domingo, abril 28, 2013

Nantes 4: L’affaire Cahuzac et son impact sur la société française

No hacía más que repetirme a mí mismo que todo aquello no tenía sentido, que había caído en un absurdo sueño –que ni siquiera llegaba a pesadilla. Pero tampoco sabía cómo escapar de él. Recién llegado a una nueva ciudad, a un nuevo país, sin conocer el idioma ni la gente ni sus costumbres y, aunque intuyendo que todo aquello no era muy diferente a lo que yo ya conocía, no dejaba de resultarme exótico. Y en medio de todo, una empresa fantasma, prácticamente inexistente, intermediaria para no sé qué de la empresa que me había traído hasta aquí, pero que parecía esperar de mí mucho más. El sobre que sujetaba entre mis manos estaba ya reblandecido por el sudor.

Me costó abrirlo un par de días.

Las ganas de olvidarme del asunto y de asumir que todo era una fantasía fueron vencidas por la curiosidad por saber qué escondía dentro, qué nueva mujer iba a recibirme para agradecerme no sé qué y para pedirme un nuevo favor. Y a lo lejos, siempre, Soizic, un fantasma con el que había hablado una vez por teléfono y bien podría ser un contestador automático, pero que en mi mente había crecido hasta eclipsar cualquier otro pensamiento. Abrí el sobre pensando que Soizic estaría allí dentro, miré la tarjeta que decía “Domingo, 18h, Pannonica” buscándola a ella, y guardé el sobre más pequeño en el único cajón que tenía a estas alturas en Nantes (la guantera del coche) como si fuera la llave de mi diario y yo fuera una niña de doce años en una película americana. Internet me explicó que Pannonica era un club de jazz.

Los cuatro días siguientes, previos a mi nueva posible cita con una sustituta de Soizic, los pasé conociendo mi nuevo lugar de trabajo y tratando de no pensar mucho en Transparence. No hablé del tema con la gente del trabajo, me había quedado claro que todo esto era ajeno a ellos. Sí que busqué en Internet algo más de información, pero fue casi en vano. Tan sólo aparecían nombrados en un listín de empresas de una firma llamada Russell Bedford, supuesta red internacional de empresas auditoras independientes. Un número de teléfono, 4 nombres y una dirección de París, a menos de cien metros del Arco de Triunfo. Pero no me atreví a usar nada de eso. Soizic no estaba allí, Transparence me importaba más bien poco y me daba bastante miedo. Llegó el domingo.

Organicé mi papeleo francés durante la mañana para calmar los nervios. Planché ropa, traté de leer algo y finalmente opté por la manera más sencilla de perder el tiempo: divagué por Internet el tiempo justo hasta la hora de la cita. Salí de casa una hora antes y me encontré con la ciudad completamente vacía. Los domingos son unos días muy tristes en Francia. Nadie por la calle, bares y cafeterías cerradas y casi ningún coche en movimiento. Pensé que si era víctima de un robo, o de un accidente, nadie podría ayudarme. Parecía como si hasta los edificios estuvieran vacíos. Caminé hasta la dirección del Pannonica, rodeé el edificio de la dirección, bajé por unas estrechas escaleras y me encontré ante una puerta trasera con el nombre del bar escrito a mano. Encima de la puerta se veía todavía el hueco de lo que en su día pudo ser un neón. Llamé a la puerta y un señor con los ojos pequeños y gafas gruesas, las mejillas coloradas y una cerveza en la mano me invitó a pasar.


