sábado, septiembre 11, 2010

10 cosas que no hay que perderse en Berlín.

Puede que ni yo sea Iggy ni mi compadre David, de la misma forma que nuestras compañeras no eran ácido y coca por más que yo me empeñara. No obstante, la ciudad sí que era la misma y nos cautivó tanto como a ellos dos allá por el 73. De nuestra visita no volvemos con un puñado de discos memorables bajo el brazo y diez años de nuestra vida perdidos por las drogas, pero sí que lo hacemos con un puñado de recuerdos memorables y diez recomendaciones que todos deberíais disfrutar en esta vida.

Currywurst
Todo viaje que se precie ha de incluir buena gastronomía, y por buena gastronomía qué mejor que disfrutar del último reducto de comida rápida que nos quedaba por conocer en Europa: el Currywurst. Esencialmente consiste en una salchicha de cedo frita (y refrita), ahogada en Ketchup y sazonada con especias, a destacar curry y pimentón, más o menos. Pues bien, en Berlín hay un puesto vendiendo currywursts en cada esquina. Nuestro favorito y más cercano a nuestro piso, el Currywurst 36, se ganó un sitio en nuestros corazones desde la primera noche. Y vio él que era bueno.


Max und Moritz
En la segunda noche del viaje dimos con nuestros huesos en este restaurante alejado de cualquier tránsito turístico tras una caminata eterna. Menos mal que la cerveza de trigo, el codillo, las salchichas, la col y demás componentes básicos de la gastronomía alemana nos restablecieron el ánimo. El restaurante, muy asequible de precio, tenía dos plantas y aunque nos alojaron en la de arriba (que tenía menos ambiente), descubrimos la biblioteca que allí tenían; y es que nada mejor que una buena novela en alemán para bajar la comida. Supongo que la luz de las velas hizo que aquel momento fuese más evocador aún. Y vio él que era bueno.

White Trash Fast Food
La recomendación de pasarnos por este restaurante, entre gótico y rockabilly, la traíamos desde España. El decorado kitsch y recargado, la música en directo (que no pudimos disfrutar de lo lejos que estábamos) y la carta repleta de paridas no pudieron ni hacer sombra a la hamburguesa que nos zampamos. Es la primera vez en mi vida que tengo que comer una de estas con cuchillo y tenedor. Y vio él que era bueno.


Café am Neuen See & Tiergarten

El Tiergarten es el parquet urbano más grande de Berlín, un antiguo coto de caza de la realeza, creo. Pues en una esquina, al lado de un lago, dimos con este romántico rincón. Como era de noche, hileras de bombillas iluminaban las mesas alargadas en las que los berlineses y algunos turistas disfrutaban de lo de siempre, sus cervezas y sus currywursts. El lago, un embarcadero y unas pocas barcas completaban la escena, enmarcada por los árboles que te permitían olvidar que estabas en medio de una ciudad. Cuando al tercer día de estar en una ciudad das con un rincón así, resulta inevitable venirse arriba y pensar que, en cierto modo, la ciudad empieza a pertenecerte. Y aún así, él vio que era bueno.

Kreuzberg Oriental (y el Arena)
No es que yo sea un fan de la vida nocturna, pero una cosa no quita la otra: para una vez que estábamos en Berlín teníamos que echar un vistazo a esa supuesta fiesta non-stop que se corren los berlineses. ¿Y qué ocurrió? Pues en agua no dimos, pero tampoco hundimos el barco. Seguimos las recomendaciones hasta llegar al Arena, una especie de complejo del ocio nocturno, que consiste en una serie de bares, pubs y discotecas emplazados en unos antiguos hangares en la ribera del río Spree. Si PITII lo hubiera visto, ya tendríamos nuevo emplazamiento para la Semana Negra. El caso es que allí tomamos nuestras cervezas, disfrutamos con sonrisas lelas de la tibia felicidad que reporta el moverse con éxito por una ciudad nueva, y cuando íbamos a volvernos a casa ocurrió el milagro: antes de llegar a la parada del metro dimos con una caja de hormigón dentro de la cual sonaba una de los Kings of Leon a todo trapo. La siguiente vez que miré el reloj eran cerca de las seis de la mañana y por primera vez en mucho tiempo volvía a casa con el sol despuntando. Así que obviamente, él vio que era bueno.

Las embajadas nórdicas
Cambio de tercio, que ya vale de ocio y salchichas. Berlín es una ciudad joven, de arquitectura joven. Los bombardeos del final de la guerra, ironías de la vida, han permitido a la capital alemana convertirse en una galería de arquitectura al aire libre: todos los arquitectos de renombre del s. XX han construido algo allí, y podéis subrayar el todos sin miedo. Como uno vive con una que sabe del tema, pues se anima y aprende y disfruta y se interesa, pero para no dar la paliza, dejaré constancia del edificio que sin duda más me sorprendió.


Resulta que los cinco países nórdicos, decidieron construir sus embajadas juntas. Respetaron sobre el plano la misma situación que tienen en un mapa, y construyeron cada edificio con materiales representativos de cada país. Por fuera, una malla de cobre las envuelve a todas ellas, dando la apariencia de homogeneidad. Análisis arquitectónicos aparte, pocas veces un edificio me ha resultado tan claro a la hora de leer sus mensajes, dos principalmente. El primero es un mensaje de unidad: si visitas a uno, tienes que visitar a los demás, van todos a una, y a nivel financiero es un mensaje muy potente. El segundo es más bonito si cabe: una llamada al visitante. Por fuera los cinco países parecen uno solo, indistinguibles, un mismo edificio. Pero al entrar, uno descubre que son bien distintos, así que habrá que visitarlos para comprobarlo. Y como no, él vio que era bueno.

