lunes, enero 15, 2007

Historia de una ida y una vuelta

Mi plan era sencillo: un rápido viaje al Mediamarkt, comprar una memoria USB y salir de allí, a ser posible sin ir gritando "¡MAYDAY! ¡MAYDAY! ¡EXTRACCIÓN EN CHARLIE 14, CAMBIO!. Nada podía ir mal.
Comencé volviendo a casa a las 5, lo que imposibilitaba levantarme antes de las 12. Al final logré escaparme a las 2 del labo y tome rumbo sur, observando el Tormes y pensando que estaría mejor comiendo unos huevos fritos, como un moderno Camilo Jose Cela.
Para los que no lo conozcais, Salamanca tiene forma de huevo aplastado. La parte sobre la que se sostiene es por donde pasa el río, yo vivo más bien hacia la punta, la cáscara es una avenida ancha que cambia de nombre cada siete metros (no entienden que las curvas no cambian la direción, de hecho no hay direcciones, todo es relativo y nadie es perfecto) y dentro está el centro histórico. Bajando hacia el río pude ver el jardín botánico, que consiste en un prado del país con árboles raquíticos recién plantados, una piscina llena de óxido, un montón de rocas y basura en el medio del recinto, todo ello encajonado entre el río y el campus universitario. Eso sí, no se han olvidado de poner una bonita valla, me pregunto si para evitar la entrada o para que los que paguen por ver eso no puedan escaparse jamás.
La avenida ancha donde la gente conduce como en Portugal entra en una rotonda y sale digievolucionada en un esbozo de carretera, donde las señales de limitación de velocidad a 50 son parte del entretenimiento del viaje. Al menos hay aceras. En esta parte la ciudad parece tener miedo al río, aún se conservan laderas escarpadas y restos de fortificaciones, y el crecimiento al sur se reanuda en la orilla opuesta también lejos de las riberas.
Hay un puente romano que en su mayor parte se eleva sobre la llanura de inundación. Sólo al final se encuentra el Tormes, que es aquí bastante ancho y se une con un canal de un molino de agua. Hay juncos, islotes, el agua avanza muy tranquila y es un paisaje bonito y poco habitual en una zona tan seca, aunque el paseo que discurre por su orilla no le hace ningún favor. Tampoco se ve apenas gente, nada que ver con la senda de un simple arroyo como el Peñafrancia, que a veces parece la calle corrida.
Cuando llegué al puente del Principín de la tierra de Alonso no encontré pasos de cebra. Lo cual está bien, si no fuera porque es una carretera nacional con seis carriles, una mediana, coches... seguí dirección oeste hasta que llegué a uno. "Un despiste" pensé. "No tienen un alcalde con cuñados dueños de fábricas de material de carreteras como cierta villa muy noble, muy buena, leal y nosequepollas. No se repetirá"
Llegué a la rotonda de la que sale la carretera a Madrid. No había acera. Pensé en las palabras de mi compañera de piso: "sí, el año pasado una amiga mía iba andando, dando un paseo". No te dejes engañar, Álvaro, "carretera" es un mote al igual que capitán para Alatriste o "El Rey" para el muy republicano Elvis.
Miré la carretera. No había acera. Los coches se lanzaban por debajo de un paso a nivel, la velocidad hacía que las señales de 50 parecieran borrones rojos y seguramente se sentían como en Tron. Sin salida aparente seleccioné una banda sonora adecuada: Medulla, el disco puramente vocal de Björk Guðmundsdót... eso. La percusión la pondrían los Ford T de esta época que me ha tocado vivir.
El arcen en esta zona de la Tierra Media mide unos 2 metros largos, lo que me llevó a caminar sin preocupación un rato. Los automóviles pasaban a mi lado, me alegré de tener el pelo corto y estar casi calvo porque las "rrrafagas de aire" podrían despeinarme. Sí, esa fue mi explicación, uno puede llegar a creerse lo que quiera, mirad sino a los que piensan que el espíritu santo era un palomo. A la izquierda, un Plus superdescuento. "U-uhhhuu-uhhhuuuu-uhu" tarareé, la revolución de los chiquiprecios. A la derecha un maxi-Dia. Me imaginé una versión magnificada de tan Genial! supermercado, con palés de 15 metros cuadrados y botellas de 13 litros de sidra de fresa. Algo así como el mundo gigante del Super Mario Bros 3 para los supermercados. Ensimismado como estaba en este paraíso de los precios económicos (como decían en la publicidad austríaco, "Ven a nuestro supermercado si eres un cerdo ahorrador") un coche pasó zumbando; yo, tan contento. "Por suerte no hay parado ninguno en el arcén, tendría que esquivarlo por esa parte de tierra de la derecha". A ese lado hay una zona bastante marrana de tierra, transitable pero poco recomendable. Me sorprendió que el arcén de la izquierda midiera menos que la lengua del Dr. Alergia en plenitud de extensión. "Estos charros... como se nota de que pie cojean".
De pronto me asaltó la idea. Este arcén... no, no puede ser. Tiene una linea continua. Pero, ¿tan ancho? Quizás alguien se ha leído el reglamento al fin y han decidido que los arcenes sólo para bicicletas no son aceptables. ¿Un carril bus, quizás? De pronto ya no iba tan seguro, estaba seguro que ESA velocidad poco tenía que ver con 50 Km/h y alguno empezaba a levantarme la capucha con el viento. A pisar zarzas toca, y mierdas, animalillos muertos, colillas...
