martes, marzo 23, 2010

El Ferre Roxu



Hubo un tiempo feliz en el que los hombres creían en dioses. A esa época le correspondían héroes como Aquiles, Ulises, Hércules o el Cid Campeador; hombres de destino a quienes la vida brindaba la oportunidad de mostrar su carácter invariable mediante intrincadas y peligrosas pruebas que siempre lograban superar, merced a su valor, fuerza e inteligencia.

El cambio de mentalidad en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, de las civilizaciones cerradas a las civilizaciones abiertas, dio como resultado la aparición de una nueva estirpe de héroes, más acorde con los nuevos tiempos. Héroes problemáticos que vagan en un mundo sin dioses en busca de algo que nunca encontrarán, con la ironía como arma y el fracaso por bandera. El Quijote, Marlowe o el Lute son algunos de estos héroes… y por supuesto “El Ferre Roxu”. Son muchos los que dicen haberle visto y no menos las historias que se le atribuyen, sin embargo no existe forma de comprobar su veracidad, y puedo que sea mejor así. Desconozco si lo que a continuación os voy a contar ocurrió realmente, pero confío en la fuente y os lo voy a trasmitir del mismo modo que primero hicieron conmigo.

El Ferre fue uno de los primeros en subir al autobús, tomó asiento y se concentró en la historia de una mujer que advirtió de los peligros de arrogarse las funciones de Dios, como había hecho Prometeo. Sólo la llegada de su compañera de asiento consiguió desviar la atención del Ferre. Una señora cercana a la cincuentena se sentó a su lado y el Ferre maldijo su suerte. No en vano había visto una cachonda justo detrás suyo, una hermosa adolescente clavada en el andén y cuatro o cinco chicas suficientemente lindas en el radio de tres pares de asientos adelante y atrás.

Cuando el autobús echó a andar el Ferre cerró el comic y se puso los cascos. Protegido por una estúpida sensación de invisibilidad que pensó le otorgaba el aislamiento acústica producida por la música, algo así como una capa élfica, comenzó a observar a la señora. Resolvió que aunque de los extremos de sus ojos surgía una gruesa arruga de la nacían varios ramales, algunos de los cuales casi alcanzan sus pómulos cansados, tenía un rostro atractivo. La miró de arriba a bajo: piernas moderadamente delgadas, ausencia de carnes magras al sur del tríceps y pechos pequeños, lo que a su edad constituía una innegable ventaja, a vida cuenta de la inquebrantable gravedad. El Ferre sintió como una agradable ola de calor le recorría el cuerpo. Tuvo un momento de duda al verle las manos, manos de varias décadas y muchos esfuerzos. Pero concluyó que un héroe no puede escoger cuando entrar en acción, las situaciones le escogen a él. Y ahí estaba el Ferre, en un autobús de línea, junto a una mujer más cerca de la tumba que de la cuna, con su código ético acelerándole la respiración. He hizo lo que tenia que hacer.

Inició el movimiento de apertura que le ha hecho famoso, ese casual rozamiento de pierna que le permite valorar si la susodicha está dispuesta a dejarse ayudar. Porque si algo tiene claro el Ferre es que es imposible salvar a quien no lo desea. Alargó su pierna izquierda hasta encontrar la derecha de la mujer, generando más de treinta centímetros de contacto, desde la parte baja del muslo a la alta del gemelo. Esta no retiró su pierna, el Ferre dejó pasar un par de minutos y pasó a la siguiente fase: “el ascensor”. Con extrema suavidad concentró el peso de la pierna en el talón e inició una serie de lentos movimientos arriba y abajo pivotando sobre el mismo. Tampoco entonces la mujer se retiró. El Ferre fue aumentando la intensidad de los movimientos y para su sorpresa la mujer comenzó a mover también su pierna, de forma más rápida, casi nerviosa. Para aquel entonces nuestro héroe ya estaba convencido de que la señora quería ser rescatada. Después de varios minutos de mutuos frotamientos de pierna, el Ferre estiró la suya, trazando una diagonal que le permitía a la mujer, en caso de estirar también su pierna, obtener una mayor superficie de contacto, aumentando el placer del mismo. Sin embargo ella no supo leer la jugada. Varias veces el Ferre retrocedió al ascensor, y en todas ellas la respuesta corporal fue afirmativa, pero cada vez que estiraba la pierna no encontraba sino quietud. Con la certeza de que la mujer le necesitaba, con el sentido de la responsabilidad a flor de piel y seguro de que “el ascensor” había dado ya lo mejor de sí, decidió aventurarse y utilizar “La caricia de codo”.

