viernes, julio 24, 2015

Capricornio Uno, de Peter Hyams

De entre todos los lugares comunes que podemos visitar, uno de mis favoritos es el de “la realidad siempre supera a la ficción”. Añadiendo una palabra al lema y llegando a “la realidad siempre supera a la ciencia ficción”, no nos queda más remedio que pensar en el mayor mito creado por el hombre en el siglo XX: el alunizaje.

El cine americano de los sesenta y setenta, marcado por la carrera espacial, fantaseó con galaxias lejanas, especies alienígenas y guerras de las estrellas, pero también profundizó en las heridas sufridas por un país que tenía que hacer frente a la gran mentira de haber vencido a la URSS en la lucha por clavar su bandera en la superficie de nuestro satélite. Así es como quiero recordar yo la Historia y así es como se le ocurrió al director Peter Hyams Capricornio Uno.


Marcado desde joven por las imágenes de Armstrong y Aldrin paseándose por una llanura de polvo blanco, un Peter ya adulto y trabajando en Hollywood consiguió el presupuesto suficiente para contar la historia (indefinida en el año en que ocurre) del proyecto fallido de la primera misión tripulada a Marte.

Estrenada a finales de los setenta, la película cuenta como unos pocos dirigentes de la misión Capricornio Uno, el proyecto de la NASA encargado de lograr el primer amartizaje, descubren momentos antes del lanzamiento del cohete que un fallo en el módulo de oxígeno hace inviable la vida en la nave para los tres tripulantes durante todo el tiempo que debería durar la misión. Así, los tres astronautas elegidos, el coronel Charles Brubaker (James Brolin, padre de Josh y director del Hotel en los ochenta), el teniente Peter Willis (Sam Waterson, eterno de la televisión que pasó de El gran Gatsby a Ley y Orden en más de cuarenta años de carrera) y el comandante John Walker (O.J.Simpson, ¡O.J.Simpson!) son evacuados segundos antes del despegue y mientras el cohete sube a los cielos, ellos son trasladados a unas instalaciones secretas de la NASA en medio de un desconocido desierto.

El presupuesto invertido, el prestigio del país, la Guerra Fría… Los motivos no quedan claros pero las instrucciones sí: el país no se puede permitir reconocer semejante fracaso y, chantajeados con la vida de sus familiares, los tres astronautas se verán obligados a participar en un montaje que simulará el éxito de la misión a los ojos del mundo, de los americanos e incluso de los trabajadores que participan en el proyecto: ninguno de los miembros del control de la misión son conscientes de la farsa. Las comunicaciones de la nave se fingirán con las grabaciones de la misión que ya se habían hecho en el simulador en tiempo real, las imágenes del amartizaje se grabarán en un estudio improvisado y los astronautas tan sólo tendrán que permanecer escondidos el tiempo que dure la misión para luego reclamar la gloria y fama mundial: a los ojos de todos serán los tres primeros seres humanos que han logrado pasearse por el planeta rojo.

Esta divertida premisa que parte de la ciencia ficción, deriva pronto en una historia de suspense. A riesgo de añadir aún más spoilers, las cosas no van como se preveía, el secreto se hace difícil de mantener, y los responsables de la farsa no están dispuestos a que la verdad salga a la luz así como así. Un periodista, el mítico Elliott Gould (padre de Rachel en Friends), empezará a tirar del hilo poniendo en riesgo, como no, su vida y la de la gente que le rodea.

La cinta es entretenida sin llegar a los niveles de mito que alcanzaron otras películas de la época. Decae un poco hacia el final, cuando el desenlace ya se prevé y las escenas de acción comienzan a sucederse. No hay que olvidar que han pasado casi cuarenta años, y aunque a mi juicio el cine comercial actual ha empeorado de forma dramática la calidad de sus guiones, nos ha acostumbrado por el contrario a unas escenas de acción que hacen que las antiguas parezcan sacadas de La aldea del Arce. Sin embargo, el conjunto sigue siendo pasable y los 123 minutos de mezcla de thriller político y viaje espacial se ven sin problemas.

Como guinda, la película no dejó de recordarme a un falso documental que descubrí una vez por casualidad en la televisión, el muy recomendable Dark Side of the Moon dirigido por el francés William Karel y que, siguiendo un guión parecido al de Capricorn One, nos cuenta cómo, a pesar de que la misión Apolo 11 fue un éxito, el torpe Neil Armstrong no fue capaz de grabar imagen alguna del evento. Entonces, para acallar la posible contra-propaganda soviética, decidieron contratar a Stanley Kubrick, convencidos de su habilidad, tras haber rodado la espectacular 2001: Odisea en el espacio, para filmar las secuencias lunares en un estudio de Hollywood. Lo más espectacular del documental es que cuenta con la participación de personajes ilustres como la viuda de Kubrick, o los mismísimos Henry Kissinger y Donald Rumsfeld, miembros del gobierno de Nixon en aquella época.

En fin, que ver cualquiera de las dos cintas es una manera estupenda de coger ese lugar común que nos dice que la realidad supera la ficción, hacer una pelota con él, y encestarlo en la papelera del resto de lugares de comunes. ¡La ficción a mí!

No hay comentarios: