domingo, mayo 13, 2012

Life becoming echidnic... desire on its knees


Pequeños seres bondadosos

Empieza por el principio, más fácil decirlo que hacerlo. Veamos… “Hallándome yo convaleciente en el lecho del dolor…” Demasiado dramático. “Era un caluroso día de Mayo, los relojes marcaban las 23:00 y me dirigía a urgencias”. Derivativo, y gratuitamente in media res. “En cuanto al fin accedí a sus ruegos sabía que el deporte no me iba a traer nada bueno”. Por ahí vamos bien. “En algún momento del cretácico superior los mamíferos divergieron-” Preciso, viene a cuento, me gusta.
En algún momento del cretácico superior los mamíferos divergieron de los reptiles. Se cree que, entre los actuales descendientes de estos primitivos mamíferos, conservan la mayor similitud los monotremas, considerados los más primitivos mamíferos. Además del archiconocido ornitorrinco encontramos en este orden al equidna, un simpático animalillo que comparte la cualidad de mezclar rasgos de otros seres al modo de un monstruo de Frankenstein de la naturaleza: garras de topo, trompa de tapir, espinas de puercoespín y pene de Nacho Vidal con unas gotas de ADN alienígena.
Hallábame yo no convaleciente, pero si escojonado de risa observando este video. ¿Es un pene? ¿Un periscopio? ¿Es la cabeza de ET? En efecto, el equidna tiene un pene con cuatro glandes, aunque tiene la consideración de deshinchar dos —elegidos aleatoriamente— antes de penetrar a la hembra. Podéis observar que se estira hasta la mitad de la longitud del animal, con un ángulo de unos 60º a la mitad. El animalillo fue retirado del zoo porque asustaba a abuelas y niños por igual: equidna, la sociedad no está preparada para ti. Nada que envidiar al pene espinoso del gorgojo, el pene hiper-largo que obliga a una vagina con forma de sacacorchos o al pene flotante y rastreador que deja detrás un cadáver de un macho satisfecho tras la última eyaculación. De hecho es más entrañable, como decía una compañera, “Ay… es como una manita rosa”.
¿Qué? ¿Digresión? No, amigos, nooooo. Todo está conectado. TODO. El universo es kármico, circular y terrible. Hacedme caso, respetad al equidna, seguramente sea el tótem de alguna tribu de aborígenes papúes con penes tetrífidos.
Y sí, accedí a sus ruegos y me puse a prepararme para las olimpiadas de Londres —anuncio desde ya que no llegaré, la gente de tiro al plato tendrá que esforzarse más para que no se note en el medallero— en un lugar fatídico para los habitantes de este blog: Bruselas. Nada bueno podía salir de ahí. Pero también responsabilizo a cierto padre que, a base de hacer quince Km al día, tener más pelo que yo y pintarnos la cara cada vez que nos ve mediante sardónicos comentarios, quizás me haya creado un insuperable complejo de inferioridad. O a algunos amigos vigoréxicos y la presión de grupo. O a algún malandrín sevill-ano que me amenazó con apuntarme a una carrera popular que recorrerá una distancia para mí inalcanzable. Todos teneis la culpa. Todos menos yo, la víctima, pobre niño de la infancia en posición fetal. “En posición fetal me encogía sobre la silla de bakelita en la sala de espera…”