“La caricia de codo” es una técnica arriesgada sólo al alcance de los elegidos. El primer paso consiste lograr una buena superficie de contacto hombro con hombro, una vez hecho esto hay que mover de forma progresiva el codo hasta que este alcance el costado de la mujer. Si para cuando esto ocurra no se ha retirado, ya no lo hará. Después hay que acariciar el cuerpo objeto de la ayuda con suavidad, dejándole sentir de vez en cuando la presión de nuestro codo. Si la mujer está con los brazos cruzados, como era el caso, hay que indicarle el sentido de nuestros pasos elevando sus brazos con nuestro codo, haciéndole saber que vamos a avanzar hacia los pechos, pero sin llegar a hacerlo. En manos de personas poco experimentadas esta técnica sólo puede conducir al fracaso, en manos del Ferre se traduce en un inmediato aumento de la frecuencia cardiaca de la mujer.

Antes de dar el siguiente paso el Ferre dedicó a la damisela sus mejores caricias de codo, siempre mirando hacia el lado contrario, dándole un toque “casual” a la técnica (¿Cómo? ¿Estoy excitándote con mi codo? Ni me había dado cuenta). Después se puso la chaqueta por encima del cuerpo, a modo de manta, en un intento de protegerse de miradas indiscretas, empezando por la de la cachonda de atrás que intuía estaba observándolos. Cruzó los brazos y con los dedos de la mano derecha buscó la mano de la señora. Para cuando el autobús llego a su destino ya habían echo manitas durante un buen rato, la mujer se había desembarazado del hijo que debía ir a buscarla (primero le dijo que ya le llamaría ella al llegar porque iban con retraso, después de “la caricia de codo” ya ni siquiera le cogió el teléfono) y la cachonda les había regalado un par de miradas reprobatorias. Las cachondas son parientes del perro del hortelano, ni te follan ni te dejan follar.

Ferre vio el angar con la frase apropiada golpeándole la cabeza. Debía ser certera, verbalizar lo que llevaba dos horas diciéndole sin abrir la boca. Ferru bajo primero, sostuvo la mirada de la cachonda, vio a la señora aguardar al otro lado del autobús. Y tuvo un momento de duda. Y por ella se filtró el miedo. Y el miedo le paralizó. Para cuando se puso en marcha de nuevo la señora ya se había ido. Ferre subió las escaleras mecánicas, entro el baño de la estación, echó el pestillo y se masturbó. Estaba tan excitado que eyaculó antes de conseguir tener el miembro completamente erecto. Después se limpió y caminó hacia el andén del tren.

Por el caminó pensó que probablemente todo había transcurrido del modo correcto, el adecuado equilibrio entre las obligaciones de Ferre para con la justicia, los adormecidos deseos de la señora y su realidad cotidiana. Sin embargo, al llegar al andén Ferre vio a la cachonda acompañada de un tipo fornido con inequívoco aspecto de oligofrénico. La cachonda con un imbécil, la señora camino de casa para preparar la cena a sus hijos y Ferre masturbándose en los baños públicos. Si todo estaba igual que siempre no podía estar bien. Llegó el tren y Ferre lo dejó marchar, se subió las solapas de su chaqueta y bajo a la calle para volver andando a casa. Antes de cruzar el río llegó la conclusión de que había obrado de forma equivocada. Al llegar a la otra orilla estaba seguro de no volver a cometer el mismo error.

Así es el Ferre Roxu, un hombre corriente con un sentido del deber excepcional. No está exento de miserias y errores, pero el único que nos se permite es repetir dos veces el mismo. Si alguna vez se lo encuentran, necesitan ayuda y les mete el codo, pueden estar tranquilas, Ferre no les fallará.

7 comentarios:

Álvaro dijo...

Cojonudo a la par que inquietante para quien haya ido a mear alguna vez al baño de la estación Sur. No lo digo sólo yo, quince personas aquí detrás están de acuerdo conmigo. Incluida Yocasta, por un rato, aunque se fue con cara de miedo.
Eso sí, yo siempre había oído "ferre", pero según García Arias en Tabaza dicen "ferriu":
http://mas.lne.es/diccionario/index.php?palabra=ferre&buscarter=on

Álvaro dijo...

Por cierto, hec, antes de que te leas el Watchmen:
Celeeeeebrities. Hoy AlanMoooooore
http://blog.adlo.es/2010/03/celebrities_hoy_alan_moore.html

dr.alergia dijo...

dícese ferre, hec, tas como una mániega.

CaesarHec dijo...

Mejor así??

Por cierto Ángel, de qué equipo dices que eres???

srcocodrilo dijo...

Sobrecogedor.

Tantos viajes en autobús que tuve que hacer para recorrer la Ruta de la Plata, algún recuerdo parecido me deben haber dejado,
¿o no?.

Lo que sí puedo asegurar que nunca me crucé con la leyenda viva que es "El Ferre Roxu". Y dios bien sabe cuánto se lo agradezco.

CaesarHec dijo...

Sr. Cocodrilo estoy totalmente de acuerdo con "Petite Mara", no fumar te está jodiendo la vida.

Pero tranquilo, yo puedo ayudarte. Berto tenía el mismo problema y juntos conseguimos superarlo.

mitrulk dijo...

dónde dices que para ese autobús?