viernes, febrero 20, 2009

De ti no me acuerdo

No hace mucho tiempo que en este blog hablé de mi gusto por leer a Loriga, y en especial su novela Tokio ya no nos quiere. Es una de las pocas novelas que releo de vez en cuando, un relato que mezcla ciencia ficción y road movie, y en el que el protagonista vende una droga muy especial. La química que ofrece borra recuerdos. Una mala experiencia, un fin de semana de lluvia, un adulterio sin importancia, un hijo muerto... cada uno quiere olvida algo y cada uno tiene su excusa para hacerlo, él no se entromete; simplemente vende. Otra cosa muy distinta es que a veces la química falle, y uno se olvide de su abuela en lugar de olvidar que una vez tuvo una pierna que ya no está ahí. A partir de ahí la novela va por un camino que si queréis seguir no tenéis más remedio que leerla.

Los adjetivos de ciencia ficción y road movie no son de mi invención, sino que la breve descripción de la contraportada es la que se encarga de colgar estos calificativos, y otros cuantos que aquí no vienen a cuento.

Por otro lado, hace un par de meses, tuve la oportunidad de acercarme al bueno de Ray. Se realizaron una serie de conferencias de escritores en una ciudad dormitorio de Sevilla, y allá que me fui con un ejemplar de su último libro, Ya solo habla de amor, para que me lo dedicara para otra persona. Allí habló ante un limitado aforo compuesto por tres frikis de su obra (inclúyanme), un amante de la obra y vida de Santa Teresa y a la vez detractor de la película del autor, tres enterados que tomaban nota para fardar delante de los amigos o de la iluminada de turno, dos personas de la consejería de cultura que organizaban el evento, y una buena docena de sesentonas ociosas y por supuesto desconocedoras de quién coño tenían delante de sus narices aguileñas y cardados rubios (por dios, dónde las fabrican en serie). Aún y así el bueno de Ray habló con paciencia y esmero de su última novela, y después, cuando se empezaron a suceder las preguntas, descubrió también detalles de la película de Santa Teresa, su otra película La pistola de mi hermano, y sus anteriores novelas Trífero y Lo peor de todo. De Tokio apenas si habló un poco, pero uno que escribe se encontró con sus cuerdas vocales anudadas justo en el momento en que iba a preguntar sobre qué le había inspirado para este relato.

Al finalizar la charla, me acerqué para que me firmara el libro y con voz y gesto temblorosos, logré preguntarle si había leído la noticia que se hace eco del hallazgo de un grupo de investigadores que han conseguido borrar "malos" recuerdos de forma selectiva. Me respondió que sí, y que no le extrañaría que en poco tiempo lo viéramos en las farmacias. "Si es que inventan lo que se propongan" o algo así dijo. Yo sonreí, me di por satisfecho porque no me quedaba otro remedio (la conversación se terminó cuando se acercó una chica micrófono en mano y cámara por detrás para entrevistarlo para una televisión local), y me marché para casa con mi libro firmado y mi semi-fracaso en la conversación.


El artículo, para el que no se lo quiera leer, dice algo así como que la ciencia ha descubierto los recuerdos a largo plazo pueden ser modificados y por lo tanto, eliminados. Se ha desarrollado un fármaco que, ingerido antes de evocar ese recuerdo en concreto, es capaz de eliminarlo. El artículo dice que lo han probado borrando a unos pacientes un recuerdo que les habían creado antes: les mostraron unas fotos de arañas acompañadas de un estímulo doloroso. Suministraron a un grupo placebos y a otro el medicamento en sí, y un día después los que habían tomado el fármaco no se asustaban al ver de nuevo las fotos; recuerdo fuera.

Según la responsable de la investigación, una tal Merel Kindt, "estos hallazgos muestran que podremos desarrollar técnicas capaces de reducir permanentemente miedos como los del estrés postraumático, fobias y otros trastornos de ansiedad". La verdad que así dicho suena muy bonito, pero la primera idea que me vino a la cabeza fue cuán peligroso sería este medicamento en manos de torturadotes, obligando a sus víctimas a olvidar lo ocurrido y borrando así las trazas de su crimen. O peor aún, ¿y si fuera el asesino el que tomara la medicina para olvidar la autoría? ¿Seguiría siendo culpable? Si la enajenación mental transitoria es atenuante, ¿el borrado permanente de memoria lo sería también? A veces me sorprende que los científicos no adviertan los peligros que acarrean sus avances.

Luego me puse a pensar en qué recuerdos borraría de mi vida, que miedos o traumas o pasajes desearía que jamás hubiesen ocurrido. Quizás alguna operación quirúrgica molesta o una enfermedad pesada, algún dolor físico que me produzca escalofríos sólo rememorarlo, un juguete que nunca tuve y deseaba, una chica que me dijo no, un gimnasta húngaro, una discusión con mis padres, algún familiar que ya no está y quizás sería mejor que nunca hubiese estado para así no echarlo tanto en falta, un mal suspenso que me truncaba el verano, o tantos otros fantasmas del pasado que como a Ricardo III, me vienen a buscar en sueños y no me dejan dormir tranquilo y me advierten que la batalla será dura y me maldicen "Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: ¡desespera y muere!" Como dijo Marías que dijo Shakespeare.

Pero no me parece justo. No creo que esos recuerdos o traumas merezcan ser olvidados, yo no me merezco eso. Yo soy yo y mis miedos. Se reconoce mejor uno en sus fallos y en sus fracasos y en sus derrotas que en sus victorias o logros. El tenista que llora como un niño chico al perder la final, no se hace campeón al ganar, se hace campeón al perder el miedo a llorar, al perder el miedo a perder y fracasar delante de miles de personas. Aprendí más de un suspenso (mi último examen suspenso) que de cualquier examen que hubiese aprobado antes. Aprendí de la chica que me dijo no, contigo al cine no voy, mucho más que de la chica que aceptó y luego se aburrió, y yo me aburrí, y nunca más supe de ella y nunca más querré saber de ella. Dicen que a los que han perdido una pierna o un brazo, les despierta a media noche el dolor de la extremidad perdida; no les quita el sueño la que mantienen. Y así podría seguir hasta el infinito, si la memoria no me falla.

Termino ya, y sólo me queda desearnos a todos que no llegue el día en que algún antiguo conocido que en su día nos jugó una mala pasada nos reconozca por la calle, nos salude, y por respuesta lo único que obtenga sea "lo siento, de ti no me acuerdo."

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