La soledad del corredor de fondo, Thermomix style

Cuando al fin el tiempo salmantino recordó que no era de recibo estar a cinco grados en mayo, nos recompensó con unos agradables veintimuchos y kilo y cuarto de bochorno. “A mí camisetas de Kalenji”, grité, “Bloody boobs, dejad este cuerpo. ¡A dios pongo por testigo que no me volverán a oler los pezones a vaselina de fresa”. Hop, hop, una buena meada para vaciar, un vaso de la bebida isotónica a mi elección para rellenar y a comerme la carretera trote cochinero mediante.
Cuando a los pocos minutos comencé a sentir pinchazos, ¿creéis que di la vuelta? ¿Me tomáis por un pusilánime, un mingafría, un lector de Almudena Grandes y Javier Marías? Aquí lo que se empieza se acaba, las carreras van en múltiplos de siete kilómetros y si no te gusta te puedo presentar a mi amigo Arturo, escritor, columnista, antiguo corresponsal de guerra y aficionado a decir lo que piensa de ti, aunque no te interese lo más mínimo. Cagonmimanto…
… pero cuando despertó, el pinchazo seguía ahí. “La presión en la vejiga del vaso de la bebida isotónica a mi elección” pensé, convencido de la prodigiosa capacidad filtradora de mis riñones. Por qué me iba a provocar la vejiga pinchazos en la uretra, que en términos anatómicamente churrumbelarios está como más hacia el interior del pito, ¿quién sabe? No dejes que los datos echen abajo una hermosa teoría, ese es el credo de todo buen científico. Y hacia abajo iba la cálida corriente en el baño. Se la beben las merluzas/ que tú te cooooooomes/, mi agüita amarilla. Y en este caso, mi agüita amarilla tenía un característico, inconfundible color carmesí.
De todos los fluídos que me gusta ver salir por la punta del nabo, la sangre está muy al final de la lista, poco por encima de la bilis y el líquido cefalorraquídeo. Así pues, hice lo que haría toda persona que tuviera muy presente la clase de educación física de cuarto de secundaria: mantener la calma, cortar la micción (que escocía un cojón de pato), limpiar las gotas de sangrina que en el pánico del momento había dispersado por todo el suelo y darme una ducha. Antes muerto que sucio. Por otro lado ya sabéis que “Mientras esté limpio… y ni eso”, aunque si me estaba desangrando por mis mejores partes, realmente no se me podía aplicar aquello; por tanto rectifiqué poniéndome de nuevo la ropa que había ido sudando el resto del día, bien fresquita y con olor a tigre. Por último hice lo que todo hijo de médico conoce como “ir al médico”. Es decir, consulta telefónica.
Reservaría la conversación con mi padre en pos de la intimidad médico-paciente, pero es relevante para la conclusión de la historia, dentro de unos treinta párrafos. Basándose en la turbidez de la orina, la cronología de los acontecimientos, la temperatura y la actividad física, descartó el lupus y la tedinitis y se decantó por alguna herida por el calor, la actividad física o una mezcla. Tratamiento: paciencia, buenos alimentos, esperar, beber agua y en dos meados se irá aclarando y arreglando sólo. Leve tranquilidad, falsa alarma, todos los hombres os ponéis como niños ante la vista de una gota de sangre. Pero en el fondo de mi cráneo una pequeña parte de mi decía “Sí, pero a mear va a ir tu padre, microherida o no microherida”. Esperé. Y bebí líquidos, oh como bebí.
A la media hora la panza hinchada acompañada de los nervios que no querían desaparecer del todo hicieron imprescindible una nueva visita al baño. “Ya que estamos aquí, un dos por uno” pensé, siempre práctico. Tres por uno, en verdad, pues me acompañó una recién adquisición subcultural a visitar al señor Roca. Si supiera silbar habría estado silbando. “¡Abran compuertas!”.
Los morritos rojos del cimbel equidniano
Aquello no era sangrina, aquello era sangre con todas las letras. Oscura y ligeramente viscosa, con su hematocrito y su plasma. Me doble del dolor como una gamba. Alcancé a mandar un aviso mental que decía “¡Cierren compuertas ¡Cierren compuertas!” y otro a la puerta trasera que decía “¡Abortar, abortar!”.  Noté la frente sudada, y recordé que nunca el sudor y las cosas buenas han ido de la mano para mí. Flotando sobre el cuadro de Pollock que era el fondo del indoro, el pequeño y mustio dátil había adquirido una nueva característica: unos goteantes labios rojo pasión. Mi pene se estaba convirtiendo en el Joker, o peor aún:
Cuando su pene despertó después de una meada intranquila, se encontró sobre su inodoro convertido en un monstruoso miembro de equidna. Pero pequeño.
Sí, amigos, me estaba convirtiendo en ficción.

Hematuria, oh hematuria

Duro es el momento en que un hijo descubre haber rebasado los límites del conocimiento su padre. Si además desubres simultáneamente el significado de hematuria, es una putada. Resolví en aquel crítico momento que había llegado el día de conocer al fin el mundo de la salud pública española, tanto tiempo ignorado. En su momento de mayor necesidad, yo acudía a su rescate. Baste decir del trayecto que fue penoso: con los nerivos crecientes marcando el ritmo, crecía la presión de la vejiga y periódicamente me asaltaban pinchazos y escozores en la región que, ya sí, reconocía como la uretra sin lugar a discusión alguna. Añadámosle al insulto el hecho de que eran más de las diez y me había visto obligado a regresar mi cena, ya preparada y dispuesta sobre la mesa, a la nevera ante la más urgente necesidad que me había surgido. Mi mente vagaba y no dejaba de volver a otro líquido de color rojizo, el cuenco de salmorejo casero que había abandonado.
Entrada triunfal:
—Hola, tengo un problemilla. Tengo orina en la sangre
— …
— Es decir, tengo orina en el pis
— …ajá…
— O sea, mierda… tengo sangre en la orina. Eso.
— Bueno, ¿tienes la tarjeta sanitaria?
— …
Ignoro cómo esa tarjeta llegó allí, pero bienvenida sea en su hermosura. Tras preguntar si era un problema que fuera del SESPA (adelantándome a las amenazas de intervención,  si está pasando yo lo estoy vienodo) me acomodé en la sala de espera: la espalda curvada, el cinturón desabrochado, fuera la sudadera (sudor ¡Sí! orina ¡No!). 22:30 de la noche
¿Cuál es el protocolo en estos casos? La frecuencia con la que llamaban por megafonía a los familiares me hizo dar en el clavo: no venir sólo, decir a la gente dónde estás, no estar sólo en el mundo (no necesariamente por ese orden). Casualidades cósmicas de la vida, en ese momento tenía batería en el móvil y dos amigos que viven enfrente del hospital literalmente. Parafraseando, la respuesta a mi mensaje fue “Oye, está muy bien esto de los detalles sobre tu orina y tal, pero ¿qué tal si nos dices en QUÉ HOSPITAL estás, y eso?”. Teniendo en cuenta que los tres hospitales de Salamanca a cien metros uno del otro, admito que hubiera sido un detalle, así que humildemente completé la información.
23:00 (aproximadamente): al fin compañía. Quejarse de la tesis doctoral siempre ayuda a despejar la mente y apartarla de los kilopascales que crecían en mi vientre como un mesías de la orina ensangrentada. No, no he tomado remolacha, la remolacha no duele.
23:15. Estado de la mar: tres señoras en silla de ruedas, múltiples familiares, una señora se duerme sobre su mano.
23:30. Llamada a la moza para contar lo que hay y redactar mis últimas voluntades. Para quitarle hierro digo “Si me quedo incapacitado, ¿me seguirás queriendo?”. En ese momento se cae la llamada. Ese sonido en el viento, ¿es un clic de ratón que modifica el estado en Facebook?
23:45. Relajados los nervios, soy consciente al fin de que tengo hambre. HTC, no me falles ahora (no, no llamé al Telepizza. Me arrepiento, hubiera sido un puntazo)
00:00: Llegan refuerzos con una cena nutritiva: galletas,  mininapolitanas y un bocata de fuet y queso, único resto del partido que enfrentara a 22 señores en calzoncillos y camisetas de rayas el día anterior. Que le den por el culo a la dieta mediterránea, la salud me hizo esto. Mi amigo me comenta que, en comparación con su país, falta el trío calavera bebiendo aguardiente en un rincón. Ojalá. Ojalá… pudiera… beber…
00:15. La gente no deja de entrar al baño y lo hacen para joderme. Se merecen que me ponga en modo aspersor, les deje perdida la porcelana y además les acojone un poco con mis alaridos de dolor. (No, no debo pensar en baños. Mear es de débiles. Debo aguantar. Debo aguantar… y todo se solucionará sólo, la sangre cicatrizará mis heridas y comenzaré a reabsorber la orina mágicamente. No hay dolor)
00:30. Un señor extraño se nos acerca. Huele a rancio y a gasolina. Habla dos minutos y entendemos la palabra “joven”. Se ríe. Los dientes… Dios, los dientes… me sobrepongo a las ganas de mear y a los pinchazos uretrales a base de sentir miedo.
00:40 Suena el teléfono. Sólo se había perdido la llamada. Por otro lado, cambiar la página de Facebook es complejo. Quizás no merece la pena.
00:45. El señor vuelve con frecuencia creciente a medida que se vacía la sala. Estado de la mar: familiares y un grupo de tres guiris jóvenes: aún no es la hora de las siempre simpáticas intoxicaciones etílicas.
