sábado, febrero 13, 2016

Bowie

Tardé en cogerle el punto a Bowie. Recuerdo que actuó en Gijón cuando yo era un niño (Internet me dice que fue en 1990, así que yo tenía ocho años), pero mis padres no me llevaron a verlo porque no les gustaba demasiado. Vi a Sting, vi a Elton John y a otros, pero a Bowie lo dejamos escapar. En casa sólo teníamos un disco de él, el ochentero “Let’s Dance”, y casi nunca se escuchaba.

Sin embargo, mucho antes de empezar a escuchar sus discos ya conocía bien alguna de sus canciones. Fan de Queen, cantaba de memoria el Under Pressure con mi inglés imaginario al haberlo escuchado infinidad de veces en el Greatest Hits (en la edición de vinilo venía como hidden track, pues no figuraba en la lista de canciones de la funda) y unas pocas en el desafortunado y apto sólo para los muy adeptos, Hot Space. Recuerdo, como no, verlo interpretar Under Pressure con Annie Lennox en el concierto en homenaje a Freddie Mercury. Pero no me interesé en él. Antes llegaron Los Beatles, Stones y otros.

Y antes también llegué a dos discos producidos por él, el Lust for Life de Iggy Pop (descubierto gracias a la banda sonora de Trainspotting). Este fue el primer vinilo que me compré (en una feria de discos usados). Aún lo tengo en casa de mis padres apartado del resto, guardado en mi habitación. El otro disco era el Transformer de Lou Reed, cuando empecé a escuchar Walk on the Wild Side en octavo de EGB, con 13 años. Recuerdo que llevé la canción a mi profesora de inglés para que me ayudara a comprender la letra y traducirla, y recuerdo también sus apuros para confesarme lo que ciertos versos decían. Tanto Iggy Pop como Lou Reed me interesaban más como personajes y me gustaba más su música. Me parecían más reales. Además a Lou lo pude en concierto en el Doctor Music Festival de la Morgal en el 2000, y a Iggy Pop años después en el Territorios de Sevilla con The Stooges. Sólo me faltó Bowie. De la terna, Bowie se me hacía demasiado blando al lado de los otros dos y por mucho que sabía las implicaciones que había tenido en su estilo, llegué a la universidad sin haber escuchado nada más que su grandes éxitos y el Hours que Julián Ruiz programaba en bucle en su Plásticos y Decibelios de 1999.

Releo los tres primeros párrafos y me doy cuenta de que hablo más de mí que de Bowie. Si de eso puedo deducir que, de alguna manera, puedo reconstruir mi vida a través de Bowie y sus referencias, ya he llegado a algo.


Mi interés por Bowie llegó porque empecé a encontrármelo por sitios inesperados. Como la chica en la que te fijas sin saber por qué de pronto un día en la biblioteca, luego la descubres en la sala de estudio, más tarde te enteras de que paráis en la misma cafetería, y por la noche en tu bar favorito de copas allí que está ella; claro, ya más tarde se aparece en tus sueños y no te la quitas de la cabeza y luego suspendes el examen. Así que fue el personaje (o sus varios personajes) más que su música lo que me atrajo. Bowie parecía compartir gustos conmigo y me lo crucé por sorpresa haciendo de Warhol para Julian Schnabel, de Nicola Tesla para Christopher Nolan, apadrinando a Arcade Fire, sonando de fondo para David Lynch o actuando en Twin Peaks. Bowie tuvo el privilegio de trabajar con los músicos y cineastas que quiso, haciendo lo que le interesaba, mezclándose con lo más escogido de la cultura popular de final de siglo sin caer presa de la mercadotecnia.

Y luego está su obra personal: sus discos y sus personajes. Ziggy, Aladdin Sane, the Thin White Duke… Cada álbum venía acompañado de una nueva personificación y durante muchos años también de un nuevo estilo musical. Vale, puede que nunca fuera un verdadero precursor, sino más bien un hábil surfista que sabía qué ola tenía que coger en cada momento: Glam, Motown, Kraut Rock, Grunge… Pero pocas carreras musicales han sido tan prolíficas, variadas y con tanto impacto social. Su Space Oddity acompañó los primeros pasos sobre la Luna en la BBC, y hace poco sonó para todo el mundo desde la ISS; su “Heroes” fue tomado como himno por los jóvenes berlineses en la época de la caída del muro. Bowie trascendió el mundo de la música para convertirse en una figura del arte popular, del que tantas referencias tomó, cuya influencia seguramente se puede comparar a la de Warhol.


Mi hija llegó hace apenas dos meses. Bowie nos dejó hace uno. Dudo mucho que se hayan cruzado en el camino y es una pena que no lo vaya a conocer en vida. Como padre suyo le enseñaré quién fue ese (esos) personaje y qué música hizo y luego ella decidirá. Puede que le parezca algo carca y pasado de moda, nada me hace suponer que le gustará como a mí. Sin embargo, al ponerle Starman o Five Years o Young Americans, no sólo le estaré poniendo música que me gusta; le estaré hablando de mí, de mi vida, de mis gustos y mis recuerdos. No sólo la estaré acercando a Bowie, la estaré acercando a mí también.

No hay comentarios: