miércoles, septiembre 14, 2011

El misterio de la carretera de Sintra, de Eça de Queirós

Allá por 1870, aparecía en el Diario de Noticias –periódico lisboeta- la siguiente nota: “A punto de cerrar nuestra edición, hemos recibido un escrito singular. Se trata de una carta sin firma enviada por correo a nuestra redacción. En ella se inicia una narración estupenda acerca de un horrible y misterioso suceso. El interés que despierta y su calidad literaria nos determinan a transcribir íntegro tan interesante documento, cosa que haremos mañana domingo.”

Lo que siguió fueron una serie de cartas, escritas por anónimos personajes que bajo seudónimos como doctor X o F. o el hombre enmascarado, daban cuenta a través de sus relatos enviados al diario durante el espacio de unos días de las vivencias de cada uno de ellos en torno a la misteriosa muerte de un extranjero desconocido. Los lectores creían encontrarse ante la narración de un asesinato por parte de varios testigos, más o menos implicados en el mismo. Parece ser que la narración de estos eventos causó revuelo y expectación en todo Portugal en el lejano verano de 1870.

Pero los lectores se encontraban ante una farsa. Eça de Queirós y su amigo José Duarte Ramalho Ortigão escribieron a cuatro manos y publicaron por entregas en un periódico de tirada nacional sin previo aviso, la que figura como primera novela en la bibliografía del maestro Queirós (autor también de El crimen del padre Amaro y El primo Basilio entre otras). Sólo en una escueta carta final confesaron los dos autores el verdadero crimen, el engaño al que sometieron a los lectores.


Hoy en día resulta imposible sentirse como aquellos lectores de la primera edición novela, lectores involuntarios realmente. No queda más remedio que hacer juicio de la novela, sabiendo que no está escrita para nosotros. Leyendo ahora El misterio de la carretera de Sintra, sabiendo lo que es realmente, uno se encuentra con una novela narrada a través de cartas escritas por distintos personajes, que escriben distinto (no tan obvio como parece), y que conforman un folletín de misterio del s.XIX. Lo del siglo lo escribo deliberadamente; uno no puede esperar sentir la misma emoción que un lector de su momento, si antes de coger el libro ha estado viendo El ultimátum de Bourne, por poner un ejemplo.

Sin embargo el relato engancha en seguida. Las primeras cartas publicadas son breves y están escritas por los personajes que menos saben del misterio (por eso se dirigen al periódico, para pedir que alguien arroje luz sobre el caso), con lo que el ritmo inicial es casi el de una novela negra (salven las distancias, oiga). Posteriormente, según se avanza en el relato y hablan los personajes más implicados, las cartas se van extendiendo, y el relato se asemeja más a otros textos del siglo pasado (el honor del hombre, los sentimientos de la mujer, el decoro social, el discurso interior). Al final, el misterio pierde importancia en beneficio de los motivos que impulsan a los personajes a comportarse como lo hacen. Se explican, algunos se justifican, y lo que finalmente importa son las motivaciones de los seres humanos. El muerto, como buen muerto, poco tiene que decir.
  
Y tal vez ha llegado la hora de hablar de mis propios sentimientos al respecto. He vacilado mucho antes de hacerlo. Me resistía a echar mi corazón a estas páginas como encima de una mesa de anatomía. Pero lo he pensado mejor, y he visto que ya no soy “alguien”, que no existo ni tengo personalidad. He dejado de ser una mujer de carne y hueso con sus nervios a flor de piel, sus lacras y su pudor, para convertirme en un caso o un ejemplo. No vivo de mis impulsos ni de la circulación de mi sangre; he pasado a una esfera más abstracta, vivo ya de la publicidad, de los comentarios que pueda despertar mi caso entre los lectores de este periódico y de las discusiones que mis penas puedan suscitar. No soy una mujer; soy una novela. 

Aunque El misterio de la carretera de Sintra no deja de ser el experimento de unos jóvenes que quieren convertirse en escritores pero que todavía no lo son, lo que explica los altibajos del texto, es un ejercicio interesante y entretenido, que bien merece un par de tardes de estas lluviosas de otoño, que somos capaces de regalar sin pensarlo.

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