martes, marzo 16, 2010

Elige tu propia aventura. Vacaciones en la Sierra de Cazorla II

9: Sigues las indicaciones que os han dado para coger el atajo “bueno pero peligroso”, y éste resulta ser una pista de tierra de tres metros de ancho, con un primer tramo de subida y otro segundo de bajada, tras culminar un pequeño puerto, siempre protegidos por un denso pinar. Os habían prometido que las lluvias recientes habían causado estragos en la pista pero no es así. Tales son las condiciones de la pista, que al rato os encontráis con una enorme berlina alemana aparcada en medio, bloqueándola a pesar de su anchura.

Como no parece que haya nadie dentro del coche, pitáis con cuidado para haceros oír sin ser demasiado estruendosos. Os sorprendéis del atronador claxon del todoterreno y escucháis volar a una bandada de pájaros. Al minuto aparece una pareja despeinada y a medio vestir por entre los árboles, os pide perdón y arrancan. Vosotros les seguís hasta llegar a un cruce que os obliga a tomar una decisión.
Si te apetece visitar el Centro de Interpretación del Parque, vete al capítulo 5.
Si quieres continuar por la pista hasta el nacimiento del Guadalquivir, adelanta hasta el capítulo 12.

10: Seguís por la carretera hacia la Cerrada del Utrero hasta que os encontráis con un cartel que indica que habéis llegado. La senda parte de una curva de la carretera, y a su vera hay un bar (cerrado a cal y canto) rodeado por un improvisado parking con decenas de coches aparcados en los arcenes colindantes. El gentío va y viene, y es muy variopinto. Tacones, botas de monte, jerseys al hombro, camisas de leñador, perlas, gafas de sol, pantalones vaqueros y camisetas del Betis. Comenzáis a andar por la senda, y la variedad de ruidos humanos os impiden dejaros llevar por el paisaje. El camino, que rodea un cerro, enlaza con la bajada de Guadalquivir, que en este punto ya baja con una fuerza considerable y forma cascadas y desfiladeros. La gente por su parte, va escuchando canciones en su teléfono móvil, le pide a gritos a su hijo que no corra, que no salte y que no mire y saca fotos. La palabra romería se te pasa por la cabeza, pero al pensar que formas parte de lo mismo no llegas a pronunciarla. Por fin, llegáis al punto en que camino y río se juntan. Reconoces que el paisaje es hermoso, pero eres incapaz de pararte a disfrutarlo con tanto gentío. Decidís comer y esperar a que el sitio se despeje, pero la gente no parece marcharse: Tenéis que tomar una decisión.
Si esperáis a que la gente se vaya para disfrutar del sitio, y os quedáis al lado de la cascada unas tres horas continúa en el capítulo 15.
Si por el contrario decidís volver ya al hotel, vuelve al capítulo 8.

11: Aparcáis el coche tras un par de kilómetros, en un aparcamiento con cabida para unos doscientos coches, a medio ocupar. Seguís los carteles indicadores, al igual que otras treinta personas que caminan con vosotros. Iniciáis la ruta al atravesar una barra que corta el tráfico a los vehículos de motor. De todas formas, la pista está acondicionada para el paso de vehículos, así que los primeros pasos son cómodos, y además poco a poco el camino se va despejando de gente. A medida que os adentráis en la garganta el paisaje se va volviendo más agreste, más salvaje, y al cabo de una media hora de camino, os desviáis de la pista para adentraros en una senda señalada.
Continúa por la garganta del Borosa en el capítulo 13.


12: Tras libraros de la berlina en el cruce, seguís por la ancha pista que por momentos se complica y estrecha. Ahora la cosa se pone emocionante y lo sientes. Le dices algo parecido a tu pareja, que no parece estar gozando del viaje tanto como tú. Las curvas se suceden tan rápido que la visibilidad es prácticamente nula, árboles al frente y árboles por los tres retrovisores; sentir que controlas el coche y el camino te produce un secreto regocijo. Bajas la ventanilla del coche y respiras hondo, no hay nada como respirar aire puro. Afinas el oído a través del rugido del motor y adivinas que poco se esconde más allá: si acaso el arroyo que ha de ser el Guadalquivir a estas alturas de su recorrido, y algún que otro avecilla. Notas un gusto a humedad en el ambiente, sientes que estáis cerca del nacimiento y un cartel te lo confirma: “Nacimiento del Guadalquivir, 150mts.” Estás a punto de gritar de júbilo cuando giras la última curva, pero algo te lo impide. No puedes creer lo que tienes ante ti.
Continúa en el capítulo 14.

13: La senda, estrecha, vadea el río por ambas riberas, cruzando de una a otra por puentes. A medida que avanzáis la garganta se va estrechando y el río va ganando fuerza. El paisaje es una justa recompensa a todo el viaje.

Os paráis aquí y allá, admiráis flores y arbustos que crecen en lugares insospechados, piedras que supuran agua fresca, remansos del río, rápidos… hasta que os dais cuenta de que habéis perdido la noción del tiempo y de que toca regresar, pues ya empieza a oscurecer.
Continúa en el capítulo 15.

14: Tus ojos no dan crédito a lo que están viendo, y es que ante vosotros están aparcados una docena de todoterrenos, blancos todos ellos, con el mismo rótulo impreso en el lateral: “Rutas Turísticas Arturo: Elige tu Propia Aventura.” Aparcáis el coche al lado y camináis unos metros por la única senda que se vislumbra, no apta ya para los 4x4. A los pocos metros ya comenzáis a escuchar un rumor lejano, que poco a poco se va aclarando hasta convertirse en un inconfundible coro de voces. Para cuando alcanzáis a verlos la estampa ya no os sorprende, y es que delante de vosotros se presenta un grupo de unos cincuenta jubilados en zapatillas blancas y chándal. Algunos se están haciendo fotos, otros comen manzanas, los de más allá se lavan la cara en lo que probablemente sea el nacimiento del Guadalquivir, y dos mujeres, muy próximas a vosotros, están sentadas sobre una roca acariciándose la espalda con gesto de cansancio.
- ¡Venga jóvenes! ¡Probad el agua que está fresquísima! –os dice una de ellas.

Sonríes, bajas la cabeza y obedeces. Efectivamente está fresquísima. Efectivamente estáis en un paraje incomparable, salvaje, uno diría que casi está aún por descubrir.
- ¡Eh! ¡En el bar de ahí detrás tienen cervecita! ¡Que le den a la fuente! –exclama un hombre de la que entra en escena. Lleva tres latas de Cruzcampo en las manos.

Vuelves a obedecer, y tomando cervecitas te dan las ocho de la tarde. Tu pareja te pregunta que por qué estás tan callado, pero no sabes bien qué responder y apenas aciertas a decir que simplemente estás disfrutando de la Naturaleza. A la vuelta no puedes conducir, y te toca ir de copiloto. Os acostáis pronto.
Continúa en el capítulo 8.

15: Volvéis al coche deprisa porque ya está atardeciendo y no queréis que la noche os pille perdidos por estas pistas y carreteras. Una vez en el parking, al ver que todavía quedan otros coches, os cambiáis de ropa tranquilamente, merendáis y descansáis un poco para reponer fuerzas hasta que al poco tiempo, no sabéis cuánto pero no mucho, notáis que el resto de coches se han ido y nuevamente os habéis quedado rezagados. Subís al coche y emprendéis la marcha, ahora sí, para abandonar el Parque Natural de la Sierra de Cazorla.

Pero a los pocos cientos de metros algo ocurre. Se enciende un piloto del salpicadero, fallo en la inyección. Escasos metros más adelante el acelerador deja de funcionar y os veis obligados a parar. Ni siquiera os echáis a un lado, ya que al fin y al cabo no queda nadie más por volver por ese camino. Al abrir el capot del coche no veis nada raro, pero al intentar volver a arrancar el coche no podéis, parece que también hay un fallo eléctrico. Miráis alrededor mientras cogéis aire y os dais cuenta de que es más oscuro de lo que parecía, la noche se echa encima rápido en el valle. Buscáis en la guantera el teléfono móvil pero no hay cobertura. El teléfono de vuestra pareja tampoco da línea. Cerráis las puertas, intentáis arrancar el coche varias veces sin suerte y llenos de rabia perdéis la cuenta del número de intentos, hasta que vuestro copiloto posa una mano en vuestro hombro para calmaros. Os detenéis y os dejáis caer rendidos sobre el respaldo del asiento. Parece que reina el silencio, hasta que poco a poco el oído se va a acostumbrando a la penumbra y el vacío del entorno. Efectivamente, no estáis solos.

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