hopey para los amigos y los lectores. Tras unos inicios en los que las historias derivaban en la ciencia ficción, pronto la serie se centró en contar las vidas ordinarias de las protagonistas, de sus centenares de personajes corales, y sus idas y venidas amorosas. Podemos definir Locas como el culebrón hecho cómic. ¿Y eso es bueno? Veamos. Si decimos slice of life o tranche de vie parece que hablamos de algo mucho más elitista, pero no estaremos diciendo nada diferente. La palabra culebrón, desenfadad y autocrítica, la define mucho mejor.

Son varias las razones por las que se pueden recomendar las historias de Maggie, Hopey, Izzy, Penny Century, Ray Domínguez, HR Costigan, la Rena Titañón y demás, pero el apartado técnico es el más fácil de defender. Tras haber dibujado a estos personajes durante más de treinta años, Jaime ha logrado uno de los méritos más notables de su obra, y es que sus personajes han crecido con el paso del tiempo, tanto psicológicamente como gráficamente. La evolución de Maggie y su tropa desde que eran unos niños hasta que se acercan peligrosamente a la cincuentena, seguir sus subidas y bajadas de peso, sus cambios de tinte, de peinado y de vestimenta, pero siempre dibujados por la misma mano, consiste probablemente en el más variado y complejo catálogo gráfico de unos personajes de tebeo (insisto, dibujados por el mismo autor). El estilo de todos los hermanos Hernández se puede calificar como de trazo sencillo, figuras simples y fondos austeros, casi inexistentes. Sin embargo, sus viñetas están cargadas de una simbología muy rica; prácticamente no aparece un objeto que no tenga un doble significado o un peso específico en la trama. Además, la maquetación de sus páginas es ejemplar, dotando a sus historias de un ritmo narrativo muy ágil, que lleva al lector de la mano por toda la historia, parándonos donde importa, y corriendo cuando le conviene.


Y por otro lado tenemos las historias. Habitualmente son historias cortas, que no llegan a las diez páginas, aunque las tramas se extienden y reaparecen entre las distintas historias. Relatos con humor, superficiales, se alternan con historias más profundas que indagan en la psicología de los personajes. Sus idas y venidas amorosas, las relaciones interpersonales, la soledad, la vida adulta, la enfermedad y el miedo a la muerte comparten páginas con la lucha libre femenina, tetas y culos a más no poder, cultura chicana, superheroínas, un poco de género negro y sobre todo muchos personajes. Todas las personas satélites que pueden aparecer en la vida de uno tienen sus páginas aquí, y llegamos a conocerlas también. La forma en cómo el autor va introduciendo a estos personajes en la historia, de forma progresiva, tal y como ocurre cuando conocemos a una persona real, es una gozada. Y lo verdaderamente sorprendente es que uno se lee historia tras historia y tiene la sensación de que todos estos temas y personajes cuadran perfectamente, y que es perfectamente normal mezclar tías que van por la calle en bikini con la soledad, y sexo lésbico con el miedo a la muerte. En Locas todo esto vale, y funciona.

A lo largo de todas la saga (publicada aquí por La Cúpula, y recopilada en tomos a leer en el siguiente orden: Locas I, II y III, Penny Century, El fantasma de Hoppers y La educación de Hopey Glass), llegamos a formar parte del universo de Hoppers (así es como llaman a su pueblo natal), acabamos por intuir cómo se va a comportar Maggie ante tal o cual situación, nos identificamos a veces con sus actos, y otras simplemente discrepamos. Tras treinta años, Jaime ha creado unos personajes que son reales. Casi nada.


Y ya para terminar, el último tomo publicado aquí (que no el último en la cronología de Locas, como ya he dicho) es “El fantasma de Hoppers”. Se trata de un volumen pequeño, 124 páginas, que incluye varias historias pero todas capítulos de una misma trama. Se podría decir que es una novela gráfica en sí misma, y que puede leerse sin haberse leído el resto (aunque zampárselo todo sea recomendable). En particular, “El fantasma de Hoppers”, destaca del resto de historias por unos tintes de realismo mágico muy marcados, más que en los otros tomos (pero menos que lo que se puede encontrar en Palomar, la obra de su hermano Beto), propiciados por un viaje de vuelta al pasado, al lugar en el que se crió. Un reencuentro con los fantasmas del pasado de Maggie, que aunque uno diría que suelen viajar en la cabeza de cada uno, otras veces da la impresión de que nos esperan allá donde más los tememos, habitando casas que hacía años que no pisábamos, sin prisa, sabiendo que tarde o temprano nos tocará volver.


1 comentario:

Álvaro dijo...

Jajaja, avisado quedo; pero no sólo volveré, voy a leerme mi ejemplar para poder decirte "Cocodrilo, no tienes ni puuuuuuuuta idea" con conocimiento de causa.