Seguí con mi penoso viaje hasta llegar a una rotonda que me causó un ataque de nostalgia por mi Alma Mater. Limpiandome la lagrimilla pasé a lo que yo pensé era una carretera vecinal, luego identifiqué erroneamente por una via de servicio y finalmente vi que era la salida de un hotel/asador/cosa. Un cartel en lo alto proclamaba "Estas entrando en territorio Mediamarkt", a lo que yo añadiría "Here there be dragons" mirando hacia atrás y viendo lo lejos que estaba. De hecho abandonaba la ciudad de Salamanca, y pronto entraría en el municipio de Santa Marta de Tormes. Para los que no lo sepáis, Santa Marta es patrona de cocineras, sirvientas, amas de casa, hoteleros, casas de huéspedes, lavanderas, de las hermanas de la caridad y del hogar, a pesar de haber derrotado a un monstruo francés.
Por suerte el centro comercial no estaba a otro tanto de la rotonda como indicaba el mapa de estos inútiles en su página web sino practicamente al lado. Los locales maravillosos se extendían a mi derecha. ¡Leroy Merlin! ¡Casa! ¡MENAJE DEL HOGAR! ¡Tanta diversión al alcance de la mano y tan poco tiempo! De pronto, en lo alto de un palo, un cartel desafió mi ironía: "Decathlon, 300 m". Levanté el puño lleno de ira y dolor y prometí volver, ahora que había descubierto la tierra prometida, en cuanto tuviera un día suficientemente desocupado para presentar mis respetos a la santa iglesia de la manera que merece.
Baste decir que el Mediamarkt es como todos los que he conocido, o sea el de Asturias y el de Hannover. Me compré el lápiz, y como siempre da pena irse de esos sitios con un aparatillo minúsculo o pensar que has venido caminando cuarenta minutos para esto, añadí unos rotuladores baratillos y dos DVD+RW. Mi regalo de reyes. Sin embargo no había tenido suficiente.
Por encima de la carretera de Madriz había un paso de peatones que haría parecer al nudo de comunicaciones de la Autovía Minera un rústico puente de palillos. Era a la vez modernista, de Calatrava y no euclidiano. Atravesé esa escalera de Jacob hasta llegar al Centro-Comercial-Genérico: quería información. Sin embargo, solo hallé... el infierno. El infierno son los otros, especialmente en época de rebajas. He visto cosas que no creeríais. He oido cosas que no soportaríais, os arrancaríais las orejas en un vano intento de desescucharlas. "Tíiiiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa me he comprado un pijama al 80% de su precio, que era ¡8 €!" Imaginaros Parque Principado con más churrasco y comida, sin la Fnac y con un hiper valenciano en vez de uno euscaldún. Y lleno de charritos con sus novias charritas, presas de la fiebre salvaje de las rebajas. El horror, el horror.
Pasé por delante de Victoria's Secret, y las masas de gente impedían ver los posters desde fuera. El verdadero destino de la tienda no se podía llevar a cabo. Pasé por delante de Mango, cuyas dependientas otrora causaran forzosamente que se añadiera el adjetivo "furiosamente" al substantivo "masturbación". Me sentí viejo y cansado. Delante de Tira & Oso recordé que una vez me negaron el legítimo derecho a una sudadera con capucha y canguro de mi talla. Huí dando alaridos, y estoy seguro de haber oído a alguien susurrar "Mira, alguien a quien le acaban de quitar la última prenda delante de sus narices". Sólo me detuve delante de Zara Home, que en contra de la evidencia no es un puticlub asturchale patrocinado por Amancio Ortega. Necesitaba gominolas, pero en la tienda sólo tenían abyectos dulces con picapica y nada de regaliz. NECESITABA SALIR DE ALLÍ.
Fuera, apoyado en la pared, me sentí a salvo. Los rebaños pasaban junto a mí, me acompañaron hasta la parada de autobús y dentro del autobús. Detrás del centro comercial, una hilera de cipreses parecían marcar Enfrente, un hotel de cuatro estrellas llamado Horus que a primera vista confundí con un Casa Mingo cualquieras (me abstuve de entrar y preguntar qué puta me daban por cinco euros, recordando el chiste del día de la madre). Cuando, después de diez minutos de presión inhumana escuchando "The English Motorway System", me dejaron en lo que esta gente conoce como Gran Vía, una cola aún mayor de jubilados esperaba, bloqueando el paso, maleducados... lo de siempre. Ahora, con más perspectiva, no me pregunto hacia donde se dirigían. Debía ser un centro comercial (el nerviosismo se notaba en el ambiente), para jubilados y con actividades específicas para ellos. Y no hay de eso en la otra dirección de la ciudad, sólo casas y polígonos industriales. Por tanto sólo podían ir a un lugar. El territorio a la sombra del anuncio de Decathlon, la última frontera de la que yo había regresado milagrosamente. Claramente las paredes del CCG eran como los falsos espejos de las salas de interrogatorios, y allí se reunían para criticar a los jóvenes. "¡Mira qué pintas!" "¡Vaya pelandrusca!" "¡Van de cualquier manera, que desvergonzados!". Conejillos de indias involuntarios, y encima sin ver un duro.
A pesar de todo, aunque me despierte toda esta semana entre sudores fríos, sé que voleré. Es mi destino -final, añadiría- traspasar el umbral de Decathlon y trascender, convertirme en más que un hombre, libre de ataduras morales y gobernado sólo por mi voluntad indestructible. Entonces no seré esclavo de mis deseos, seré mis deseos, un Übermensch de Nietszche luchando por unos pantalones de oferta, aplastando a mis enemigos, viéndolos destrozados y oyendo el lamento de sus mujeres en la tienda de al lado.

