sábado, mayo 29, 2010

Sueño de una noche de (casi) verano

Bajo por la escalera a toda leche. “Joder, se ha escapado otra vez”, pienso. Salto los escalones de 3 en tres agarrándome con la mano derecha en las barras para girar más rápido. “Siempre baja hasta el 3º el muy cabrón”. Sigo girando y por fin veo la mancha marrón clara en el alféizar. “¡HOMER!”, mi propio grito hace eco en el hueco de la escalera. Él gira la cabeza, me mira pero decide que hay algo fuera que le gusta más. Y salta. Me lanzo hacia delante estirando la mano en un gesto tan absurdo como inútil; nos separan un par de metros y unos barrotes. “Joder joder joder” subo como alma que lleva el diablo la escalera otra vez, pero cuando llego al pasillo del 5º piso me lo pienso mejor. “Para qué coño subo si lo que tengo que hacer es bajar”. Lo único que voy a conseguir es asustar a mis padres. Vuelvo a bajar con el corazón a 180 pulsaciones y una gota de sudor recorriendo mi espalda. Llego al bajo, abro la puerta del portal, bajo las escaleras de un salto, corro hacia la puerta de la calle… y cuando giro la esquina no veo nada. “Mierdaaaaa", aunque tengo la esperanza de que eso signifique que no ha sido grave. Trato de tranquilizarme y voy avanzando mirando a mi izquierda, a la jardinera que puebla el lateral de la Urbanización. Llego a la puerta de fuera del portal 3 y vuelvo a entrar. Y por fin oigo un maullido. Miro en el jardincillo de enfrente del portal, y allí está. “Ahora seguro que no se deja coger”, no sé por qué me asalta ese pensamiento. Pero sí que se deja; arrastra un poco la pata trasera derecha, y tiene alguna que otra magulladura. Y está entero. Lo cojo entre mis brazos y respiro hondo. “Dios, que susto me has dado”. Y me encamino a casa de mis padres otra vez.

Abro los ojos y miro el reloj. Es un gesto que ya tengo automatizado. Son las cinco y media de la mañana. Pienso en que hace casi un año que no veo a Homer; ¿qué casualidad haber tenido este sueño justo hoy, no? Aunque pensándolo bien, ayer me quedé un rato por la noche mirando la foto suya que tengo colgada en la pared. Me palpo la pierna derecha y siento las heridas que me ha dejado la bici del domingo pasado. Quizá de ahí venían sus magulladuras en la pierna, claro. Me acomodo en la cama, pensando en lo increíble que es el cerebro humano, y su capacidad de hilar cosas durante el sueño. Y me vuelvo a dormir feliz, con una sonrisa en los labios.

¡Cuídate mucho estés donde estés amigo!

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