Dentro había una treintena de mesas y más de cien personas. Al fondo, sobre el escenario, un pianista, un bajo, un batería, un guitarra, un saxo y un trompeta acompañaban a una mujer que cantaba Love for Sale. En frente, una barra mal iluminada. Me dirigí allí para tratar de tener una mejor visión de toda la parroquia, y me costó dos cervezas darme cuenta de que había una mujer sentada en una mesa, sola, mirando hacia mí en lugar de hacia el escenario, sonriéndome, como divertida. Me acerqué a ella, le pregunté si me podía sentar y, cómo no, me respondió:

- ¿Qué tal está, Sr. Cocodrilo? Ya pensaba que no me iba a encontrar y que tendría que acercarme yo a la barra. No me hubiese gustado dejar escapar esta mesa, no es fácil conseguir una. Todo el mundo llega pronto.
- ¿Lleva mucho tiempo esperando?
- Llevo una hora pero no se preocupe, usted llega puntual. Todos los domingos la gente se reúne aquí para escuchar la música que tocan ellos mismos, es una session ouverte. ¿Usted no toca ningún instrumento, Sr. Cocodrilo? Anímese y suba al escenario - pero no esperó mi respuesta, sonrió y volvió su mirada a los músicos. Habían terminado la pieza y mientras la mitad se bajaba del escenario, otros tantos esperaban para reemplazarles. Efectivamente, casi toda la gente del público tenía a mano un estuche con forma de instrumento.
- Tú no eres Soizic, ¿verdad? - dije justo cuando empezó a sonar la música, así que pensé que ella no había llegado a escucharme. Sin embargo sin mover la mirada hacia mí, aparentemente atenta al concierto, respondió:
- No, claro que no. Si lo sabe, ¿para qué lo pregunta? – y al poco añadió:
- No entiendo la fascinación que ella ejerce sobre ustedes, son todos iguales, no se crea usted una excepción. ¿Quiere que le diga algo? Ella le defraudaría. Podría añadir un par de cosas más pero claro, eso no les gustaría, así que será mejor que me calle. ¿Tiene el sobre? Disfrute de la música, esta pieza me encanta.

No reconocí la pieza pero había un chico de unos veinte años con un trombón de varas que arrancó los aplausos de todo el público tras su solo. Tenía la cara roja por el esfuerzo, parecía que le fuera a explotar. Yo me sentía así.

- Tome - le tendí el sobre por encima de la mesa lo más disimuladamente posible, sin mirarla a los ojos, aunque al final no lo pude evitar y giré la cabeza para ver si lo había cogido o no. En conjunto, resultó un movimiento bastante patético.
- Tinker, tailor, soldier, spy, ¿ha visto esa serie? Debería, se la recomiendo. Le vendrá bien para su nuevo trabajo - y esta vez ya no pudo reprimir su risa. Cogió el sobre sin mirarme y yo bajé la cabeza, rojo de vergüenza.

Fui incapaz de pronunciar una palabra en la siguiente media hora. La mujer se limitó a hacer algunos comentarios sobre los músicos (parecía conocerlos a todos) y sobre alguna de las piezas que tocaron. A la media hora, se despidió de mí:

- Ha sido un placer Sr. Cocodrilo. Ahora me tengo que ir. Le ruego se quede aquí un rato más. Pídase otra cerveza si quiere, paga Transparence. Ha hecho un buen trabajo y la empresa, como de costumbre, se lo agradece. Desconozco si tiene más planes para usted, pero supongo que sí. No se preocupe, ellos sabrán cómo contactarle. ¡Ah! Y le daré recuerdos a Soizic de su parte. Cuídese.

No esperó a que la pieza terminara, y yo tampoco. En cuanto salió por la puerta corrí tras ella, me asomé a las escaleras y al no verla las subí de tres en tres. Llegué arriba con el tiempo justo para ver cómo un Mercedes negro con los cristales tintados la golpeaba y la arrastraba diez metros calle arriba, para luego desaparecer. No había nadie en la calle. Nadie pedía auxilio. Nadie había visto el accidente. Recogí el sobre del suelo y me alejé de allí corriendo sin parar. No fui directamente a casa, sino que opté por perderme por las calles de la ciudad. Me he refugiado en un bar con la mitad de las mesas ocupadas, sin música. El sobre ya no está sudado, pero se ha quedado reblandecido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo puede pasar en un domingo gris francés...seguro que no era Soizic??

d