Mauer Market
Los domingos son iguales en todos los países de Europa, así que preguntamos qué mercadillo teníamos que ver, y nos enviaron a este. La ropa, la comida, los hippies y las pulseras no se diferencian de las de ningún otro mercadillo, pero este nos deparaba una sorpresa: un karaoke al aire libre. En una especie de auditorio donde esperaban más de quinientas personas, los temerarios cantantes salían al escenario a dar lo mejor que de sí. El ambiente festivo y el agradecido público hacían que uno no se quisiera marchar de allí. Él estaba allí, y vio que era bueno.

Museo Judío
La ciudad está llena de marcas que recuerdan el Holocausto judío y esta es una de las más destacables. El museo acoge una exposición más que prescindible que cuenta la historia de los judíos alemanes desde los primeros asentamientos hasta nuestros días. A mi juicio consiste en una especie de justificación de su presencia en Alemania, queriendo aclarar que siempre han formado parte de ella. Pero entonces, ¿por qué hacer una exposición aparte?


Sin embargo el edificio, dedicado al Holocausto, es uno de los monumentos más impactantes. Plantea al visitante tres ejes, tres pasillos o caminos que recorrer. El de la Continuidad, que conduce a la exposición, el del Holocausto, que conduce a una sala fría y vacía, como una celda pero con el techo a más de veinte metros de altura y con una sola entrada de aire y luz en lo alto. La sensación de agobio y desasosiego no se puede comparar con un campo de concentración, pero el recurso es muy evocador. El tercer eje es del Exilio, y conduce a un jardín de bloques de hormigón oblicuos, coronados por olivos. Como el suelo tampoco es plano, el visitante se marea y desorienta en este jardín, lo que se supone imita a la desorientación que sentían los judíos que consiguieron escapar, y llegaron a países ajenos sin conocer el idioma, sin dinero y muchas veces sin familia. Creo que no exagero al decir que la visita además de interesante, es sobrecogedora. Él también vio que era bueno.

Las cicatrices
La ciudad entera está llena de marcas que impiden que se olvide su pasado. Por Berlín han pasado casi todos los grandes acontecimientos históricos del s. XX, y la ciudad se ha consagrado a mantenerlos, por el bien de todos y para que nadie olvide. El muro, la guerra, el nazismo, el holocausto, el telón de acero… supongo que los berlineses habrán optado por hacerse insensibles ante tanta marca, ya que de lo contrario la vida allí debe ser agotadora, obligado uno a recordar todos los días los mayores horrores que ha cometido el hombre. Sin embargo para el visitante, la ciudad entera supone un viaje más que enriquecedor. Visitas como la del Reichtag, por la que los visitantes nos paseamos por la cúpula por encima de los políticos, ideada así para que ellos nunca olviden a quién sirven, quién tienen por encima, le hacen pensar a uno que no todo está perdido, que todavía somos capaces de aprender de nuestros errores. Y él no piensa distinto, también vio que era bueno.

Jacobo
Y llegamos ya al final del recuerdo de nuestro viaje, recordando el principio. ¿Quién era él? ¿Por qué nos siguió durante todo el viaje y por qué era necesario para nosotros obtener su aprobación para cada paso que dábamos en esa ciudad? Lo ignoro, pero su presencia nunca nos abandonó ni nos abandonará.

Dijo llamarse Jacobo, y se presentó ante nosotros como un guía turístico de esos que están al lado de la Puerta de Brandenburgo esperando a juntar a un nutrido grupo de españoles para dar vueltas por toda la ciudad narrando su historia. Es algo que puede ocurrir. A veces se presenta como pescador y otras lo hace como guía turístico, pero su barba y su piel inmaculada no daban lugar a confusión, por mucho que su jersey a rayas despistara.

Jacobo nos guió el primer día durante cuatro o cinco horas por todo Berlín, y nos enseñó la ciudad, nos contó su historia, nos habló de sus personajes y nos habló de nosotros mismos también. En las palabras de Jacobo todos encontramos ese descanso buscado. Al final de la visita no nos queríamos despedir de él, así que le pedimos que llenara nuestro mapa de Berlín de recomendaciones, en clara simetría con el ruego de que llenara nuestros corazones de esperanza y alegría, de fuerza y coraje para seguir el camino. Y él nos ayudó. Nos reconfortó con sus palabras, nos calmó con su sonrisa y nos guió con su mano. Cuando él dijo “adiós” y se montó en su moto, nosotros quedamos libres.

Tres días después resucitó en la Biblia y tres días después resucitó en Berlín. Se nos apareció en medio del Mauer Market, paseando entre la gente como si él fuera uno más, así de humilde es él. Nos preguntó qué tal lo estábamos pasando pero lo hizo en vano, pues ya bien sabía él cómo nos sentíamos. Volvió a sonreír, asintió con la cabeza y se despidió. Se dio media vuelta y se perdió entre la multitud, porque así debe ser, así está escrito. Y nosotros vimos que era bueno.

3 comentarios:

Morvader dijo...

jajaja, el montaje de George Michael está super logrado!

CaesarHec dijo...

oye moro, mira a ver si te lees algún post que de los que escribimos y no vas perdiendo el culo a comentar una foto pa salvar los muebles...

Sr. Cocodrilo, tomo nota de las sugerencias para posteriores visitas...

srcocodrilo dijo...

Gracias por vuestros comentarios de apoyo... Pero sospecho (aunque no reprocho) que ninguno de los dos se ha leído el post entero.

Estos es: Hec, ¡no le eches tanta jeta!