Cada vez es más notoria la influencia que Internet tiene sobre nuestras vidas. Además, ciertos acontecimientos acaecidos en las últimas dos semanas han puesto esta tendencia aún más de relieve, pero sospecho que no estamos comprendiendo hasta qué punto las vidas de ambos lados de la pantalla se interrelacionan hasta convertirse en una sola, y creo que se está menospreciando el impacto que los actos de cada lado tienen en el contrario. Veamos los hechos.
En España Internet nos sirve para comprobar que Bisbal es un
bocachancla, que Nacho Vigalondo se acaba de jugar su futuro laboral por publicar un
chiste en Twitter mientras estaba pedo y que Alex de la Iglesia ha pasado de liderar a los malos a liderar a los buenos en todo esto de la
lucha Discográficas vs. El resto del mundo. Si cruzamos el Mediterráneo, vemos que el asunto va más allá y que esto del Internet se está utilizando para hacer…
¡revoluciones populares!
Para empezar, resulta que en este país, y muy en especial a nuestros famosos, les ha dado un arrebato irrefrenable, así, a todos a la vez, de confesarle al Twitter sus más íntimos pensamientos. Y claro, si mi padre decía que “no es lo mismo decir algo que ponerlo por escrito, hijo. Lo escrito no se
borra”, qué decir entonces de una página en la que tienes decenas de miles de personas esperando a leerte al instante. No son ni uno ni dos los personajes de nuestra patria los que se la han jugado por ciento cuarenta caracteres de más, y como encima la gente ya se lo sabe, millones de “usuarios anónimos” aguardan ansiosos el nuevo post de Patxi López o el último twitter de ese gran sabio de nuestro tiempo que es Alejandro Sanz.
Pero, ¿qué es esto de convertir en información relevante la última paja mental de Pérez-Reverte? ¿Esto es información? ¿Es útil? ¿Es siquiera divertido? La realidad es que me siento como si me estuviera bañando en el Cantábrico, y esperase con ansiedad la llegada de la ola, grande y fuerte, tratando de evitar que tire de mí hacia dentro, pero justo pasa un instante y ya demasiado tarde para pensar en ella y regodearme en cómo la he esquivado: ya viene la siguiente.
Da la sensación de que vamos a terminar muertos por exceso de información, y además de información inútil.
Uno piensa entonces que alguien debe de estar debatiendo de forma seria acerca de cómo se relacionan nuestras vidas virtuales y reales, y ahí aparece, brillando en plena blogosfera y con la nariz roja como un payaso Álex de la Iglesia; éste nos va a salvar. No en vano, la comunidad de internautas ha conseguido que el aún Presidente de la Academia de Cine, uno de los principales protagonistas en el debate sobre los Derechos de Autor, se vaya a la calle por su síndrome de Estocolmo-
twittero. ¿Pero qué ocurre aquí? Estamos metidos en un debate sobre el sentido de Internet, la posibilidad de legislarlo o de regularlo de alguna manera y cómo gestionar sus contenidos… en definitiva, estamos debatiendo sobre
qué es Internet para nosotros, qué carajo queremos hacer con él y hasta dónde queremos usarlo, y todo esto lo queremos resolver en este país centrándonos solamente en el tema de los derechos de autor (el cual no quiero entrar a valorar ahora) y las descargas de contenidos.
Estamos pues, errando el tiro. No tiene sentido empezar a construir una casa poniendo la televisión encima de la mesa. En Internet están involucrados todos los actores que intervienen en la vida de
este lado de la pantalla, ya que el
otro lado no es sino un vehículo nuevo para los viajes de siempre. Y aunque no nos aplicamos el cuento y pasamos el día haciendo el chorras entre Forocoches y Taringa, bien que se nos calienta la boca a la hora de asegurar que del otro lado del Mediterráneo, el Internet este está haciendo la revolución; el solito, oiga.
Tras leerme las noticias que El País recopila bajo la etiqueta
“Ola de cambio en el mundo árabe”, la idea que a uno le queda es la de que las revoluciones en los distintos países árabes se están produciendo gracias a Internet, e incluso
debido a Internet. Entre todos esos artículos, no he encontrado ninguna mención expresa a los líderes instigadores de las revoluciones.
El Baradei y Rached
Ghannouchi no cuentan, ya que volvieron a Egipto y Túnez respectivamente después de que se iniciaran las revueltas (¿cómo era eso de a río revuelto…?), pero tampoco han sido los Hermanos Musulmanes egipcios, ni sindicatos, ni líderes religiosos, ni actores de cine, ni Bono. Según la prensa han sido los jóvenes, convocándose a través de Internet. Tanto ha sido así que en Egipto han llegado a cortar el acceso a la red como medida para disolver las revueltas. Muerto Internet se acabó la revolución, debieron pensar. Y se equivocaron.
¿Es Internet un instrumento revolucionario? ¿Hemos pasado de una
foto de un tío con barba y boina mirando al infinito a millones de ordenadores conectados en red? Bueno, toca ser algo escépticos, algo tan simple no nos lo podemos creer. Suena demasiado fácil, y es una pena que todo un periódico, o incluso toda la prensa de un país, no sea capaz de profundizar más en una situación tan crítica: Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Marruecos… llevan sufriendo gobiernos totalitaristas durante décadas (todos ellos bendecidos por Occidente, que conste en acta), y el pueblo vive en condiciones miserables mientras que sus líderes viven como actores de Hollywood. Pero eso no nos mola. Eso no vende. Qué más nos da que los
moritos se mueran de hambre y de ignorancia. Sólo nos preocupan dos cosas: que el islamismo no gane poder (ya se sabe, el islamismo
es malo) y que el Twitter ayuda a hacer la revolución. Cualquier análisis que vaya más allá de esto parece aburrir a los medios de comunicación masivos.
Para arrojar un poco de luz sobre este asunto y alejar a los fantasmas de Polancos y PJ's, os recomiendo
este artículo del recomendable blog Trending Topics (curiosamente también bajo el paraguas de El País), donde podemos leer
opiniones más sensatas acerca del asunto, y pego este párrafo de un
artículo de Manuel Castells publicado en La Vanguardia, que resume mejor de lo que yo pueda hacer la idea que subyace en todo esto:
Obviamente, no es la comunicación la que origina la revuelta. Esta tiene causas profundas en la miseria y la exclusión social de buena parte de la población, en la pantomima de democracia, en el oscurantismo informativo, en el encarcelamiento y tortura de miles de personas, en la transformación de todo un país en la finca de las familias Ben Ali y Trabelsi con el beneplácito de EE.UU., los países europeos y las dictaduras árabes. Pero sin esa nueva forma de comunicación la revolución tunecina no hubiera tenido las mismas características: su espontaneidad, la ausencia de líderes, el protagonismo de estudiantes y profesionales, junto con los políticos de la oposición y los sindicatos jugando un papel de apoyo cuando estaba el proceso en marcha.
Lo que no se puede poner en duda, es que bien sea frivolizando o aprovechando su capacidad instantánea de comunicación, Internet está cambiando nuestras vidas. Y no se trata de un mero juego de ordenador, o de un nuevo canal de televisión, es mucho más ambicioso. En el camino, cambiará nuestro concepto de imagen pública y el uso que cualquiera pueda hacer de ella. Además, tendremos que resolver el debate de cómo gestionar esa cantidad infinita de información que estamos guardando sin control ahí adentro, al otro lado de la pantalla, sin quedar demasiado alienados en el intento. Mejor será que, entre mensaje al twitter y "me gusta" en el facebook, reflexionemos un poco sobre ello.