viernes, julio 26, 2013

Siete años, de Peter Stamm

Bienvenido a la mediana edad, hijo mío. Algo así parece querer decirnos Peter Stamm en esta novela, suerte de guía de la vida para el universitario a punto de convertirse en adulto. Una estupenda hoja de ruta que pretende avisarnos de todos los inconvenientes que vamos a encontrarnos en nuestro futuro próximo, de camino hacia la jubilación… Trabajo, matrimonio, paternidad, ascenso social, desencanto y decadencia del cuerpo. Sólo nos libra de la enfermedad, el bueno de Peter.

El caso es que la novela escrita en 2009 y publicada dos años después en España por Acantilado, fue muy bien acogida. Reseñada positivamente por aquí y por allá, e incluida en esas imprescindibles listas de las mejores novelas del año. Sin embargo, yo me he equivocado. He debido de leer otra cosa, porque no me he enterado de la novela redonda, ni del magistral diseño de personajes, ni del excelente retrato de una época sin certezas ni convicciones… Para mí, Siete Años cuenta una historia bien distinta.

No quiero destripar el argumento, puesto que aunque el devenir de los personajes no es lo principal, sí que hay una serie de revelaciones a lo largo de la historia que ayudan a construir la narración de forma interesante. Sí que se puede decir, no obstante, que Peter nos cuenta la historia de la vida de Alex, y su lucha interna por decidirse entre la vida que debe vivir y la que quiere vivir.

Así que nos encontramos siguiendo las experiencias de Alex, narradas por él mismo a través de dos relatos entrelazados (uno que va rememorando el pasado y otro presente, fijando desde el principio el momento del desenlace de la historia), y que centran su vida en dos aspectos: sus expectativas de vida y su egoísmo. En ese sentido, sí que podemos aceptar que Alex representa al hombre moderno, y por lo tanto la novela deja de leerse como una historia particular y pasa a convertirse en un relato generacional. Pero por otro lado, a algo llamado relato generacional le exijo un punto revelador, algo así como “¡ZAS! Mira hijo, esta es tu vida y ni te habías enterado” que esta historia no tiene. Alex es un frustrado de la vida y lo sabe él, Peter y cualquiera que entre en una librería buscando un libro.

Pero todo eso no quita que merezca la pena ser leída, no señor (ojo, que yo, daría mi bazo por escribir algo así, una cosa no quita la otra…). Volvamos a las dos ideas que empapan la novela, las expectativas de vida de Alex y su egoísmo, y desarrollemos un poco más.



Alex, arrastrando su complejo de clase media pero siendo un buen estudiante de arquitectura, aspira como todos, porque la tele se lo ha dicho y los anuncios de Coca-Cola se lo recuerdan cada poco, a ser un Alfa de la sociedad actual. Y por eso, se esfuerza por vivir la vida que debe vivir, y no la que quiere. ¡Pruebas a mí!:

Yo no sentía exactamente amor, sino más bien una gran dicha, confianza y, quizá, orgullo. P.74

El piso pareció gustarle. Tocó las paredes, abrió las ventanas y tiró de la cadena del retrete.
- ¿Qué te parece? –pregunté.
- Vendido –dijo ella. Estábamos una junto a otro en el cuarto de baño y nos mirábamos en el espejo-. Una bonita pareja en un bonito piso –añadió, y rió. P.113

Sonja no dijo nada más, pero por primera vez desde que estábamos juntos tuve la sensación de que podría perderla, y entonces sentí alivio y miedo al mismo tiempo. P.118

Con Sonja me sentía construyendo algo que jamás quedaba terminado del todo. Pretendíamos construir una casa, tener un hijo, contratábamos empleados, comprábamos un segundo coche. Apenas alcanzábamos un objetivo, ya se perfilaba el otro, y jamás conseguíamos estar tranquilos. P.148

Fair enough?

¿Y cuál es la vida que quiere? Pues la otra, la que nos llama de vez en cuando, cuando volvemos a las tantas del trabajo y nos preguntamos qué sentido tiene todo eso. Una vida sin ambiciones, sin asumir responsabilidades ni retos laborales o sociales. Una vida necia y sin embargo o por eso mismo, feliz. Una vida que obtiene placer constante porque no se pone metas complicadas, y por lo tanto constantemente ofrece recompensas. Ala Alex, a decidirte. Como todos.

Y ya para acabar queda el tema del egoísmo. ¿Dónde quedan el resto de personajes en la vida de Alex? Pues donde van a quedar, en la papelera. Alex, ejemplo de la sociedad moderna vive su vida y piensa en su vida, sin darse cuenta que ésta depende de las vidas ajenas. Durante 20 años y unas 260 páginas, el bueno de Alex es incapaz de mirar más allá de la punta de su nariz. La brutalidad con la que afronta su vida me recuerda a la de otro Alex (casualidad, no busco yo relación alguna), aquel que se paseaba por Inglaterra en un deportivo robado, junto a sus drugos, y se dedicaba a buscar devotchkas a las que hacerles cosas feas. La violencia del segundo era física, y por lo tanto más palpable y brutal, pero la de nuestro Alex no le va a la zaga, construyendo su vida en torno a un tótem de sí mismo.

Bueno, ¿y entonces? ¿Dónde está la gracia de esta novela? Pues en que el autor se conoce y evita ese error que tenemos todos y que Javier Marías comentaba diciendo algo así como que todos tendemos a pensar que las personas que nos rodean son actores secundarios de nuestra propia vida, y que cuando no los vemos sus vidas no avanzan ni ocurren; se quedan esperando entre bambalinas a que les permitamos aparecer otra vez en la nuestra, la única posible. Esto es falso, claro está, aunque muchas veces nos comportemos como si no lo fuera. Alex lo hace, y las personas que lo rodean puede que también, y eso en algún momento tiene que chocar, digo yo. Habrá que leer Siete Años para saberlo.

Sexo: Poco y un poco rancio, la verdad.
Naves espaciales: ¡No! Peter deja escapar una oportunidad estupenda, hablando de la caída del muro (la novela ocurre en Alemania entre los ochenta y el presenta, y mezcla personajes de los dos lados del muro) y de los países del telón de acero. La MIR tan cerca y a la vez tan lejos…

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