jueves, octubre 03, 2013

Nantes 6: Les dangers d’une politique nucléaire

Me quité aquella especie de traje de artificiero, hecho de un tejido que parecía papel albal y lo guardé dentro de la misma papelera de la que lo había sacado una hora antes. Por supuesto, antes me había asegurado de que efectivamente el contador geiger que tenía el traje integrado había cesado de hacer aquel horrible ruido. Puede que no confiara en aquel traje, pero al menos era mejor que nada.

Con eso podía dar por terminada la última misión absurda que me había sido encargada para observar el enésimo suceso absurdo e incomprensible de la región. Nadie diría, a priori, que Nantes es una región prolífica para los temas paranormales, pero también es cierto que el trabajo que estoy llevando a cabo aquí no lo había hecho antes. ¿Y si fuera así en todas partes? ¿Y si estuviéramos rodeados de sucesos paranormales… o mejor dicho absurdos, y no nos diéramos cuenta, y solamente una organización conspiranoica como Transparence se dedicara a analizarlos y registrarlos sin tener un propósito aparente? Por mucho que mi “trabajo” para Transparence se hubiera convertido en una parte habitual de mi vida, haciendo recados para ellos durante ya varios meses, no acababa de encontrarle sentido alguno. Y claro, sucesos como este tampoco ayudaban mucho que digamos.



Yo no tengo mucha idea sobre la radiación, pero diría que lo que acababa de presenciar no era muy normal. Para empezar, no sé qué clase de radiación puede tener un efecto así sobre los objetos, como de forma selectiva. Es decir, las piedras y metales no habían sufrido daños aparentes. Sin embargo el barco, de fibra de vidrio, totalmente combado. Era hasta gracioso… ¡Daba la impresión de que el barco quería echarse al agua! Y luego claro, también estaba el tema de que la radiación parecía estar localizada en una zona concreta. De locos. El sms que había recibido esta vez decía:

“Canal de la Martinière. Faire Périmètre des radiations. S”

Luego, más tarde, un número oculto me indicó por whatsapp una ubicación gps. Ya me había acostumbrado lo suficiente al lenguaje de Transparence como para saber que si no se indicaba fecha y hora, la orden quería decir “ahora mismo”, así que le dije a mi compañero de mesa (estaba en horario de oficina) que tenía que ausentarme y me dirigí a aquel punto, que finalmente resultó ser la papelera que escondía el traje, que estaba a menos de media hora en coche de mi trabajo. Una vez puesto el traje, descubrí el panel del contador geiger integrado en la manga derecha y empecé a caminar sin rumbo hasta que aquello se puso a cantar como loco. Recorrí la zona marcando puntos con los valores del contador, en la manga derecha tenía integrado una especie de dispositivo gps que me permitía ubicarlos, hasta que completé la verificación de la zona impactada por la radiación. Resultó que había una radiación muy intensa en un área circular cuyo centro estaba en el medio del canal (donde no se veía nada más que agua marrón), y cuyo radio era de unos 200 metros. A partir de ahí, la radiación era completamente inexistente.

Una vez completé el perímetro, me permití el lujo de sacar una foto, aunque sabía que estaba desafiando las instrucciones dadas. Luego la subí a la página habitual y volví al trabajo dos horas después de haberme ausentado, sin que nadie me preguntara el motivo.

***

Pasaron tres semanas sin recibir ninguna otra señal de mis amigos de Transparence, y entonces empecé a preocuparme. ¿Habría hecho algo mal? ¡La foto! Seguro que no les había gustado… Seguro que me había extralimitado en mis funciones y que ya no confiaban en mí. Pero yo quería que me volvieran a llamar. Sabía que carecía de sentido que yo jugara a ser un espía y todo eso, pero había llegado a acostumbrarme e incluso a sentirme a gusto. Nadie conocía mi segunda vida, y aunque se limitaba a pasar cartas de un sitio a otro y a tomar datos aleatorios de sucesos sin explicación, esa evasión de mi vida cotidiana había supuesto un alivio que empezaba a echar de menos.

Fuera como fuese, mi preocupación sólo duró hasta el lunes siguiente ya que se vio interrumpida por otro encargo. Esta vez el mensaje era claro. Un sobre sin dirección ni remite en mi mesa de trabajo que dentro escondía la frase:

"Wednesday. 9am. Airport. TR4565. S"

El problema, es que cuando llegué al aeropuerto, el vuelo no estaba en ninguna de las pantallas. Salidas, llegadas… Nada, no había duda, se habían equivocado, de día, de hora, no sabía bien. Antes de perder toda esperanza le pregunté a la chica de información si sabía algo de un vuelo con ese código previsto para ese día a las 9h e inmediatamente cambió el semblante. Me dijo que esperara un momento e hizo una llamada telefónica. Al instante, una mujer madura, pasados los cuarenta, demasiado mayor para parecer una azafata de vuelo pero vestida como tal, se me acercó y sonriente me dijo:

- Buenos días, sr. Cocodrilo, le estábamos esperando. ¿Me acompaña? –ante ese recibimiento tan seguro, sólo acerté a preguntarle torpemente si llegaba tarde – En absoluto. Llega justo a tiempo – y echó a andar.

Nos acercamos al control de pasajeros, y justo antes de llegar a la cola giró bruscamente y se adentró en un pasillo que yo nunca había visto antes en aquel aeropuerto. Giramos noventa grados siguiendo el camino tres o cuatros veces, y una sola puerta apareció como única posible salida.

- Acomódese y relájese, en seguida les llamaremos para subir al avión –y abrió la puerta que daba a una pequeña sala, iluminada con fríos halógenos y ocupada por tres sillones, cuatro personas sentadas en ellos y otra puerta del otro lado. Me senté en el hueco que me situaba lo más lejos posible del resto de hombres que allí esperaban, nos sin antes dar los buenos días y recibir un pobre gruñido a cambio.

Al rato otra azafata sonriente entró por la otra puerta, y nos preguntó a todos amablemente si queríamos beber algo mientras esperábamos. Nadie respondió y ella pareció feliz con aquel silencio. Volvió a entrar poco después con cinco vasos llenos de un líquido rojo intenso, como si fuera bitter-kas. En silencio y sin mirarnos a los ojos apuramos las bebidas. Zapatos negros, trajes grises oscuros, uno casi negro con raya diplomática, camisas claras y corbatas oscuras a rayas diagonales. Bien afeitados y bien peinados, cinco clones con nuestras bebidas.

El avión era uno de esos viejos, de hélices, pero la misma azafata del principio nos guió hacia él diciéndonos que no había problema alguno en que fuera de hélices, que era nuevo y silencioso. Poco me importó, porque un sueño enorme me invadió de pronto y apenas recuerdo haber subido al avión. Desde luego que el despegue no lo sentí, para entonces ya estaba profundamente dormido. Había olvidado preguntar adónde nos llevaban.

1 comentario:

CaesarHec dijo...

Mientras Rajoy afirma que en Fukushima se está aún mejor que en Palomares, tú propagando temores injustificados sobre Nantes.

Lo único que pasa es que el barcu esi ye de un ingeniero de Red Bull que se pasó de rosca intentando llevar a la náutica la tecnología del alerón flexible...