01:00 Jugamos a las sillas, pero el señor sabe más por viejo, alcoholizado y maloliente que por diablo: se sienta en el mismo sitio, habla igual de incomprensiblemente y no parece afectarle el hecho de estar hablándole a otra persona. Practicamos el búho como no lo hacíamos desde la adolescencia. Es inútil: como el otoño, el señor siempre vuelve.
01:15: Un poco exhasperado, me levanto a preguntar si piensan que tardarán mucho. Avanzo como una embarazada de nueve meses: si me pongo un trozo de hulla en la punta del ciruelo, la presión lo convertiría en diamante. Los conserjes, muy amables, me informan de que es una locura de noche, que está hasta los topes y que si quiero puedo preguntar yo mismo en el pasillo de las consultas, pero que no me va a quedar otra que esperar.
01:16: Me asomo al pasillo. Dos personas juegan con el móvil. Silencio sepulcral. Un cardo rodante pasa saltando, y juraría que al fondo, tras la puerta, he visto el hocico de un equidna. Deben de estar todos haciendo un quíntuple bypass a corazón abierto mientras se enrollan en el armario de los medicamentos.
01:30: Estado de la mar: una señora se queja en alto del gobierno para que alguien entre al trapo. Su marido le dice “aquí nadie viene por gusto, la gente que está aquí es porque lo necesita”. Fracasa: exceso de lógica. La edad media se desploma cuando entra una chica joven. Nos vamos durmiendo. Dulces sueños, casacadas y orbayu…
01:45. Hace calor. “Voy a coger algo de beber en la máquina”. Suena la argolla, la humedad del aire se condensa sobre la lata de fría y refrescante bebida isotónica a-su-elección. “Mmmm que fresquito”. Extiende la mano. “¿Quieres?”. Mi mirada asesina perfora acero, hormigón, las murallas del Pireo. “…ooops. Perdona, no me había dado cuenta”. El señor nos ronda como un buitre.
02:00 Al fin, por megafonía, no llaman a Justinianos ni Cojoncios. Conozco ese nombre. No puedo contenerme, me levanto de un salto y grito “¡Vamosssss!”
Cuando al fin estoy en la consulta, tras contarles mi vida y que me pongan esa simpática pinza en el dedo que, como todo hombre, ansío agarrar y manipular cien veces hasta cascarla, cuando cortan mi detallada exposición sobre mi estado alérgico con un educado pero firme “No, no… me refería a alergias a algún medicamento”, sólo entonces surge el fatídico vaso. Señor, no pongas ante mí este cáliz. Una muestra, bien calentita y lleno hasta arriba. ¿Hasta arriba? NO, sólo quieren un tubo de ensayo. A estas horas no aspiro a más que a pequeñas victorias, así que me alejo renqueante pero satisfecho hacia el baño.
Me veo obligado a mear, a pulsos cortos y suaves, so pena de combustión espontanea de los nervios de la uretra ante el escozor que me abruma. ¿Sacaré algo bueno de todo esto, un parto más fácil quizás?
Los ejercicios de Kegel o ejercicios de contracción del músculo pubocoxígeo, son unos ejercicios destinados a fortalecer los músculos pélvicos.1 También están recomendados para evitar alteraciones comunes como la incontinencia urinaria o también para facilitar el parto. En el campo sexual son los ejercicios que hay que practicar para obtener buenos resultados a la hora de conseguir mayor placer sexual.
Gota a gota, chorro a chorro, consigo completar un chupito en condiciones. El color es marronuzco, pero aún así más orina que sangre y por tanto una mejoría respecto a hace cuatro horas. El dolor es tolerable… pero suficiente, gracias, así que puedo felicitarme por mi acertada técnica de “Pues me enfado y no meo”. El “¡Vamosssss!” es ahora más débil. El médico se tira el moco: “Bueno, vamos a hacerte un análisis, pero la hematuria es evidente”. No me jodas, Ramonín, sabeslo pol color o probástelu y súpote a matachana? Pero en el fondo, no hay ira en mí: por vez primera dede hace cuatro horas soy ligero como un vilano y libre como un pajarillo.
El análisis se hace esperar media hora más. No hay bacterias, lo que descarta en principio y junto a la velocidad de aparición y remisión de todo el proceso una infección urinaria. Causa más probable: una herida en la uretra, bien por un microcálculo que no provoca cólico pero sí desgarro del epitelio urinario… o bien por el calor y el esfuerzo físico. No me atrevo a darme la vuelta por miedo a encontrarme a mi padre levantando la mirada levemente sobre el periódico y arqueando una ceja. Tratamiento: tiempo, agua, buenos alimentos, ibuprofeno para el dolor y amoxicilina por si es una infección/por si se infecta la herida. Conociendo como me afectan los antibióticos cambiaré las dificultades para mear sin dolor por dificultad para retener las heces mientras ejecuto un genocidio bacteriano. Sobre este último punto el jurado aún está deliberando.

Quién soy... y como llegué a serlo

Y así acaba la historia. De orina marronuzca pasé a unas gotillas con sangre y, finalmente, a orina aparentemente limpia hoy. El dolor remite, pero el escozor, como la Tierra, permanece. La puta uretra ha conseguido lo que diez meses de Ana-la-alemana no consiguieron: que mee sentado en la taza. Como venganza creo que saldré a mear de pie y entre unos contenedores mañana o pasado, y si el caudal lo permite puede que escriba mi nombre.  Las lecciones aprendidas son varias: no salir a correr con sed, la vejiga vacía y mucho calor: no ir con los huevos dando botes de un lado al otro, las redecillas de los pantalones son nuestras amigas: cuando entres en urgencias, no exageres tu dolor, porque esperar un par de horas a la larga puede ser beneficioso.
Y sobre todo: no jodas al dios equidna, pues es uno de los mayores hijosdeputa de toda la naturaleza.


4 comentarios:

srcocodrilo dijo...

La divertida primera foto lleva a engaño, no advierte del apocalipsis de aprensión e hipocondría que has causado en mí, aunque no puedo compararme con esa agradable velada en la sala de Urgencias que relatas.

Nos hacemos mayores.

El cuerpo falla, crecemos, los líquidos se despistan y van por canales donde no deben, el dolor físico agobia para luego desaparecer sin dejar rastro, nos ponemos nerviosos, nuestros padres sonríen porque han pasado por lo mismo treinta años antes, y así la vida sigue...

Salvo por una cosa.

Ahora no puedo quitarme de la cabeza la imagen de un pene con forma de garra saliendo de las entrañas de espinete...

CaesarHec dijo...

madre mía, una polla con ventosas, ver para soñar....

dr.alergia dijo...

JajajajaAaaaaaaaarrghJajajajaAaaaaaaaaarrgjajajajaAaaaaaaaaarrrgh
Nunca habia leído algo tan gracioso y desagradable a la vez. El año pasado pase por algo asi, pero sin el psicodrama de la hematuria. El horror, el horror y todo eso...

Morvader dijo...

La única duda que me queda es si el Espinete este cuando mea echa 4 chorros o no.