jueves, diciembre 10, 2009

¡Que entre la siguiente semana!

Una semana complicada, ajetreada, de esas que necesitas que pasen rápido pero se empeñan en no acabar, puede empezar tranquilamente el lunes en que te das cuenta de que el primer proyecto del que te nombran responsable en tu trabajo, va a necesitar dos semanas más de lo previsto para terminarse. Así podría empezar una semana liosa pero claro, necesitas algo más para poder llamarla así.

Por ejemplo, yo añadiría un curso de veinte horas a repartir en cinco tardes, a cuatro horas la tarde. Cojamos cuatro tardes para esta semana dichosa (dejemos el primer día, el de presentación, para la semana anterior), y nos quedamos con que para el lunes, martes, jueves y viernes tenemos ya comprometidas doce horas antes de empezar.

Como el miércoles queda un poco libre, metamos un viaje de trabajo a Madrid para conocer a la gente que desde allí está metida en nuestro mismo proyecto. Uno se levanta a las seis de la mañana y vuelve a las siete aunque vale, el AVE dura cinco horas entre ida y vuelta y ahí podemos descansar. Pero no lleguemos al miércoles tan pronto, ¿qué tal si un día antes nos quedamos sin bombona de butano a media ducha a las siete de la mañana?

Bueno, ahora ya estamos en Madrid el miércoles. Una verdadera lástima que nada más llegar nos digan que las personas que queríamos conocer han anticipado el puente y se han ido de vacaciones, sin avisar ni nada. Miras el reloj, y te lamentas por las cuatro o cinco vueltas que le acabas de regalar.

Pero sigamos, que la acción no espera. Ahora decides llamar a tu jefe para decirle que en Madrid no vas a poder resolver ni una sola de tus dudas, pero tu teléfono se interpone entre los dos y te dice que no reconoce la tarjeta, que no tiene nada ver con ella, que no hablan el mismo idioma, y que cualquier aspecto que los relacione o que puedan tener en común es pura coincidencia. En definitiva, que no reconoce la tarjeta y que vayas a una tienda a que te la cambien.

De vuelta a Sevilla, esa fantástica tarde que tenías libre y que tan bien ibas a aprovechar, se convierte en una búsqueda de una tienda de móviles. La encuentras, le sonríes a la dependienta y cuando ella te mira con indiferencia ya no sientes el peligro que se avecina, simplemente notas al destino sonriendo de oreja a oreja a tu espalda y no te importa. Le preguntas a la tipa si te puede copiar la agenda de contactos a la nueva tarjeta, y te responde sin alzar la vista y con voz lacónica tras apretar un botón verde de la maquinita: Ahora ya no.

De vuelta a casa, con tu flamante tarjeta desmemoriada, descubres tus regalos de Navidad, los que te van a hacer dentro de veinte días, así por azar, buscando algo que ya has olivado qué era aunque probablemente fuese una agenda de contactos que nunca existió.

El jueves llega una buena noticia, vas al baño. Esperar este momento desde el lunes no ha sido de tu agrado, pero parece que el resto de la semana tu tubo digestivo descansa. Por cierto, la bombona sigue vacía. De camino al trabajo, te llaman del hospital para preguntarte por qué no has ido a la prueba que te iban a hacer el miércoles por la mañana, esa para la que has tenido que esperar ocho meses en la lista de espera. Obviamente les dices que estabas en Madrid en un viaje muy importante.

Y el viernes, cuando hablas con tu madre por teléfono, le preguntas dónde puede estar una libretita que tenías con todos los números de teléfono de tus amigos apuntados y te responde que no sabe, que se debió perder en la última mudanza, aquella que hicimos en el 96. Luego ella te pregunta qué tal ha ido tu semana y ya, por fin, sabiendo que el fin de semana es lo único que te separa de la próxima semana, no puedes evitar reírte.

PS, Mandadme vuestros números de teléfono, por favor.

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