6 comentarios:

BJ dijo...

Difícil prueba. Yo habría explotado, como Travis Bickle.

Anónimo dijo...

El Decathlon es a ti lo que los cantos de sirena a Ulises, pero recuerda como acabo el pobre... no, un momento, acabo follándose a su mujer que estaba buenorra! Bueno, entonces recuerda como acabo Bilbo tras el viaje; antes o después tendrás que cederle todas tus sudaderas con capucha a tu sobrino y a su jardinero. Cuantas más tengas, más dura será la caída.

Anónimo dijo...

Joder, yo pensando que Ulises acabó follándose a su hijo y narrando en voz alta su flujo de pensamientos... no he entendido nada. ¡NADA! Eso sí, mis sudaderas son importadas de uno de los dos territorios que conservaron régimen foral con Franco, sustituyen las antiguas y a estas les doy un conveniente funeral vikingo. Si no pueden ser mías, no serán de nadie.
Como veis soy una persona equilibrada, no el caníbal come-cuerposcavernosos que la prensa sensacionalista teutona querría haceros creer.

srcocodrilo dijo...

he leido poya en el comentario de alvaro?

Anónimo dijo...

Today, I went to the beach with my children. I found
a sea shell and gave it to my 4 year old daughter
and said "You can hear the ocean if you put this to your ear." She placed the shell to her ear and screamed.
There was a hermit crab inside and it pinched her ear.
She never wants to go back! LoL I know this
is totally off topic but I had to tell someone!



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Anónimo dijo...

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