martes, julio 31, 2012

Amberes

El nombre de Amberes (Antwerpen) parece tener origen en la leyenda del gigante Antigoon, que vivía cerca del río que bordea la ciudad, el Escalda. Este gigante cobraba un peaje a todos los navegantes del río, y a los que se negaban a pagar les cortaba la mano y la hundía en el río. Afortunadamente para los belgas, un joven llamado Brabo hizo lo mismo con la mano del gigante. La cortó y la tiró al río. En holandés, hand werpen, significa algo así como tira la mano. ¿Creéis que es cachondeo? Pues una estatua en la puerta del ayuntamiento lo atestigua.



Sin embargo, hay que reconocer que el gigante Antigoon era un poco cabroncete por su parte. Además de cortar las manos de los navegantes que rehusaban pagar, también se dedicaba a gastar bromas pesadas a los pobres habitantes de Amberes. Por ejemplo, los ambereños cuentan con la cabeza un tanto baja, que el gigante disfrutaba cometiendo ciertas humillaciones de carácter sexual, como la de zarandear su gigante (como todo su ser) miembro por encima de las cabezas ambereñas, a la vez que gritaba aquello de “Que me meo, ¡que me meo!”



Pero bueno, gigantes de leyenda a parte, centrémonos en la verdadera historia de Amberes, una historia que, como todas las historias belgas, está llena de oscurantismo, misterio, y españoles repartiendo estopa…



Empezando por el final, que sepáis que a los ambereños (y siempre según la fuente de sabiduría absoluta, la wikipedia), los llaman Sinjoren, en una clara referencia a los nobles españoles que allí habitaron a lo largo del siglo XVII, época de esplendor (o no) de nuestro Imperio español, un siglo después de que Carlos I y Felipe II forjaran un imperio en el que no se ponía el sol, y justo cuando el III, el IV y el II y todos sus secuaces se dedicaron a hacer lo que los españoles sabemos hacer mejor: holgazanear y vivir de las rentas (de ahí lo de época de esplendor de antes).



Pero los españoles no iban allí a trabajar, o a comerciar, o a nada parecido. Allí se iba a jugar, en el evento que sentó las bases de los juegos olímpicos modernos, la liga de fútbol, y la VBRL: “El juego de las Hermandades”.



Las reglas eran básicas: cada uno de los “señores” españoles que llegaba a Amberes, era asignado una Hermandad, o equipo. Todas ellas tenían su sede en la plaza central, y en lo alto de los edificios podían colocar figuras que representaran sus equipos. Ahí quedan para la eternidad Hermandades como la del Zorro, el Águila Culebrera, el Joven Pasmado, los Jordis (catalanes, habitualmente), los Ángeles Lectores, los Sabios del Hacha… muchas más me vienen a la memoria (Los Leones, Los Lanceros, Los Libreros, etc.) pero por supuesto, la Hermandad que más éxitos logró en su historia: Las Bolas Peludas.



¿Y en qué consistía el juego?



¿Acaso lo dudabais?




En tirar la mano de un belga al río.

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