domingo, febrero 09, 2014

Nantes 8: Hotel City

La azafata me despertó cuando el avión ya había tomado tierra, se diría que ni siquiera habíamos volado. Sin embargo yo volví de un sitio muy lejano cuando ella comenzó a hablarme en susurros. Abandoné una penumbra lejana a medida que empezaba a procesar sus palabras:

- Sr. Cocodrilo, ya hemos llegado, puede levantarse. No se olvide de desabrocharse el cinturón antes de salir.

Así que me desperecé, turbado por un sueño difuso… una avioneta, una explosión, una playa y un rayo verde… Y me uní al resto de pasajeros que hacían cola para salir. Una vez fuera del avión me di cuenta que era de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado en el avión? Si yo había llegado al aeropuerto a las 9 de la mañana, ¿hasta dónde habíamos volado para que ya fuera de noche? Mientras caminábamos hasta el edificio más cercano de aquel aeródromo desconocido para mí, sin carteles que indicaran dónde estábamos, una nueva azafata salió a esperarnos.

- Transparence les da la bienvenida. Esperemos que hayan tenido un viaje agradable. Tienen trabajo por delante y Transparence desea de ustedes que den su 100%. De todas formas, ahora les llevaremos a cada uno a su hotel para que puedan reposar. Allí recibirán nuevas instrucciones.

Cinco taxis nos esperaban a la salida de aquel aeródromo, uno para cada uno de nosotros, así que diligentemente y sin mediar palabra alguna, cada uno se metió en uno distinto. Una luna opaca me impidió hablar con el conductor. Una vez en el hotel, me dijeron que el restaurante estaba cerrado pero que me podía comer algo en el bar, que no cerraba. Les pedí que me subieran un sándwich (sólo tenían croque monsieur, pero acepté igualmente) a la habitación y cogí el ascensor. En el hilo musical sonaba una canción familiar:

“You get mistaken for strangers by your own friends
When you pass them at night under the silvery, silvery Citibank lights”

Una vez en la habitación, sorprendido por su tamaño (en realidad era un pequeño apartamento con una cocina americana que daba a un salón, y una habitación aparte que era el dormitorio) y por sus inquietantes cortinas rojas, curioseé por mi alrededor abriendo todos los cajones que encontré, abriendo todos los paquetes de accesorios que había en el baño y tratando de configurar la caja fuerte del armario a pesar de que no tenía nada que guardar allí.

Cansado de cotillear me senté en la cama y encendí el televisor. Puse una película en blanco y negro que no conocía en la que Katherine Hepburn y James Stewart parecían discutir. Esperé a que me trajeran el croque para quitarme los zapatos y acomodarme, pero caí en un profundo sueño antes de cenar. Las cortinas rojas me jugaron una mala pasada, y un inquietante enano vestido rojo apareció bailando solo en mi sueño hasta que me desperté, empapado en sudor.



Sin poder conciliar el sueño, molesto por aquella extraña pesadilla, decidí bajar al bar. Un camarero limpiaba vasos cuando se alegró de verme entrar. Me sirvió una copa y entendió que yo no tenía intenciones de darle conversación, así que siguió limpiando vasos.

Por primera vez desde que había acudido al aeropuerto no sé qué mañana, mi mente empezó a funcionar con lucidez y una pila de preguntas dispuestas a ser respondidas asomó. Aquel viaje no tenía ni pies ni cabeza. Me habían pedido tomar un vuelo que había compartido con otros cuatro hombres parecidos a mí, y me habían traído hasta aquí, posiblemente drogándome. Sin equipaje y con un teléfono sin batería. ¿Y dónde era aquí? Pues ni idea. Yo esperaba que alguien me comunicara una nueva misión, pero hasta ahora sólo me había topado con azafatas sonrientes que me habían llevado de un sitio a otro sin más información. Fue entonces cuando me di cuenta que había otro hombre a mi lado.

- Disculpe amigo, ¿le molesto? – le respondí que no indicándole con un gesto que tomara asiento a mi lado. El camarero le sirvió una copa sin que él la pidiera.
- Es su primera vez aquí, ¿a que no me equivoco? Lo sabía. Tiene la misma cara de aturdido que yo debía tener en mi primera noche, ¿a que sí Arturo? – y el camarero sonrió mientras me miraba con comprensión. –no se preocupe, todos hemos pasado por ese primer momento de desconcierto.
- ¿Todos?
- Sí, todos. Nada tiene sentido… No sabe por qué está aquí ni qué propósitos tienen para usted.
- Así es. Y entonces, ¿mejora? –le pregunté con ilusión en la voz.
- ¿Quiere que le diga la verdad, amigo? Pues en parte. Me explico. No va a mejorar la información que le va a llegar, pero sí que va a mejorar cómo le va a sentar a usted. Ya verá, no tenga prisa. Se irá adaptando a esa sensación de no saber dónde está ni qué tiene que hacer y al poco comprenderá que en realidad es una sensación agradable, como si no tuviera responsabilidades.
- ¿Y alguna vez ha visto a alguno de ellos? ¿Ha conocido a alguien de Transparence? –le pregunté como con prisa sin imaginar su reacción. Cambió la expresión relajada de la cara, me miró con ira y me agarró con fuerza la mano.
- Escúcheme bien, amigo. Hay cosas que no se deben nombrar, y usted ha nombrado una. Haga el favor de comportarse. –y al momento me soltó la mano, volvió a echarse hacia atrás en su asiento y su cara recuperó el gesto despreocupado –Como le decía, amigo, cuanto antes aprenda a disfrutar de su nueva vida, más fácil le va a resultar todo esto.

Como había acabado mi bebida, tenía la excusa perfecta para marcharme, así que le pedí al camarero que me dijera cuánto le debía. El otro hombre volvió a coger mi mano aunque esta vez apenas posó la suya sobre la mía. Me dijo que de pagar se encargaba él, que era lo menos que podía hacer a cambio del agradable encuentro que habíamos tenido, y yo apenas pude responderle. En su muñeca izquierda, bajo el pulgar, tenía una cicatriz que yo había visto antes, y entonces lo reconocí. Era el hombre que paseaba un perro en los alrededores del esqueleto de la serpiente. Me había hecho una foto. Vio mi cara de sorpresa y nos cruzamos las miradas un breve instante, se subió la manga para taparse la cicatriz y me recomendó que descansara, que me veía cansado.

Hice como me sugirió y justo antes de entrar en el ascensor, recordé algo que había querido preguntarle:

- Una última pregunta –dije -¿sabe en qué ciudad estamos?
- ¿Ciudad? ¡Jaja! ¡Qué pregunta, amigo! ¿Con un aeropuerto al lado? Usted está en la ciudad que quiera. Pero si quiere darle un nombre, llámela Hotel City.

Volví a mi habitación aún más desconcertado e inquieto que antes. Abrí las cortinas rojas de mi pesadilla buscando un espacio amplio que no me agobiara. Ante mis ojos se encontraba una maraña de neones de conocidos nombres de cadenas hoteleras. Hasta donde mi vista alcanzaba seguía viendo neones. Aquello era una ciudad entera de hoteles. Una ciudad entera de agentes de Transparence.

1 comentario:

delia dijo...

Agent Cooper??